Cuando se desperdició una oportunidad de paz

 

Carlos Guevara Meza

El 2011 fue un año de estancamiento para la paz entre israelíes y palestinos. La negativa israelí a detener los asentamientos ilegales en los territorios ocupados detuvo en seco cualquier negociación, pese a los intentos de Barack Obama para relanzarlas en varias ocasiones. La alianza entre Israel y los políticos estadounidenses de todos los signos parece más fuerte que cualquier razón para encauzar el conflicto hacia una solución, aun cuando en ello se les vaya el prestigio internacional y personal, y la gente siga muriendo.

La audaz maniobra que el presidente palestino Mahmoud Abbas llevó a cabo para obtener el reconocimiento de su país como Estado por parte de la ONU, pese a haber obtenido grandes apoyos internacionales de pueblos y gobiernos, se ha quedado estancada por el momento gracias a las presiones norteamericanas sobre los organismos internacionales y los países aliados (el caso emblemático fue la UNESCO, que aceptó a Palestina como miembro sólo para ver cómo Estados Unidos retiraba todo su apoyo económico, obligándola a cancelar multitud de programas educativos y culturales en todo el mundo).

Por la presión ejercida a raíz de esta campaña en la ONU casi se llegó a vislumbrar que las negociaciones se reiniciarían, pero no fue así. Contentos de haber obtenido la paralización del proceso de reconocimiento, Israel y Estados Unidos se mantuvieron en el congelamiento diplomático con la Autoridad Nacional Palestina, debilitando aún más al ya de por sí enclenque gobierno de Abbas y su partido Fatah.

Lo que quizá pinta de cuerpo entero la situación fue la negociación para liberar, por fin, a Gilad Shalit, el soldado israelí capturado por Hamas en 2006, por cuya liberación se exigía la entrega de más de un millar de presos palestinos en Israel. Con la mediación egipcia, Shalit regresó a casa de sus padres en octubre pasado, mientras cerca de 500 palestinos eran devueltos por Israel, mientras otros 500 esperan por estos días su liberación, que se está complicando por la ruptura de la tregua pactada en el mismo acuerdo por parte de otras milicias palestinas que sienten haber perdido protagonismo, ante el gigantesco bono de popularidad que le significó a Hamas el pacto. Israel, por su parte, no se ha quedado atrás y ha respondido los ataques con una campaña de asesinatos selectivos muy espectaculares, pero también muy poco propicios para la paz.

Con ello Israel deja en claro que responde mejor a la presión de la fuerza que a la de la diplomacia, que está más a gusto negociando con Hamas sobre la base de la violencia, que con Fatah sobre la de las concesiones (entre los presos palestinos cuya liberación exigió Hamas estaba Marwan Barghouti, un importante líder de Fatah a quien se le considera un posible sucesor de Abbas, pero ello no fue aceptado por Israel). También demuestra el peso que ha llegado a tener la ultraderecha israelí, que dejó penar en su cautiverio durante más de cinco años a Shalit, por “no sentar un precedente”.

Pero el padre de Gilad lo había dicho con una lucidez increíble en un hombre sumamente debilitado por meses de protesta: “Dicen que si el Gobierno cede y libera a los presos palestinos, se creará un precedente y Hamás tendrá más motivos para secuestrar rehenes; eso es una tontería, Hamás tendrá buenos motivos para secuestrar mientras Israel siga deteniendo palestinos de forma masiva”.

En este diciembre se cumplieron 20 años del Pacto de Madrid, conmemorado por una reunión de los ex funcionarios que participaron en aquella histórica oportunidad de paz, que se desperdició por completo. Los acuerdos de Madrid y de Oslo ya no parecen operar como conductores del conflicto.