Jinete sin rienda es pasajero al garete

José Elías Romero Apis

Fue mi padre un abogado de profesión, un político de vocación y un caballista de afición. Muchos acontecimientos recientes me han hecho recordar cuatro consejos que hoy comparto. Su expresión metafórica es de la hípica pero su aplicación práctica es para lo profesional, lo marital, lo político y lo vivencial, en general.

El primero, decía, que se vale perder el fuete. No es ello un mérito ni merece un aplauso pero, tampoco, es una vergüenza. Le sucede al más experimentado jinete. Sobre todo porque suele cambiarse de mano en ciertos momentos complicados de la carrera.

El problema es el siguiente. El fuete es un instrumento de mando, de estímulo y hasta de control. Al perderse se pierde la velocidad, se pierde el paso y, casi siempre, se pierde la carrera.

Perder el fuete en la política es muy grave para los candidatos porque llegan en segundo lugar. Es muy grave para los gobernantes porque los rebasan los demás.

El segundo consejo decía que, en ocasiones, también se vale perder los estribos. Esto ya no es tan inocuo como lo anterior. No llega a ser una deshonra pero sí es un desdoro. Salvo por la ruptura de un arción, la soltura de una cincha o un “extraño” del caballo, quedar con los pies al aire es un ridículo.

Al perder los estribos lo primero que pierde el jinete es la comodidad.Pero, además, al perder los estribos se puede perder el equilibrio. Esto ya es más peligroso. Pero, lo más grave es que, sin lugar a dudas, se perderá la carrera. Al soltar el fuete tan solo se pierde velocidad pero al zafar los estribos es obligado frenar al caballo lo más pronto posible. Con ello no se llega detrás sino que ni siquiera se completa la carrera.

Esto, en política, es fatal. Significa la cancelación del proyecto y no tan sólo la eventualidad de sus resultas. El gobernante que se queda sin estribo aborta sus planes, anula sus esperanzas y revoca sus promesas. Al perder la comodidad puede quedar golpeado. Al perder el equilibrio puede desplomarse. Al frenar puede fracasar sin remedio.

Pero, con todo lo grave de ello, se vale perder el fuete o perder el estribo. Lo que no se vale perder es la rienda.

Esta pérdida es uno de los eventos más vergonzosos del hipismo. Pero, además de ello, es de los más peligrosos. Al perder la rienda se pierde el control, el mando, la dirección, el rumbo, el destino, la seguridad, la carrera y, quizá, hasta la vida. El jinete sin rienda es un pasajero al garete. Si la brida queda atrás de la cabeza el caballo se desbocará. Pero si cuelga por delante el animal puede maniatarse con ella misma.

Así, en la política, en el amor, en la profesión, en la amistad y en todo momento, el hombre debe conservar la rienda. A su vez, el caballo tiene instinto y, en ocasiones, hace movimientos para arrancársela a su jinete. En esos momentos, éste tiene que responder con energía severa. La rienda termina en un instrumento de castigo que se llama freno. Un tirón es suficiente. La mano termina en otro instrumento de castigo que se llama fuete. Freno y fuete bastan para volver al orden y para que se sepa quién manda y quien obedece.

La hípica tiene muchos instrumentos que son útiles, metafóricamente, también para la política. El sillín, el arción, el cincho, la careta, el tapaojos, la brida, el freno, el amarralenguas, el fuete, la cuarta, la espuela, el acicate, el bozal o la falsa rienda, por mencionar algunos cuantos. El jinete y el gobernante deben utilizarlos con destreza y sin improvisación.

Pero el cuerpo también es instrumento. Para el jinete, las piernas firmes son imprescindibles. Las manos fuertes son insustituibles. La complexión adecuada es inevitable. Para el político no hay sustituto de la inteligencia fina, del temperamento firme y de la imagen fuerte.

He dejado para el final lo que es la pérdida más fatal, tanto en lo hípico como en lo político: perder la silla. Salir arrojado o caer a plomo es el fracaso supremo. El rey sólo debe caer cuando cae el trono, el político sólo debe caer cuando cae el régimen  y el jinete sólo debe caer cuando cae su caballo.

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