Un placer distinto

 

José Elías Romero Apis

Desde luego, creo que todos estaríamos de acuerdo en que la literatura o la lectura no son toda la fuente ni las únicas manifestaciones  de la cultura sino, tan solo, una microparte de ella. Están, además de ellas, las otras artes y las ciencias, la tecnología y la práctica, las costumbres y los hábitos, la visión de los tiempos y de la vida. Qué no decir de la relación con los otros seres y con nosotros mismos.

Pero, además de ello, la cultura no es un fenómeno estático sino dinámico. Por eso, los individuos y las sociedades evolucionan o involucionan culturalmente. Al paso del tiempo, progresan y se perfeccionan o decaen y se degeneran. Por eso, además de la cultura de nuestras propias naciones, que es relativamente estable, encontramos la cultura nuestra, la de nuestros padres y la de nuestros hijos, que suelen ser diversas y hasta contrarias.

Pero, volvamos a la lectura, sobre todo en estas fechas de recuentos y,  sobre todo, en esta revista. Porque Siempre! ha tenido una relación íntima con la cultura desde sus épocas fundacionales y la ha seguido conservando bajo el mando de su actual directora, Beatriz Pagés quién, además, es la Secretaria de Cultura del partido político más importante de la historia latinoamericana.

La lectura es uno de los placeres culturales más al alcance de todos y puede sofisticarse hasta el mayor refinamiento. Por ejemplo, mi padre, David Romero Castañeda, recomendaba nueve elementos para hacer de la lectura uno de los mayores placeres.

El primero, leer en español, uno de los lenguajes más bellos de Occidente. Segundo, hacerlo en un jardín aromatizado y no necesariamente en la biblioteca. Tercero, colocado bajo la sombra que proteja del sol del trópico húmedo. Cuarto, refrescar el ambiente y el sonido con el alboroto de un apantle o de una fuente de agua fresca que provenga del deshielo de las montañas. Quinto, sexto, séptimo y octavo, acompañar el libro con un poco de queso fino de La Mancha, con un vaso de buen vino del Mediterráneo, con una taza de café robusto de la América Latina y con un tabaco fresco de las Antillas. El noveno y último elemento  tiene que ser un agregado personal y exclusivo. Para cada quien, la paz, la serenidad, la compañía, el confort, la hora, la indumentaria o, incluso, la ayuda.

Pero, además del placer de leer, el placer de releer encierra otro placer distinto y no sólo repetitivo. Jorge Luis Borges decía que al placer de leer solamente lo superaba el placer de releer. Quizá pensaba en Marcel Proust cuando, dentro de En busca del tiempo perdido, nos describe el placer que le produce el dormir y el despertar de Albertine. Yo, sin duda alguna, me atrevería a suscribir las palabras del genial argentino. El gran placer de la lectura es muchas veces superado por el mayor placer de la relectura.

Suele suceder que la primera lectura nos concentra sobremanera en la trama, en la tesis o en el tema, según se trate de una novela, de un ensayo o de un tratado, respectivamente, haciéndonos relegar nuestra atención sobre el texto, el estilo o el carácter de la obra.

Solamente la “segundas” lecturas invierten el proceso. Ante un contenido ya conocido o ante un desenlace ya sabido, el repaso de los fragmentos que nos resultan predilectos nos permite decantar y analizar las diversas ideas del autor, la selección de sus palabras, la intención de sus mensajes y el diseño de sus construcciones literarias.

Ello tan solo en aquellas obras que nos merecen una segunda lectura. Porque la primera lectura es, además, un cedazo que criba aquellos escritos que van a vivir en nuestra biblioteca y en nuestro recuerdo así como aquéllos que se habrán de depositar y consumir en las hogueras de nuestra chimenea y de nuestro olvido.

Hay fragmentos de obras que hemos leído más de cien veces a lo largo de la vida y puedo asegurar que la ocasión más reciente ha sido, hasta ahora, la más grata y fructífera de todas ellas. Mucho de lo que leímos de jóvenes nos ha acompañado casi todos los días.

En algunos casos, como un tributo de homenaje, he adquirido ya en mi edad madura, las mejores ediciones que se han impreso de ellas y que me lo hayan permitido tanto el surtido de las librerías como las posibilidades de mi bolsillo. Sobra decir que no son para adorno de mis libreros sino que son libros “vivos” que conviven conmigo, tanto en mi mente como en mis manos.

Tiene razón Borges. Me gusta leer y más me gusta releer. Tengo libros políticos o jurídicos que viven en mi alcoba y, durante mis viajes, a alguno de ellos le toca el turno de acompañarme. En ocasiones no se abren durante semanas o meses pero, en otras,  me platican nuevamente mientras estoy en el reposo, en el avión o en el insomnio. Y, entonces, casi siempre se vuelven a cerrar ya con nuevas señales y con nuevas anotaciones.

Eso significa que ya nos dijimos cosas nuevas, pero con las mismas palabras, como lo hacen los viejos amigos.

 

 

Abogado y político.

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