Muchos ocultan su verdadero rostro
No se puede ser y no ser algo
al mismo tiempo
Aristóteles
José Fonseca
Es posible que desde los tiempos desde los años cincuenta no haya tenido el PRI a un candidato con la personalidad atractiva de Enrique Peña Nieto.
Para el PRI y su precandidato único eso significa un reto, porque en el entorno mediático actual Peña Nieto tendrá que llenar muchas expectativas. Además, resistir las agrias críticas de las opiniones ilustrada e informada, ambas presas de un antipriísmo casi patológico.
Muchas de las opiniones escuchadas sobre el acto de registro de Enrique Peña Nieto en el edificio del PRI empiezan a sonar contradictorias, porque los más connotados personajes de las opiniones ilustrada e informada nos juran y perjuran que son demócratas convencidos.
A estas alturas de nuestra historia nadie en su sano juicio puede negar los errores cometidos por los gobiernos del PRI. Si al PAN o al PRD se les pueden señalar muchos errores cometidos durante sus gestiones de gobiernos, desde Los Pinos y en los estados el primero, y en los estados el segundo, sería insensato suponer que el PRI no los cometió durante setenta años.
Ese no es el punto. El punto es que tantos que se dicen demócratas parecen considerar una aberración del sistema político la existencia misma del PRI.
Muchos de los opinantes escuchados o leídos durante la semana parecen haberse extraviado. Opinantes habitualmente lúcidos, a pesar de sus agendas políticas personales, parecen haber perdido el control de sus emociones por el evento priísta del pasado domingo 27 de noviembre.
Recurren a los clichés, a las frases ingeniosas y las leyendas urbanas como sustento para sus críticas tan sorprendentemente viscerales.
Quienes hablan de la cargada, es obvio que nunca han visto una convención de los demócratas y los republicanos.
Nadie puede ser tan ingenuo como para no esperar críticas y ataques entre los actores políticos y entre sus partidos.
El problema, según lo ve quien esto escribe, no es que cada opinante tenga sus opiniones políticas propias. El problema es que no las hacen explícitas, para que quienes los leen, los escuchan o los ven sepan claramente a favor de quién están.
Aceptemos que la democracia es enredosa, rijosa a veces y con frecuencia facilitadora de tretas y artimañas que degeneran en guerra sucia; pero es una inmoralidad convertir los medios en una suerte de juego de máscaras, pues son muchos, demasiados, los que ocultan su verdadero rostro.
