La presión social puede moldear nuestra retentiva hasta el punto de hacernos recordar hechos que no ocurrieron o que sucedieron de una forma diferente.

El estrés y los traumas desordenan nuestro pasado y alteran la relación entre memoria y realidad.

El escritor y premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez confesó alguna vez que muchas de las cosas de la vida que recuerda nos sabe a ciencia cierta si le han sucedido o se las ha inventado, y la Ciencia ha acudido a darle la razón.

Según se desprende de una investigación neurocientífica del Instituto Weizmann de Ciencias (Israel) y del Colegio Universitario de Londres (Reino Unido), no recordamos los acontecimientos tal y como ocurrieron, sino del modo en que nos explicamos a nosotros mismos que sucedieron o cómo nos han explicado otras personas que han ocurrido.

Al analizar mediante resonancia magnética qué ocurre en el cerebro de un grupo de voluntarios cuando se intenta manipular deliberadamente su memoria, los investigadores han comprobado cómo la influencia de otras personas puede distorsionar nuestra percepción del pasado hasta hacernos recordar cosas que no ocurrieron, y hacernos olvidar eventos que sí ocurrieron. Al observar la actividad cerebral de los voluntarios ‘en vivo y en directo’, los expertos encontraron que cuando les contaban algo que no coincidía con lo que recordaban, se activaba su amígdala, un pequeño grupo de neuronas situado en el centro del cerebro.

Esta estructura cerebral, que regula las emociones y es importante en las relaciones sociales, enviaba instrucciones a otra parte del cerebro llamada hipocampo, para que eliminase los recuerdos almacenados y los reemplazara por ‘recuerdos’ nuevos. No obstante, según los investigadores, si los recuerdos basados en la realidad son lo bastante intensos, el hipocampo se resiste a las instrucciones de la amígdala para sustituirlos por otros. Para sus experimentos, los expertos hicieron ver un documental a un grupo de 30 voluntarios, divididos en grupos de cinco personas. Tres días después, comprobaron mediante un test, cuánto recordaban del documental, y cuán seguros estaban de ese recuerdo. Una semana más tarde, repitieron las preguntas a cada integrante de cada grupo haciéndole creer que los cuatro restantes habían dado respuestas que en realidad eran equivocadas. El 68 por ciento de los participantes mudaron de opinión, dando respuestas incorrectas a preguntas que antes habían contestado bien.

LOS RECUERDOS SON MUY INFLUENCIABLES.

Lo más sorprendente ocurrió cuando se repitió a los participantes el test por tercera vez, explicándoles que les habían engañado al decirles las respuestas de los otros integrantes de su grupo. Incluso sabiendo que habían recibido información falsa como parte del experimento, el 41 por ciento de las personas, persistieron en el error, y en vez de sostener lo que era cierto y habían creído inicialmente, adoptaron lo que les había sido inculcado por opiniones ajenas, y que en realidad era falso.

Durante estos experimentos, las imágenes de resonancia magnética mostraron que los cambios de opinión inducidos socialmente se asocian a una gran actividad en la amígdala, el hipocampo y las neuronas que conectan ambas partes del cerebro. “La memoria es altamente susceptible de ser alterada por la influencia social indican nuestros resultados”, han señalado los investigadores, dirigidos por el neurobiólogo Yadin Dudai, del Instituto Weizmann. Además de por la influencia de los demás, la memoria puede verse alterada por el estrés, ya que una experiencia traumática intensa puede activar recuerdos que no estén relacionados con la experiencia, según se desprende de un trabajo elaborado por investigadores de la Academia checa de Ciencias y de la Universidad de Nueva York (NYU, por su siglas en inglés), en Estados Unidos.

Los experimentos fueron realizados con ratas de laboratorio, las cuales fueron sometidas primero, a una tarea de aprendizaje, que les obligaba a distinguir entre izquierda y derecha para poder tener acceso a su alimento.

En seguida, les indujeron altos niveles de estrés obligándolas a nadar en un recipiente con agua. Al analizar la actividad cerebral de los roedores, el neurobiólogo André A. Fenton y su equipo, de la NYU, encontraron que el estrés puede reactivar recuerdos que no están relacionados con la experiencia en sí misma y que se almacenan fuera del hipocampo, lo cual “podría contribuir a la formación patológica de asociaciones inapropiadas en estos desórdenes”.

Los expertos comprobaron que tras haber estado nadando durante 20 minutos, los animales más estresados recordaban mejor el camino hacia la comida, y mediante ensayos adicionales, descubrieron cómo el estrés en el agua reafirmaba en las ratas el recuerdo de su camino hacia el alimento. En base a estos hallazgos, los investigadores creen muy probable que una situación traumática pueda reactivar en las personas con estrés postraumático ciertos recuerdos sin ninguna relación con dicha situación, alterando las asociaciones normales entre recuerdos. Así, incluso recuerdos aparentemente inofensivos o situaciones del día a día, pueden inducir a que la persona rememore el trauma vivido, sintiendo una gran angustia, algo muy frecuente en la gente que ha sufrido o presenciado situaciones muy traumáticas como un atentado terrorista, una catástrofe o un hecho de gran violencia.

María Jesús Ribas. EFE – REPORTAJES