Ricardo Venegas
Para Liza
Desde Los demasiados libros (1996), Gabriel Zaid insistió en la importancia de la lectura como hábito, sobre todo en los estudiantes de las universidades que escriben tanto y leen muy poco (salvo lo que la obligación académica les impone): “Lo cual implica (porque la lectura hace vicio, como fumar) que nunca le han dado el golpe a la lectura” (Zaid, sic).
Con la publicación de La poesía en la práctica (1985), Gabriel Zaid abordaba desde el ensayo una de sus más caras preocupaciones en un planeta de escasos lectores: la distancia que hay entre el mundo pragmático y la idea de éste sobre la poesía. Tendemos a creer que la poesía es algo ligado a la inutilidad (como vano puede parecer el hábito de leer) y, aclara el bardo, en realidad todo se mueve por ella.
Un fenómeno de actualidad en las escuelas y facultades de letras es el de la paraliteratura, textos de análisis literario que abren perspectivas y muestran contextos, puntos de referencia y comparación. El estudiante recurre con más frecuencia a ésta para no abordar la obra en sí con el afán de ahorrar tiempo y esfuerzo. Esto sugiere que hoy conocemos más un gran poema por lo que otro escribe que por la impresión directa de un lector ¿honesto? Sabemos más sobre la obra por la opinión de otros que por la experiencia propia del viaje de la lectura. ¿En dónde queda esa experiencia personal? Algo similar sucede con la vida de un autor. Se lanzan juicios inmerecidos sobre escritores relacionándolos con su biografía y se les conoce prejuiciosamente.
Un escritor inglés dijo: “desconfía de los que escriben más de lo que leen” (esto me recuerda los cyber cafés).
No es extraño que un poeta ejerza una defensa de la lectura y predique con el ejemplo. El nombre de Gabriel Zaid es ya un icono en la formación de varias generaciones que han conocido la Asamblea de poetas jóvenes de México (1980) o el Ómnibus de poesía mexicana (1971), sendas ediciones que muestran panoramas iluminadores de tradición y actualidad de la poesía mexicana.
Si son pocos los poetas que hoy practican las formas clásicas como el soneto, es tal vez porque la “tradición de la ruptura” sigue viva y, por qué no decirlo, parece haber un rechazo —¿desconocimiento, miedo a la contaminación?— hacia la arquitectura de los catorce versos que, nos lo recuerda Lope de Vega, “dicen ser soneto”, sobre todo en los poetas de las generaciones más recientes. No quisiera aventurarme diciendo que esta es la década del verso libre o que la prosa haya encontrado su mejor expresión en el verso (Arreola encontró en la “varia invención” un punto catártico de lo inclasificable), pero la ausencia de la forma clásica lo confirma.
Celebro que Zaid sea un personaje que huye de las cámaras, de los cocteles y de las farándulas literarias; ésta es, sin duda, una de sus mejores enseñanzas: estar en la obra propia (y ser descubierto en ella) es todo lo que un escritor debe hacer.
