El valor de la oportunidad, secreto del poder

José Elías Romero Apis

En el famoso libro de Antoine de Saint-Exupery se cuenta de un rey sabio que había logrado obtener mando sobre los astros. De esa manera le ordenaba al sol que saliera o se ocultara y éste le obedecía con la mayor docilidad. El secreto de su poder tan sólo consistía en aprovechar la oportunidad. La orden de salida la daba al amanecer y la de ocultamiento, al atardecer. Con ese astuto método, sus mandatos eran acatados sin excepción.

Este cuento en una de las reglas más importantes de la vida común y, de manera particular, de la vida política. Ordenar a los hijos lo que pueden hacer. Ordenar a los colaboradores lo que saben hacer. Ordenar a un proveedor que nos traiga lo que nos quiere vender. Eso representa, por lo menos, la mitad del éxito en el cumplimiento de nuestros requerimientos. Lo contrario casi asegura nuestro fracaso.

Así, también, sucede en la vida política. Cada vez que el más poderoso de los gobernantes de la tierra le ordene al más humilde, miserable y débil de los habitantes del planeta que se convierta en sapo, éste lo desobedecerá sin que aquél tenga más remedio que tragarse el desacato de tan infeliz espécimen.

Por eso es de políticos inteligentes prometer lo que va a suceder. Eso los viste de adelantados, vanguardistas y hasta visionarios. Llevar al pueblo hacia donde quiere ir. Eso los pinta de guías, líderes y hasta caudillos. Demandar lo que, de cualquier manera, se nos va a surtir. Criticar lo que, de todos modos, se va a suprimir. Anticipar lo que, de toda suerte, va a llegar. Pero nunca ir a contracorriente con la lógica más elemental de la vida individual y colectiva.

Francisco I. Madero convoca a la Revolución Mexicana cuando ésta es ya inevitable. Miguel Hidalgo hace lo propio con la Guerra de Independencia. Los reformadores son un caso similar. En otras latitudes pasó lo mismo. Julio César no inventó el Imperio romano. En realidad éste ya existía. Lo que César hizo fue identificarlo y reconocerlo. Tuvo el mérito de ser el primero en darse cuenta. Los equivocados creyeron que tan sólo con matarlo se evitaría el futuro. Pero, con César o sin César, Roma sería imperio.

 Luis XIV no inventó el Estado moderno. Este ya era una consecuencia de la evolución histórica. Los decretos abolicionistas de Abraham Lincoln fueron propiciados, paradójicamente, por los secesionistas. Si hubiera abolido la esclavitud antes de la Guerra de Secesión, lo habrían derribado sus propios seguidores. Y para Adolfo Hitler, llevar a la guerra a la Alemania nazi fue más fácil que la tabla del uno.

Ese es el valor de la oportunidad, para el bien o para el mal. Tomemos un ejemplo de nuestros días. Andrés Manuel López Obrador ha usado como tema “la no privatización de Pemex”. Este es un debate imaginario porque nadie quiere privatizarlo, ni nadie lo ha propuesto, ni nadie lo ve como solución. El resultado final es que Pemex no se privatizará. Pero López Obrador andará diciendo que no se privatizó porque él se opuso. Que los mexicanos le debemos a él que aún tengamos empresa petrolera.

Así lo hará en muchos otros temas. Obtendrá un rédito político y quizá hasta electoral a partir de un astuto engaño. Podría presumir que a él lo obedecen hasta los astros.

Por eso sus contrincantes tienen que aplicarse al contraataque, comenzando por el desenmascaramiento. No me corresponde a mí dar consejos o buscar las soluciones.  Nadie me ha solicitado mis lecciones y, para mi fortuna, todavía soy muy tímido para andarlas dando sin que me las pidan.

Por último, si todo lo anterior parece muy complicado o muy caro, podrían utilizarse astucias similares a las de López Obrador: oponerse a la reforma del Estado, enfrentarse a una reforma educativa, encararse contra una transformación judicial, sublevarse contra una reordenación de concesiones o contraponerse a una reforma agropecuaria. Con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros, todo ello no se dará en el corto plazo y podrán decir que “lo pararon a tiempo”.

 

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