El Cristo vigila La Habana
Yudith Díaz Gazán
Una colosal estatua de Cristo, en mármol blanco de Carrara, vigila majestuosa al Puerto de La Habana. La figura del Cristo de La Habana lleva cuatro décadas enclavada a la entrada de la emblemática bahía citadina, entre la vetusta fortaleza de San Carlos de la Cabaña y el pueblo de Casa Blanca.
El monumento es parte de todo un conjunto arquitectónico que caracteriza la entrada del antiguo puerto de Carenas, descubierto por Sebastián de Ocampo entre 1508 y 1509. Su blanco mármol contrasta con las grises piedras de un entorno que ya lleva más de 400 años de historia: las fortalezas de los Tres Reyes del Morro, San Salvador de la Punta, la Real Punta y San Carlos de la Cabaña.
El Cristo de La Habana fue inaugurado el 25 de diciembre de 1958, siete días antes de la caída de la dictadura de Fulgencio Batista ante el avance del Ejército Rebelde. Fue construida en Italia y es obra de la escultora cubana Lilia Jilma Madera Valiente (1915-2000), quien también legara a su pueblo el busto del Héroe Nacional José Martí que está en lo alto del oriental Pico Real del Turquino (mil 974 metros sobre el nivel del mar).
A diferencia de sus similares en Río de Janeiro (Brasil); Lubango (Angola) y Lisboa (Portugal); el Cristo de La Habana no tiene los brazos extendidos. De pie, la figura de Jesús aparece con una mano en el pecho y la otra en alto en actitud de bendecir.
La figura tiene un peso de 320 toneladas y está compuesta por 67 piezas. Su rostro mira hacia la ciudad desde su altura de 20 metros sobre una base de tres metros más. Si consideramos la explanada sobre la colina en la cual está situada, su altura se eleva a 51 metros sobre el nivel del mar, lo cual posibilita ver el Cristo de La Habana desde diferentes puntos de la ciudad.
En 1956 se presentó la convocatoria al concurso El Cristo de La Habana, y se creó un Patronato para recaudar fondos y sufragar la ejecución del proyecto ganador. Jilma mostró su boceto al certamen, triunfó y luego vendrían largas discusiones sobre la altura que debía tener la figura hasta aceptar la propuesta de 20 metros de alto.
La escultora marchó a Italia, donde permaneció cerca de dos años, para atender cada detalle del proceso de construcción en 600 toneladas de mármol blanco de Carrara.
Después de recibir la bendición del entonces Papa Pío XII, comenzó la travesía hacia Cuba. El barco que condujo las piezas zarpó del puerto de Marina, en Carrara, a mediados de 1958. El montaje se inició a principios de septiembre, y para ello se necesitó la fuerza de 17 trabajadores, auxiliados por una grúa.
A su regreso, la artista trajo consigo un bloque adicional de mármol, por si algún día hacía falta, lo que en efecto sucedió poco después. Ella misma contó cómo una noche del año 1961, mientras veía el noticiero de televisión, le subió la presión arterial hasta casi provocarle un infarto tras escuchar que un rayo había impactado y perforado la cabeza del Cristo. Salió temprano rumbo al sitio, donde pudo ver el boquete en la pieza ubicada en la parte posterior de la cabeza, de allí fue a la tienda La Época, adquirió la cantidad de vinyl para hacer un gorro y luego cubrió la escultura hasta el cuello. Los bomberos de la calle Corrales le facilitaron un carro con escalera alta, y ella misma subió y reconstruyó el segmento dañado, temiendo que la lluvia penetrara y oxidara la armazón interior de hierro. Aunque trabajó con premura, la reparación tardó unos cinco meses.
Al año siguiente, una segunda descarga estremeció nuevamente la cabeza, y luego, en 1986, sobrevino la tercera. Para entonces, ya Jilma no podía repararlo con sus manos, y comenzó las gestiones. Pudo dialogar con el líder de la Revolución, Fidel Castro, y este encargó a la Empresa de Monumentos de la capital la reparación inmediata, y ponerle también ¡al fin!, un pararrayos.
La autora es periodista de la Redacción Nacional de Prensa Latina.