Basura: desidia colectiva
No existe remedio contra el mal,
cuando los vicios se convierten en costumbre.
Séneca
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
La apocalíptica imagen del Hemiciclo a don Benito Juárez circundado por una montaña de desechos evidenció la fragilidad de nuestra seguridad sanitaria y nuestra carencia colectiva de urbanidad.
Hechos similares han puesto en severos predicamentos a gobiernos y regímenes desde la antigüedad. Baste recordar que hace más de 2 mil 500 años, los patricios romanos accedieron a que los plebeyos tuviesen un representante en el Senado ¾el Tribuno de la Plebe¾, merced a una huelga de servicios básicos de dos años de duración, que inundó Roma con todos sus desperdicios.
El desenlace de tal tensión no sólo redituó en lo político al pueblo llano, sino que generó plena conciencia en los gobernantes de la importancia de la seguridad sanitaria como parte sustantiva de la gobernabilidad, a grado tal de que el sistema de recolección y reciclaje romano ¾lamentablemente abandonado a partir del Medioevo¾ es mucho más avanzado en contraste con las acciones ecologistas de fines del siglo XX.
Prueba de ello es el Monte Testaccio, montículo artificial generado por la acumulación de las enormes ánforas belgas a través de las cuales se transportaba el necesario aceite de oliva proveniente de Híspalis.
El sistema romano de recolección y reciclaje obligaba a los romanos a separar sus desechos y entregarlos a los carros estercolaris, cuyos conductores depositaban lo pudrible en el estercolero, lo reciclable ¾generalmente utensilios de barro¾ en los alfares, y en los depósitos de madera y de mármol sus correspondientes desperdicios a fin de que se reutilizaran para satisfacer el irrefrenable consumo de la capital del Imperio.
Las civilizaciones originarias de Mesoamérica dieron muestras de una profunda cultura de respeto a lo que hoy llamamos ecología. Tocante al manejo de los desechos generados por la gran México-Tenochtitlán es menester reconocer que su limpieza ¾en particular la del Gran Tianguis de Tlatelolco¾ sorprendió tanto a Cortés, como a Bernal Díaz del Castillo y al Conquistador Anónimo.
Sin género de dudas, una de las más lamentables pérdidas derivadas del avasallamiento español fue la concepción del espacio colectivo como una expresión de la vida en comunidad y su obligada sujeción al orden armónico.
Esta visión de equilibrio se suplió por el utilitarista enfoque mozárabe del efímero usufructo del espacio como zoco, es decir sitio de regateo, concepto entendible en el desarrollo de una cultura de mercaderes nómadas, para quienes la convivencia armónica entre comprador y vendedor era innecesaria.
Esta deformación del concepto y del uso del espacio urbano se injertó en la sociedad novohispana como un mal necesario. A pesar de edictos, proclamas y actos de represión, el manejo responsable del espacio público de la urbe ha sido ¾y por lo que se ve seguirá siendo¾ un obstáculo insuperable para inculcar en el individuo y en la colectividad una cultura de respeto al espacio común, como sitio de encuentro y disfrute social, y no como escenario del agandalle y la barbarie, actitudes que además de ir en detrimento de la esencia de la urbe incrementan los riesgos para la seguridad de la propia población.
Esta madrugada del 5 al 6 de enero, la indignante situación de la Alameda fue replicada en el Eje 1 Norte ¾vialidad que limita a los históricos barrios de La Lagunilla y Tepito¾, en donde millares de padres de familia acuden a adquirir los regalos de Reyes, tradición comercial que ¾al igual que la concentración de Santa Closes en la avenida Juárez¾ genera toneladas de basura cuyo origen es la irresponsabilidad de todos y cada uno de los que despreciamos los espacios públicos haciéndolos tiraderos de la colectividad.
A ello debemos sumar la desacertada decisión de la autoridad capitalina al facilitar que el servicio de limpia y recolección se transformara en rehén político de la oposición, debido a la presión ejercida por el cierre del Bordo Poniente, y a la falta de un verdadero proyecto alternativo para cumplir con ese compromiso, que le orilló a tomar una acelerada y costosa solución ante el rechazo de municipios circunvecinos para recibir en sus rellenos sanitarios parte de la basura irresponsablemente abandonada por nosotros los capitalinos en las calles de nuestra ciudad.
Como sociedad, las imágenes de la basura circundando nuestra vida nos deben hacer reaccionar, nos deben obligar a modificar nuestra inveterada conducta de tirar la basura en la vía pública, nos debe compeler a remediar que ese vicio se siga viendo ¾como sentenció Séneca¾ como costumbre.
No hacerlo es garantizar que muy pronto el estercolero inunde nuestras vidas por pura desidia colectiva.