Humberto Guzmán
Al final de diciembre de 2011 vi en una pequeña sala de la Cineteca la película Alucardos: Retrato de un vampiro, dirigida por Ulises Guzmán, hecha a manera de documental indirecto acerca de Juan López Moctezuma y su película mítica, Alucarda, la hija de las tinieblas (1975), protagonizada por Tina Romero, que parece que se ha perdido. Lo primero que se me vino a la cabeza, mientras veía Alucardos, fue que al final de los años sesenta o principio de los setenta conocí a Juan López Moctezuma (1932-1995) cuando dirigió y actuó una obra de teatro en la Casa de la Paz. Si mal no recuerdo era El zoológico de cristal, de Tennessee Williams. Me dejó buena impresión. Luego lo escucharía en Radio unam en su programa “Panorama del jazz” (el primero dedicado al jazz en Hispanoamérica, 1960-1973), seguido por “El jazz en la cultura” y al final de su vida un radio teatro de largo y extraño nombre: “La llave, la nave, la clave, el ave del tiempo”. Imposible no recordar éste último, porque el 23 de febrero de 1992 escuché en él tres cuentos de mi libro Seductora melancolía (1989), dramatizados por su voz extraordinaria, con fondo musical ex profeso. Pero además de actor, director de teatro, conductor de radio y televisión, fue productor, guionista y director de cine y relatos de terror o de misterio. Y él mismo debió haber sido acosado por el terror, uno interior, según se ve en la película de Ulises.
El terror en la literatura y el cine es parte de lo fantástico. Siempre me ha extrañado que en México, un país que presume de tener una alta imaginación, un buen catálogo de leyendas y tradiciones y que “se ríe de la muerte”, no tenga ni un verdadero sentido del humor (no se ríe tanto de la muerte sino que la solemniza o hace una burla grotesca de la calaca) ni verdadero aprecio para producir un arte fantástico, terrorífico. En Pedro Páramo (1957), de Juan Rulfo, no hay risa por la muerte, tampoco es una tragedia, más bien se acepta estoica, fatalmente, y tampoco es de terror, aunque sí una novela de fantasmas. Encuentro algunos elementos sobrenaturales en los cuentos de Amparo Dávila; algo de lo fantástico en los de Francisco Tario; los vampiros de Carlos Fuentes. Pero propiamente terror, no hay. Empero, parece que existe cierto número de películas con intenciones de terror pero sin mucha presencia. Recuerdo El vampiro (1957), de Fernando Méndez; Santo contra la mujeres vampiro (1962), de Alfonso Corona; Sobrenatural (1996), de Daniel Gruever; Kilómetro 31 (2007), de Rigoberto Castañeda; El escapulario (1968), de Servando González; Hasta el viento tiene miedo (1968), de Carlos E. Taboada; las de Guillermo del Toro, que son más de imaginación en un contexto estadounidense; La llorona (1931), de Ramón Peón, se dice que es la primera en el género; o El fantasma del convento (1934), del gran Fernando de Fuentes que también tiene una Llorona (1934); Pedro Páramo (1967), de Carlos Velo, que no es de terror y la lista aumenta. Sin embargo, no hay un culto, un género, un gusto por el miedo en México. No existe un mercado, dicho directamente.
De modo que en este panorama, es notable la obra cinematográfica y radiofónica de Juan López Moctezuma. Después de producir las películas de Jodorowsky, Fando y Lis (1967) y El topo (1969), fantásticas y no de terror, de las que pudo haber tenido alguna influencia en el tratamiento de las suyas, viene La mansión de la locura (1971), Mary, Mary, Bloody Mary (1974), sigue Alucarda, la hija de las tinieblas, que ya es rastreada por algunos simpatizantes que no entienden por qué no se puede encontrar. Termina con El alimento del miedo (1993) y Yo el vampiro (1993), entre otras. Con las citadas ya se podría hacer un homenaje a Juan López Moctezuma en la misma Cineteca.
Aquí es donde tiene su mayor importancia la película de Ulises Guzmán, Alucardos: Retrato de un vampiro, realizada en 2010 y llevada a las salas en 2011, con varios premios y menciones en su haber. En la primera parte no estaba seguro de cuál era el sentido real de la película, si era la vida con un desarrollo trágico de Juan López Moctezuma, incluso en momentos se le reconoce como El Vampiro, o la de esos dos admiradores suyos que aparecieron al final de su vida, Lalo y Manolo. Según se cuenta en la película, éstos investigaron a López Moctezuma hasta hallarlo confinado en un centro psiquiátrico. Fueron allí y de una manera casi irreal atendieron a un pedido del enfermo, que les dijo con voz profunda, “sáquenme de aquí”. Lo hicieron y lo llevaron a un sitio como un cuarto de azotea en donde nadie podría seguirle la huella. En ese cuarto le proyectaron lo que tenían de Alucarda, luego lo llevaron a los escenarios reales del filme, lo que al principio fue una revelación para López Moctezuma, dado su malestar mental, pero al final lo recordó todo paso a paso. Entonces, ya sabía yo que era la historia documentada y “ficcionada” de López Moctezuma, con las actuaciones de los personajes-narradores de la vida real que he señalado, representados por actores, que, para mayor énfasis, cuentan su propia vida y cómo fue el efecto de Alucarda en ella. Por otro lado, hay un presentador, El Vampiro (el propio personaje), que habla, a manera de espectáculo de cabaret, de lo horrible que es la vida, con fondo musical de jazz en vivo, como lo hubiera hecho López Moctezuma. Esto es un hilo conductor de la narración cinematográfica.
Por sus propias personalidades, Lalo y Manolo roban cámara y por momentos me hicieron pensar que de ellos (los Alucardos) se trataba la historia. Se corrió el riesgo de que Juan López Moctezuma (El retrato del vampiro) quedara sólo como comparsa. Exactamente al contrario de la intención de Ulises Guzmán, que quiso redescubrir al director de películas de terror —un tanto gore, un tanto de imaginación loca, otro tanto con el aprecio que éste le tenía a la mitología vampírica.
El vampirismo y el terror sobrenatural no es otra cosa que el miedo ancestral de los humanos a lo desconocido, ante su pequeñez y enorme desamparo cósmicos y a la noche eterna. Pero de lo que vi en Alucardos: Retrato de un vampiro, apoyado por los cortos de Alucarda que forman parte de la narración, percibo la tragedia de un vampiro, el mismo Juan López Moctezuma, vencido por la realidad (lo llevó a la locura). Con lo cual se cumplió, valga el humor negro, con el designio divino de la lucha del bien y del mal, en la que siempre termina victorioso el primero. ¿Qué fue lo que le llevó (derrota divina) a las profundidades de las tinieblas en llamas del infierno? Cuando despertó en ese cuarto de azotea perdido se preguntó el personaje, asustado: “¿Dónde estoy? ¿Ya llegué al infierno?”. Los motivos biográficos quedaron en secreto (el misterio) en Alucardos: Retrato de un vampiro. Y sólo se vio su caída al infierno en vida.
Finalmente, Ulises Guzmán cumplió su proyecto de retratar al vampiro, un individuo desgraciado en realidad, como debe terminar toda criatura del mal (me refiero a los vampiros, no exactamente al verdadero López Moctezuma, desde Drácula, 1897, de Bram Stoker, que lo definió; aunque sus antecedentes datan desde El vampiro, de J. W. Polidori, de 1819), de acuerdo con las normas no escritas de la mitología vampírica. En la película de Ulises Guzmán, El Vampiro alimentó a aquellos fieles seguidores, Lalo y Manolo, y éstos crearon la imagen cinematográfica de Juan López Moctezuma. Alabado sea el Señor.
