En vísperas del fin de año que acaba de terminar la violencia en Siria se recrudeció. El 23 de diciembre un doble atentado suicida con coches bomba, en las inmediaciones de edificios gubernamentales en la capital, Damasco, causó 40 muertos y centenares de heridos. El régimen acusó a la red terrorista Al Qaeda y por extensión a los Hermanos Musulmanes (que se deslindaron tajantemente de los ataques), mientras que el importante clérigo Mohamed Said, que ofició los funerales de las víctimas en la Mezquita de los Omeyas, el más importante templo de la ciudad, acusó al Consejo Nacional Sirio, el organismo formado en el exilio y que conjunta a la mayoría de las fuerzas de la oposición. Por su parte, líderes de la rebelión contra el régimen insinúan que los atentados fueron llevados a cabo por las propias fuerzas de seguridad del presidente Bashar el Assad con el fin de orientar la opinión pública nacional e internacional en su favor, además de poder controlar mejor la visita de los observadores enviados por la Liga Árabe como parte del acuerdo firmado entre Siria y esa organización. No falta quien hable de los consejos tribales de defensa sunitas, vinculados a la CIA, y que tan importante papel jugaron en la lucha contrainsurgente en Irak.

Por otro lado, y mientras esperaba la llegada de la delegación de la Liga Árabe, el gobierno sirio no se quedó cruzado de brazos, y los informes internacionales hablan de un incremento en la represión en contra de las combativas regiones de Homs e Idlib (que junto con Deraa y Hama constituyen los principales focos de la rebelión). Se ha dicho que el ejército ha recurrido al bombardeo de artillería sobre zonas específicas. Se dice, aunque como el régimen impide la entrada de periodistas no ha sido posible confirmarlo, que desertores del ejército han conformado ya una fuerza militar en toda forma que ha comenzado a sostener enfrentamientos con el ejército. La inteligencia israelí filtró que calcula en 10 mil el número de soldados que se han pasado a la oposición.

En nueve meses de conflicto, se han producido según la ONU más de 5 mil muertes. Las ONG sirias elevan la suma a 6 mil, mientras el gobierno asegura que, además, 2 mil miembros de las fuerzas de seguridad han caído producto de los ataques de la oposición.

El pacto que Assad firmó con la Liga Árabe, además de permitir la visita de los observadores, implica también el retiro del ejército a los cuarteles, lo que aparentemente no se podría hacer sin dejar buena parte del territorio en manos de la oposición, lo que explica la ofensiva del ejército sobre Homs. Mientras tanto, China y Rusia siguen paralizando cualquier acuerdo sobre una posible intervención, armada o humanitaria, en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Así las cosas, es claro que el régimen de la dinastía Assad no sobrevivirá. La cuestión es cuánto tiempo tarde en caer y cuántas víctimas implique el proceso. Y cómo será el futuro de Medio Oriente si cae uno de los gobiernos más influyentes de la región, con pactos con Irán, y vínculos con organizaciones tan importantes como Hezbollah en Líbano y Hamas en Gaza, mientras el islamismo sunita moderado de los Hermanos Musulmanes sube como la espuma en las transiciones de Egipto, Túnez y otros países tocados por la llamada “primavera árabe”.