¿Nos casamos?


Guadalupe Loaeza

Si tuviera que dejar definitivamente el Distrito Federal por diversas razones, me iría a vivir a Oaxaca. Si me dieran a elegir un estado de la república para que lo estudiara y descubriera hasta su último rincón, escogería Oaxaca. Si me ganara la lotería y tuviera que invertir mi dinero en bienes raíces, compraría una vieja casa en la parte vieja de Oaxaca. Si tuviera que huir de mis enemigos, me ocultaría en cualquier municipio de los casi 600 que tiene Oaxaca. Si por azares de la vida, me viera obligada a pedirle la mano a una de nuestras tantas y bellísimas ciudades mexicanas, sin pensarlo se la pediría a Oaxaca. Una vez que le hubiera dado cita en cualquiera de las bancas de la Plaza de Armas, le diría algo como:

*

Mi queridísima Oaxaca, permíteme decirte que después de haberte palpado, comido, paseado, pero sobre todo, admirado a lo largo de tres días, he llegado a la conclusión, que estoy perdidamente enamorada de ti. Me quiero casar  decontigo. Te suplico que no me contestes en seguida. Piénsalo. ¿Cómo puedo estar tan segura de mis sentimientos? Porque a pesar de que no te he tratado mucho (nada más he estado en Oaxaca en tres ocasiones), siento que te advierto lo suficiente para darme cuenta de todo lo que vales. Mi intuición, que casi nunca me falla, me dice que me harías muy feliz. Sin hipérbole te puedo decir que me encantaste. Qué tanto me habrás encantado con tu magia que sigo, literalmente, en-can-ta-da de tu gente; del color de tu cielo; de la seda de tus rebozos; de la fantasía de tu artesanía; de la diafanidad de tu aire; de tus platillos tradicionales; de tu música; de tus monumentos históricos; de tu museo-convento de Santo Domingo; de tus pintores.

En realidad con quien debería de estar más que agradecida por todo este amor que ahora siento por ti es con la Universidad Mesoamericana, que tuvo a bien invitarme a dar una plática sobre ética y moral. He allí dos conceptos, mi querida Oaxaca, que cada vez nos parecen más lejanos y difíciles de entender. Entre más trataba de darles un poquito de luz apoyándome en las tesis de Adolfo Sánchez Vázquez a propósito de estos dos valores fundamentales para que podamos vivir lo más civilizadamente posible entre nosotros, más me enredaba en mis explicaciones. Llegó un momento en que fue tanta mi confusión, que tuve ganas de proponerles cambiar de tema y hablarles mejor de la profunda inmoralidad y de la poquisísima ética de Raúl Salinas. Finalmente concluí que los adultos estamos mil veces más confundidos que los jóvenes de hoy y que lo mejor sería que no nos hicieran mucho caso para no perturbarlos aún más.

Fíjate, mi querida Oaxaca, que lamenté que mi intervención ante los universitarios hubiera sido al principio de mi llegada, ya que de haber sucedido al final, estoy segura de que hubiera contado con mucho más argumentos. ¿Por qué? Porque en los tres días que te disfruté, tuve tres vivencias que aparte de haberme enriquecido mucho, tienen que ver precisamente con la ética y con la moral. La primera de ellas está relacionada con el pintor Rodolfo Morales. Gracias a mi ángel de la guarda oaxaqueño, Alex Alvarez, se pudo concretar una cita para cenar con el maestro en el restaurant del maravilloso Hotel Camino Real. Cuando lo vi, lo sentí tan familiar que sin el menor empacho lo saludé de beso como si se hubiera tratado de un tío al que hacía mucho que no veía. Lo primero que me llamó la atención fue su mirada. Era como la de un niño triste pero extremadamente curioso. Así mismo me impresionaron tanto su sencillez, como su autenticidad. En la cena platicó acerca de sus proyectos en relación con viejas iglesias y conventos a los que les urge ser restaurados, en especial se refirió a San José Segache, cuya comunidad está tan deseosa de participar con lo que podían que entre todos se llegaron a juntar 50 mil adobes hechos por ellos mismos. El que no está muy convencido es el clero que afirma que lo único que queremos es arreglar las iglesias para hacer museos. No entiendo por qué no nos dejan trabajar tranquilamente si no hacen nada para restaurarlas. Al terminar de cenar, nos propuso ir a su taller que se encuentra en una vieja casona restaurada justo enfrente de Santo Domingo. Allí nos mostró parte de su más reciente obra. Ay, mi querida Oaxaca, no te puedes imaginar cómo me impresionaron sus cuadros; pintados primero en acrílico para luego terminarlos al óleo. Prácticamente en todos aparecen caras de mujeres que bien podrían ser modelos de Modigliani. Muchas de ellas parecen ausentes y muy solitarias. ¡Cuánta soledad se advertía en su mirada! Todas parecían absolutamente dejadas por la mano de Dios. De allí que en muchas pinturas aparecieran brazos extendidos, salidos de los muros o de las ventanas, como pidiendo ayuda. También se ven entre los paisajes de nubes muy esponjadas muchos pies calzados; como si se estuvieran dirigiendo hacia el infinito. En varias de ellas, aparece la iglesia de Santo Domingo como un personaje imprescindible para entender el paisaje oaxaqueño. Estoy segura de que nunca se imaginará el maestro Morales todo lo que provocan sus pinturas. Nunca se imaginará la cantidad de fibras que pueden llegar a tocar con una intensidad casi dolorosa. Esa noche no pude dormir. En mi memoria tenía pegada la pintura de aquella niña en bicicleta que llevaba a sus espaldas un perrito que se veía tan solo como su dueña. ¡Sentí tanta ternura y compasión por los dos que hasta se me hizo un nudo en la garganta! Cuando nos despedimos de él, supe que le daba la mano a un mexicano profundamente moral y ético.

Esa misma sensación tuve cuando comimos con Francisco Toledo. Llevaba una camisa azul súper deslavada; unos pantalones blancos súper arrugados y unos guaraches súper gastados. Fíjate, Oaxaca, que me fijé que Toledo no camina en el suelo, se desplaza como si estuviera levitando, como si flotara. ¿No se tratará en realidad de un ángel salido de uno de los retablos de Santo Domingo? Siendo un genio como es de las artes plásticas, se comporta con tal humildad, que más bien parece un franciscano. Su voz tan varonil contrasta con su mirada de adolescente. Francisco Toledo es guapo. Francisco Toledo es tierno. Francisco Toledo es de a de veras. Francisco Toledo no es rollero, ni prepotente, ni mucho menos, vanidoso. Pienso que si lo fuera, sería totalmente normal. Francisco Toledo siempre se ha preocupado por Oaxaca; por sus artistas jóvenes. El también ha intervenido para que se restauren los conventos. Así lo hizo con Santo Domingo. El también ha defendido el patrimonio de su estado. Francisco Toledo es una persona moral y ética.

Para terminar, déjame decirte, Oaxaca, que cuando entré en tu convento de Santo Domingo, me dije: “¡aquí vive Dios!” Así de restaurado parece un verdadero milagro. Y eso, Oaxaca, lo hicieron artesanos mexicanos. Seguramente todos ellos eran mexicanos morales y éticos. De lo contrario no se hubieran obtenido esos resultados. ¡Cómo me hubiera gustado contarles todo esto a esos alumnos tan deseosos de creer en algo! Les hubiera dicho crean en su Oaxaca, así como Toledo, Morales y todos aquéllos que hicieron posible Santo Domingo. No me queda más que pedirte tu mano y volverte a decir, mi querida Oaxaca, que te quiero y que siempre te seré fiel. De ahora en adelante te visitaré mucho más, al fin que con la nueva carretera estás a tan sólo cuatro horas y media de distancia. Entonces, qué, ¿nos casamos?