Guillermo Samperio

A lo largo de su vida Sigmund Freud fue coleccionando objetos claves de las diversas culturas que precedieron a Occidente o que lo fundaron. Freud no tenía otro camino, para encontrar los símbolos fundamentales o los gestos cotidianos de culturas ancestrales, más que coleccionándolas. Es claro que no las reunía bajo un criterio de atesorar piezas valiosas —muchas de ellas compradas tal vez en varios miles de dólares—, sino que buscaba adquirir aquellas que podían proporcionarle, por decirlo así, información fundamental sobre tales culturas: la egipcia, la griega, la fenicia o romana, las del cercano y lejano Oriente. Por otro lado, André Malraux, en uno de sus artículos, diría más tarde: “No podemos sentir si no es sólo comparando […] El genio griego será mejor comprendido por la posición de una estatua griega contra una egipcia, que por la aproximación de cien estatuas griegas”. Varias décadas antes, Freud parece haber seguido este mismo criterio, antecedente de los estudios comparados, como el que planteaba Malraux y en boga en nuestros días.

Sigmund Freud, a lo largo de su vida, fue conjuntando varios tipos de series: piezas de diversas culturas y seriaciones de algún símbolo de una misma cultura. Con ello, llegó a las que podríamos llamar sub-series que comparan culturas los siguientes temas: de diosas y dioses primigenios, fundadores, de distintas culturas milenarias; utensilios de uso cotidiano, como lámparas, espejos, incensarios, frascos, vasijas; animales sagrados, tales como halcones, escarabajos, tigres, cobras, gatos, peces, leones, sapos; animales fantásticos como dragones y gorgonas. Una serie importante es la de jeroglíficos egipcios y la de los sellos y tablillas mesopotámicas de escritura cuneiforme, como antecedentes de la palabra escrita. Estos conjuntos podían ordenarse todavía en grandes temas, varios de ellos claves para la teoría del psicoanálisis: la muerte, la sexualidad, la vida, la religión y la guerra.

A través de las obras que reunió, Sigmund Freud buscó introducirse en la cabeza de la historia, en las mentalidades de las culturas milenarias, como lo haría con las mentes de sus pacientes, con el fin de hacer un análisis de las construcciones simbólicas de los hombres. Era encontrarse con una arqueología del pensamiento y, de alguna manera, de la conformación del inconsciente y los arquetipos, que se han ido trasmitiendo hacia las siguientes culturas de forma metamorfoseada e incluso como herencia genética.

La gran mayoría de sus piezas las conservaba en su estudio y en su consultorio; en este último, generaban en sus pacientes relaciones múltiples entre su psicología y lo que los objetos les decían. Ninguna pieza era banal; cada una tiene un significado profundo e importante en sí misma y para los fines psicoanalíticos de Sigmund Freud, con lo cual los pacientes se encontraban ante una colección importante.

A raíz de las cosas que reunió Freud, reveladas luego de su fallecimiento, se ha hablado de que fue fetichista, apegado a sus piezas antiguas; sin embargo, parece ser una apreciación simplista, en tanto que su colección era, por una lado, fuente de reflexión para el primer psicoanalista de la historia y, por otro, en ella estaba invertida su fortuna económica que fue reuniendo en el transcurso de los años. No era, por demás, una colección de piezas de grandes dimensiones, sino la mayoría de tamaño pequeño, lo que habla de las dificultades de Freud para adquirirlas. Lo anterior nos muestra a un Sigmund Freud humanizado y en vínculo con lo simbólico y la arqueología.