Carlos Olivares Baró
A Love Supreme, cántico que derrama pautas inusitadas sobre el tiempo. Pocas veces el jazz ha inundado con tanta hondura los contornos de la clemencia jubilosa, los fragores de la letanía, los preludios de la noche, la grieta enramada de la nostalgia. Jonh Coltrane (1926-1967) —pasmado por una interpelación de Dios— responde con un desfile de notas de instigación dilatada. Hay un niño que silba en los vértices de la cadencia: hay una muchacha que solloza en las esquinas de los acordes: hay un aguacero que germina de los resoles místicos de la intemperie. Dicen que Coltrane se trasmutaba cuando ejecutaba la Parte 3 (“Pursuance”): cerraba los ojos y del sax tenor salían piedades sucesivas. Búsqueda de la pureza en una Suite de libertades armónicas que revelan cambios en la futura música de Trane. / Cuarteto conformado por John Coltrane (sax tenor), McCoy Tyner (piano), Jimmy Garrison (bajo) y Elvin Jones (batería). Diciembre, 1964: estudio de Rudy Van Gelder, New Jersey. Hace 47 años el jazz se tiñó de misericordias: Wynton Marsalis retoma los fragores, restituye —renovado y fastuoso— uno de los instantes armónicos cardinales del jazz del siglo XX.
La Lincoln Center Jazz Orchestra y Marsalis conceden, en toda su arrobada delicadeza, una de las composiciones vitales del jazz contemporáneo, A Love Supreme. El músico saxofonista de Carolina del Norte legó piezas de obstinada perfección en los conformes (“My Favorite Things”, “Giant Steps”, “Afro Blue”, “Naima”, “Equinox”, “Tunji”, “Ogunde”, “Bessie’s Blues”…); pero posiblemente —por la desbocada sutileza rítmica de sus cuatro partes y la dimensión espiritual de sus propósitos armónicos—, una de las más contemplativas es, precisamente, la elegida por el trompetista sureño para el álbum Lincoln Center Jazz Orchestra/ with Wynton Marsalis/ A Love Supreme (Palmetto Records).
La sonoridad de la Lincoln Center se finca en cuatro trompetas, cinco saxofones, tres trombones, piano, bajo y batería: dirección artística del carismático Wynton Marsalis (Nueva Orleans, 1961). Big Band con apego a la tradición y capacidades para brindar conciertos de pop, gospel o bluegrass, su postulado descansa en el neoclásico, la recreación “modernista” del bebop y técnica de impecable swing.
Marsalis abandera un jazz acústico apegado a las modalidades pretéritas y ejerce una labor crítica y marcial contra la vanguardia: los ejecutantes avant jazz lo acusan de retrógrado; él, por su parte, considera que el trabajo musical de Zorn, Taylor o Zawinul, por sus pensadas improvisaciones, no entra en los cánones jazzísticos. Vieja discusión entre tradicionalistas e innovadores que nunca termina. “La mente pide innovación, el corazón tradición” se justifica, el hijo de Nueva Orleans, alegando que se lo oyó decir a Paco de Lucía.
La suite A Love Supreme no es una obra que se inscriba dentro de los espacios tradicionales; muy al contrario, la emancipación armónica de sus secciones apunta a la vanguardia poshardbop con guiños al free de Coleman y Cherry. El arreglo orquestal para este álbum respeta el tono espiritual coltraneano con desplazamiento a una suerte de “oratorio instrumental” que los metales ejecutan con precisión. “El alma queda atada a las raíces, pero existe la necesidad imperiosa de descubrir nuevas cosas”, ha declarado el director de la Lincoln Center. Esta versión remoza el sonido Trane e introduce al autor de “Impressions”, por vez primera, a la colorida dicción de la Big Band.
En los movimientos “Pursuance” y “Psalm” las vibraciones orquestales logran dibujar plazas de fantasías armónicas en consumadas elucidaciones instrumentales y desbordado “amor supremo”. Riffs resonantes de una sección de metales punzante y cuidadosamente estridente. Revisamos la grabación de 1964 que hiciera Trane para el sello Impulse!: nos instalamos, por partida doble, en el reino de la pureza. El jazz es mejor que la vida: quien lo dude que se sumerja en este fonograma de Marsalis con la Lincoln Center Jazz Orchestra. El amor legítimo es supremo.


