Factor de promoción partidista

José Elías Romero Apis

De manera reciente, se ha vuelto a hablar de la miseria extrema que padecen 30 millones de mexicanos. Se nos consuela diciéndonos que nadie se va a morir de hambre ni de sed. Aclaro que nadie ha dicho lo contrario. Yo, por mi parte, estoy consciente de que todavía nadie ha muerto de hambre en América. Pero estoy cierto, también, de que un día comenzará a suceder. El primer americano que muera de hambre será haitiano.

La atención que los gobiernos mexicanos le han dado a la miseria ha sido muy  complicada tanto en lo conceptual como en lo funcional. Cada presidente y cada secretario de Desarrollo Social la entienden a su muy personal criterio. De Salinas y Colosio a Calderón y Félix, pasando por Zedillo y Jarque o por Fox y Vázquez Mota, es muy difícil descifrar el código.

Porque, para algunos con la mejor de las razones, ésa debiera ser la bomba motora del desarrollo, sobre todo en lo regional y en lo específico. El catalizador formidable que pudiera impulsar al Congreso, orientar a la Secretaría de Hacienda y propiciar que Agricultura, Comunicaciones así como muchas otras dependencias se aplicaran, de manera ordenada y coordinada, al progreso económico del país, y, sobre todo, de las familias mexicanas.

Para otros, ésa es una dependencia instalada para paliar los estragos de la pobreza extrema. Para regalar leche o repartirla a precio de subsidio. Lo mismo con tortillas y con  otros básicos para surtir de un mínimo bienestar a los más desvalidos.

Otros más la consideran un factor formidable de promoción política. Para rehabilitar colonias, para generar infraestructuras, para instalar servicios. Para, con todo ello, legitimar un gobierno y un proyecto nacional en beneficio de un partido. Más aún, para nuestra vergüenza, se le ha llegado a considerar como una “posición de partido”.

Pero, hablando de afrentas, hoy sucede que a muchos mexicanos les avergüenza, con sobrada razón, que en nuestro país tenga que existir un ministerio destinado a la atención de la miseria. A corregir o a medio atenuar lo que, a través del tiempo, ha producido nuestra imprevisión, nuestro egoísmo, nuestra indolencia, nuestra irresponsabilidad y nuestra deshonestidad.  Que un país tan rico tenga tantos miserables. Que un país con tantos pobres tenga ricos tan ricos. No me duele que existan ricos. Ojalá hubiera más. Me duele que existan pobres.

Sería muy provechoso que los partidos y las corrientes políticas que hoy son dueños de las decisiones para el futuro mexicano redujeran sus distancias sobre el asunto de la pobreza. Porque cada uno de esos partidos ve la pobreza y la riqueza con distinto posicionamiento ideológico.

Sin embargo, en cuestiones medulares los discursos de los partidos debieran ser coincidentes porque la pobreza mexicana ha traspasado el umbral de lo partidario y se ha instalado en el escenario de la problemática transpartidista de múltiples connotaciones temáticas.

Está claro que la pobreza es un tema esencial de la política y es un tema eminente de la justicia. Considerarla tan sólo como un tema de la economía sin conexión con la política ni con la justicia es condenarla a ser un tema del mercado y no a ser un tema del Estado.

Lo anterior sería y ha sido particularmente grave entre nosotros porque si en algún lugar la pobreza está indisolublemente ligada con la política es en México.

En México, más que en otros países de Occidente, ser muy pobre es, además, ser muy débil. Así como ser muy rico acarrea, casi invariablemente, ser muy poderoso. Para los mexicanos pobres es difícil hasta acceder a los privilegios mínimos de la ley mientras que los mexicanos ricos están asociados hasta con el proyecto nacional de destino.

De esto se desprende una consecuencia gravísima y no suficientemente acometida. El proyecto mexicano de repartos es muy complicado porque  repartir la riqueza en México no solamente implica repartir dinero sino repartir, también, poder. No es un tema de repartición económica sino, también de participación política. No sólo implica distribuir privilegios sino, también, compartir decisiones.

Por eso la democracia mexicana al estilo neoliberal es un mero embuste. Porque la redistribución del poder requiere hacerse desde o hacia los centros neurálgicos del poder.

En fin, creo que muchos mexicanos desearíamos que la Secretaría de Desarrollo Social  fuera transitoria y declinante.

Que el ministerio de la miseria fuera el recuerdo de una época mexicana oscura y pretérita en la que había mexicanos sin empleo, sin vivienda, sin escuela, sin salud y sin esperanza.

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