Juan Antonio Rosado
Caligramas, grafismos, escritura en libertad, poesía figurativa, experimental o visual son algunos términos con que se denomina a esa manifestación poética que se observa antes de leerse. Si tradicionalmente la poesía surgió para ser escuchada, en la medida en que se vincula a la música, la poesía visual se relaciona tanto a la música como a la pintura o al dibujo. Incluso hay quienes consideran este fenómeno como una forma de las artes gráficas.
En el estudio introductorio, titulado “Poesía para ver antes que leer”, del libro La poesía visual en México, Samuel Gordon advierte que esta forma poética, originalmente lírica “suele seguir los más variados diseños para representar objetos físicos o sugerir acciones, movimientos, estados de ánimo o algún sentimiento en particular”.
Apollinaire, al unir las palabras “caligrafía” e “ideograma”, creó la palabra caligrama, aunque no el género, pues en Occidente, al parecer, fueron Simias de Rodas y Teócrito de Siracusa los primeros autores de caligramas. Tras un breve recorrido por los cultivadores de laberintos, pentacrósticos y otras formas, Gordon llega a la figura de ruptura más importante: Stéphane Mallarmé y su poema “Un tiro de dados”, publicado en la revista Cosmopolis en mayo de 1897. Los espacios en blanco son ya parte del texto y se leen como los silencios en una partitura musical; asimismo, se trata del “precedente más cercano a la poesía caligramática propiamente dicha”. El ojo del investigador se acerca entonces al influjo oriental en el Modernismo y a las primeras apariciones caligramáticas en nuestra lengua; por ejemplo, el célebre “Triángulo armónico” de Vicente Huidobro, aunque los primeros intentos de algo similar en México parece que se dieron en el siglo xvi (los Carmina figurata, de Cristóbal Cabrera). Doscientos años después, Mariana Navarro, en el siglo xviii, dedicó unas “Décimas acrósticas” a Fernando vi. Se trata de un sol hecho con palabras y trazos. Tendrán que pasar muchos años para que el mexicano José Juan Tablada reintroduzca esta modalidad en Li-Po y otros poemas (Caracas, 1920), denominados por él “poemas ideográficos”. Luego Diego Rivera promueve el movimiento estridentista con su poema “Irradiador estridencial”. Este movimiento, encabezado por Manuel Maples Arce, innovará la poesía mexicana en muchos aspectos.
El recorrido continúa con Octavio Paz (Hacia el comienzo, Blanco, Discos visuales, Topoemas, Vuelta), Jesús Arellano (los “Poelectrones” de El canto del gallo), Marco Antonio Montes de Oca (Lugares donde el espacio cicatriza), Manuel Contreras (Víctor Toledo) (los “Rosagramas”) y, por último, José Alfredo Nava Hernández.
Después de la introducción, el libro se divide en tres partes: “Aspectos teóricos” (con textos de Yolanda Guerra Macías, María Andrea Giovine y Murat Rodríguez Nacif); “Aspectos historiográficos” (con un estudio de Alejandro Palma Castro) y “Estudios monográficos”, con seis textos de diversos autores, que tratan sobre Blanco, de Paz, y sobre la poesía de Jesús Arellano, Raúl Renán, Enrique González Rojo Arthur y Víctor Toledo. La poesía visual en México es un volumen revelador, con el que nos adentramos en un mundo poético hasta hoy poco estudiado.
Samuel Gordon (compilación, estudio introductorio y edición), La poesía visual en México. Revisión científica: Gabriela Aguilar Ramírez. Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2011; 456 pp.


