Más violencia

Teodoro Barajas Rodríguez

Los griegos, arquitectos de la antropología social de Occidente, tenían un río del Hades al que llamaron Leteo, que es sinónimo del olvido. A veces nuestro país parece que bebió de golpe los afluentes de esa agua porque la desmemoria cunde. La violencia en Michoacán se resiste a olvidarse por muchos significados, porque camina de la mano con la impunidad; este 9 de enero 13 cadáveres fueron literalmente apilados en el municipio de Zitácuaro, se trata de hechos, escenas y radiografías del crimen que nunca antes se registraron en esa magnitud.

La violencia parida por la inseguridad comenzó a detonar de manera alarmante desde las granadas que rasgaron los festejos del 15 de septiembre de 2008, epílogo del grito e inicio de una descomunal tragedia que suprimió de tajo una sosegada noche para volverla apocalíptica.

De ahí a la fecha Michoacán ha enfrentado serios problemas que van directamente en menoscabo de la certidumbre, se trata de renglones torcidos que destruyen los caminos antiguos que dibujaban una convivencia pacífica en términos generales.

A todo esto, los gobiernos en sus diferentes ámbitos de competencia han quedado cual morosos, a deber.

Que a Michoacán le iría muy pero muy bien fue una promesa del presidente Felipe Calderón; al final esas expresiones quedaron como un registro más de la demagogia que significa nada.

El gobierno estatal ha sido rebasado una y muchas veces más, al final el gobernador Leonel Godoy Rangel ha señalado que no le compete lo relacionado con los ilícitos del fuero federal; el mandatario michoacano es especialista en derecho penal, sabe de lo que habla pero no es la respuesta que la sociedad esperaría, porque puede haber coordinación, en flagrancia de los delitos se puede y debe actuar. Porque las expresiones de Godoy Rangel parecen dejar a Michoacán en la indefensión.

Los últimos años en esta entidad en la que se sembraron las bases fundacionales del Estado mexicano lo destacado ha sido el distanciamiento entre los gobiernos federal y estatal. Sin embargo, más allá de los cálculos políticos así como disensos entre los actores gubernamentales Michoacán padece la inseguridad con todo lo que ello representa, que lo podemos sintetizar con una palabra: atraso.

La sombra ominosa del terrorismo ya estuvo presente en esta entidad, ello evidencia las estrategias fallidas de la guerra contra las bandas criminales, fue aquí que a raíz de ello comenzó el operativo conjunto para declarar la guerra a ese escurridizo poder fáctico.

Como puede apreciarse, las tácticas y estrategias no han sido suficientes porque el problema de la violencia ni desaparece ni disminuye, esos coletazos del crimen son la descripción de una patología, de un tumor canceroso que se expande. No se trata de especulaciones ni tópicos de índole partidista porque es una realidad que se convierte en argumento negro que trasciende la ficción.

Nadie puede profetizar qué ocurrirá posteriormente en el renglón torcido de la inseguridad, en las pasadas elecciones la prioridad primera de un alto número de electores fue el relacionado con este tema.

El miedo cabalga por Michoacán, en sus numerosos caminos, la realidad describe objetivamente el empoderamiento de la impunidad, de eso no puede haber dudas.