El 24 de diciembre se celebra la Nochebuena, una ceremonia que antecede a la Navidad, es decir el nacimiento del Mesías, con cuyo acontecimiento inicia una nueva era para la humanidad. Esa misma noche se espera también la llegada de Santa Claus, un personaje registrado en la historia cristiana ortodoxa, pero cuya imagen ha sido malinterpretada.
Al igual que los Reyes Magos, San Nicolás (verdadero nombre de Santa Claus) consagró su vida a seguir los preceptos y profesías del Antiguo Testamento. Según San Metodio, Arzobispo de Constantinopla, quien documentó algunos de los pocos datos biográficos de Nicolás, éste nació en Licia, Asia menor (ciudad que actualmente se encuentra en Turquía). Vivió en un ambiente de comodidad debido a que sus padres eran muy ricos. Se dice que desde niño mostró un desapego a las cosas materiales, al grado que todo lo que se le daba u obtenía, lo entregaba a los pobres, siempre motivado por una consigna personal que decía: “Sería un pecado no repartir mucho siendo que Dios nos ha dado tanto”. Esta vocación llevó a Nicolás a consagrarse sacerdote y fue asignado a oficiar en la ciudad de Mira. A partir de ahí, su nombre cambió a San Nicolás de Mira.
Actos de humildad y fraternidad
Al morir sus padres, heredó una cuantiosa fortuna la cual, siguiendo su costumbre, donó entre los pobres. Se cuenta que una vez, un consejo de obispos discutía sobre quién debería sustituir a uno de los miembros que había muerto y decidieron aceptar al primero que entrara al templo. Sin saberlo, Nicolás traspasó ese día las puertas del recinto, convirtiéndose en el nuevo obispo de la región. Murió el 6 de diciembre del 345, D.C. Su tradición de repartir su riqueza en esa temporada quedó plasmada en la caridad, así como en la ayuda altruista y fraternal a los más necesitados, más no en la entrega de obsequios como después se falseó a su figura. Tras la invasión mohematana, sus restos fueron trasladados a la ciudad de Bari, en Italia, donde la Iglesia lo decretó santo por los múltiples milagros que realizó en ese lugar. Su culto se extendió a Grecia y Rusia. En especial, es patrono de los marinos, quienes le rendían culto e invocaban su protección cuando atravesaban por momentos de calamidad marítima.
San Nicolás, más allá del Atlántico
En Holanda, se le conoció como Sinter Klaas y se le festejaba entre el 5 y 6 de diciembre, precisamente las fechas de la Navidad ortodoxa. Los inmigrantes holandeses llevaron esta tradición a Estados Unidos en el siglo XVIII, donde se le representó con la vestimenta roja. Fue a partir de entonces que también se le agregó el mito de que habitaba en el Polo Norte y que llevaba regalos a los niños, tal y como se le conoce hasta nuestros días. Por cierto, la carta que normalmente se le escribe a San Nicolás, es para abogar por las necesidades de los familiares y de la gente vulnerable que, en general, son los niños.
Ni Reyes, Ni Magos
En el caso de los Reyes Magos, su culto también se ha malinterpretado. Se dice que la Biblia no menciona que fuesen reyes ni especifica sus nombres. Sólo se dice que eran “magos”, término con el que se le conocía a los estudiosos o sabios de la astronomía antigua. Ellos estaban siguiendo una estrella que les indicaría el nacimiento del Mesías. Los nombres Melchor (Melichior), Gaspar (Gathaspa) y Baltazar (Bithisarea) surgieron tras el descubrimiento de dos textos de un evangelio apócrifo hallados en el siglo V D.C.
Su peregrinar hacia el sitio del Nacimiento tiene más sentido cuando se le enfoca como una forma de honrar a Jesús, a quien le entregaban los tributos de un rey que consisten en oro, incienso y mirra. Es una ceremonia de humildad y caridad para dar la bienvenida al Salvador de la Humanidad. Sin embargo, esta tendencia derivó en una tradición popular que ha consistido en dejar regalos a los niños la noche del 5 de enero; nuevamente esta fecha coincide con la Navidad Ortodoxa y no con la Católica. El pedido de las necesidades personales se hace más bien al Niño Jesús y no a los Sabios Magos, pues es aquel el que está llamado a cumplir las necesidades de los desvalidos al traer la salvación y entregarse en sacrificio por los demás.
La carta que se le deja esa noche, es como un acto de contrición en el que uno mismo evalúa sus propias acciones para someterlas al perdón del Salvador recién llegado.