La sequía no sólo ha alcanzado niveles de tragedia en el campo sino en la política mexicana.

La grisácea aridez que hoy existe en las tierras de cultivo es igual no sólo al aburrimiento, sino al vacío de ideas que han caracterizado los recientes debates entre los precandidatos del PAN a la Presidencia de la República y los precandidatos del PRD a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal.

Ni siquiera el ex secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, en su papel de kamikaze calderoniano, o el siempre protagónico Gerardo Fernández Noroña lograron atraer la atención de un electorado que tiene miedo, pero no entusiasmo por el 2012.

El debate como espacio para comparar ideas y exhibir las habilidades de los candidatos se ha puesto de moda. El mismo Andrés Manuel López Obrador, candidato de las izquierdas, acaba de proponer al Instituto Federal Electoral que en lugar de spots por radio y televisión se realicen 12 debates a lo largo de las campañas.

Cabe, sin embargo, preguntar: ¿algunos de los contendientes y de los mismos medios de comunicación que participan en la organización y difusión de esa práctica saben lo que significa debatir?

Evidentemente, no. El problema no sólo radica en la técnica del debate, sino en lo más importante: en los contenidos.

Los aspirantes del PAN a Los Pinos: Josefina Vázquez Mota, Ernesto Cordero y Santiago Creel pueden pasar a la historia como los “tres generales”, y no porque tengan estrellas ganadas en el campo de batalla, sino porque su conocimiento del país padece el enanismo de la trillada generalidad.

Lo mismo sucedió con los competidores a la jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Todos brillaron por la falta de un proyecto integral y modernizador de la capital del país. Preocupados siempre por garantizar a sus jefes que ¾de ganar la interna¾ serían  fieles recicladores de una opaca política social que sólo ha servido para ocultar patrocinios electorales.

Un debate sin contenidos, ideas nuevas y contrastantes no es debate.

Lo que presenciamos en el proceso electoral del 2006 fue “guerra sucia”, y lo que veremos en el 2012 será una disputa pantanosa marcada por la ofensa y el escándalo.

¿Y el debate? No estaría de más que los candidatos a la Presidencia de la República y al Gobierno del Distrito Federal vieran una película que lleva por nombre, precisamente, El gran debate. Es la historia de Melvin Beaunorus Tolson, un maestro, poeta y ensayista de raza negra, que enseña a sus alumnos a defenderse de la opresión y la discriminación racial a través de la palabra.

Para ello, claro, los obligó a prepararse, a no caer en generalidades, en lugares comunes, estereotipos o satanizaciones que no resisten el menor análisis.

Los debates internos que se han realizado hasta hoy en el PAN y en el PRD sólo han servido para ahondar el estado depresivo nacional. La pequeñez de las ideas contrasta con la urgente necesidad de tener una propuesta de país que por su profundidad y dimensión, originalidad y audacia, despierte, cuando menos, emoción entre los electores.

¿Alguna vez se dará en México el gran debate?