Carmen Galindo
Creo que sin excepción, sus lectores –y él mismo- acercan su literatura a la poesía. En lo personal, difiero. No lo aprecio vecino de Sergio Fernández, de Virginia Woolf y menos aún de Lezama Lima, autores que caben en el cajón de la novela lírica. Se acerca más al lenguaje coloquial y sobre todo, al habla del norte del país. Pero en este apartado, no se asemeja tampoco a Rulfo que tenía en su prosa el horizonte oral de Jalisco, mucho menos a Carlos Fuentes o a Armando Ramírez que captan el modo de hablar de la ciudad de México, ni a José Agustín o Gustavo Sáinz, que escriben, si me permite usted, como ellos mismos, desparpajados. El modo de escribir de Sada, si bien oral, no tiene paralelo. No me recuerda a Elmer Mendoza, que usa “morra” o “morro”, pero hasta ahí. Ni tampoco a Federico Campbell, que también es de la zona geográfica.
La singularidad de Sada parece estar en el ritmo del relato. Deja frases inconclusas, como si desistiera de continuar. Se vale del etcétera, otra forma de aludir, o dejar a la voluntad del que lee, lo que sigue. El laconismo, y en eso se parece a Quevedo, es su principal arma. Dos ejemplos de diferente índole. Uno: “Fijaciones. Azares.” Y el otro: “Hubo ecos por ahí y por allá, además de algunos truenos, (hubo) ciertos clamores y (hubo) pocas risas”. La omisión del verbo (haber) hace que el relato tome velocidad, como si al autor le pareciera demasiado prolija la reiteración. Evita, quiero decir, los tiempos muertos de la lectura. Suprime todo lo que a su peculiar estilo, sobra. Se expresa, por decirlo de algún modo, con medias palabras. Logra comunicarse con el lector con el mínimo de voces, con una economía de lenguaje que nadie, que yo sepa, ha intentado. Y para eso, hay que saltarse las reglas, por más que el autor es ducho en esto y se ve a sí mismo como un artífice.
La descripción, que era el gusto del siglo XIX, le tiene sin cuidado. “Fue un martes de febrero cuando ocurrió aquello”. Aquello es el misterio e incluso el conjunto del relato, que permanece así, indeterminado. Otro recurso, que igualmente le añade velocidad, es que frecuentemente avisa al lector que va a omitir una parte del relato: “Bueno, ahorrémonos los detalles del contacto telefónico para de una vez poner de nuevo a estos dos frente a frente en torno a una de las mesas del restaurante en mención”. Otras, explicita lo que va a hacer, como autor: “Ya toca que hable con mayor detenimiento acerca de la compra de la casa playera”. Sobra decir que sin previo aviso, el escritor se hace presente, en estos casos, con el que lee.
En uno de sus relatos, “Atrás quedó lo disperso”, se refiere a ciertos libros, obviamente de su predilección: Ulises, de James Joyce; La muerte de Virgilio, de Hermann Broch; la Divina Comedia de Dante Alighieri; Paradiso, de José Lezama Lima; Gran Sertón: veredas, de João Guimarães Rosa y La vida instrucciones de uso, de Georges Perec. Llama a estas lecturas, difíciles, problemáticas, y si no recuerdo mal, desafiantes. Así es la escritura de Daniel Sada, desafiante.
Nunca nos vende la trama. Recurre de modo constante al hiato, comienza a la mitad del relato (omite, pues los antecedentes) y va revelando poco a poco la anécdota, de tal manera, que el lector tiene siempre un enigma por descifrar, pues Sada, y ahora me refiero a la trama y no a la forma de narrar, cuenta a cachitos la historia.
Falta referirse, pero no lo haré, ya que el tema se las trae, a su humor constante. Este humor abarca casi todos los registros, desde el humor negro hasta la ironía, que guiña el ojo. Sus temas son escurridizos, pero lo que sí se puede decir es que son realistas, pero también (y los mezcla) imaginativos e incluso fantásticos. Sus personajes, aunque del diario, suelen involucrarse en conductas no tan comunes, como incesto, asesinato, infidelidades con la suegra. En el color local, avionetas, helicópteros, camionetas todoterreno y, claro, el desierto. Sí, por supuesto, era norteño, la violencia asoma como parte del paisaje y el autor la muestra a cada rato, sin aspavientos y hasta con humor. (Para estas líneas –y de ahí provienen las citas- se tuvo en mente uno de sus libros de relatos: Ese modo que colma). Daniel Sada obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el campo de Lingüística y Literatura, unas horas antes de fallecer el pasado 18 de noviembre. Inconsciente, ya no se enteró del reconocimiento que se sumaría al Premio Xavier Villaurrutia y al Herralde de Novela, entre los más importantes. Había nacido en Mexicali, apenas en 1953.