Democracia real, ¿o virtual?

 

José Elías Romero Apis

Desde luego que todos estamos ciertos de que más vale un buen silencio que un mal discurso. En ello podemos sentir que el vacío discursivo de los candidatos presidenciales pudiera ayudarlos más que perjudicarlos. No estoy siendo irónico ni sarcástico sino, tan sólo, realista.

Todos hemos escuchado que, para algunos, esta veda es ilegal. Para otros, que esta prohibición es una consecuencia de una ley imperfecta que tiene que ser interpretada y aplicada por las autoridades electorales, no siempre acertadas. Otros, más, que es contra natura que los candidatos presidenciales de un país civilizado no puedan hacer campaña electoral. Si hubiera sensatez, sonaría a dictadura. Pero, como no siempre la hay, invita a suspicacia o a lástima.

Como quiera que sea, los mexicanos más importantes del día actual y, uno de ellos, el más poderoso de los próximos seis años se encuentran presos en una mordaza discursiva que se antojaría propia de una tiranía latinoamericana de los años cincuenta, de la región africana de los sesenta o de algún reducto más atrasado que lo imaginable por la actual generación.

Sin embargo, no debemos ser ingenuos. En materia de política, de justicia, de dinero y, quizá hasta de amor, los errores no son involuntarios y, además, suelen ser redituables. Y es allí donde nos preguntamos, ¿a quién beneficia este silencio de los candidatos? No importa, para la política real, quién es el culpable de la autoría sino quién es el beneficiario de la criatura.

Hay quienes dicen que ello beneficia al PRI porque reduce los tiempos de campaña y, de esa manera, podría beneficiarse de la ventaja que ya lleva sobre sus oponentes. Otros dicen, por el contrario, que ello beneficia al PAN, dado que deja como único vocero al gobierno panista, incluso dicen, a través del mismísimo presidente de la república.

No cabe duda de que Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Josefina Vázquez Mota tienen mucho qué decir. No todos estaríamos de acuerdo en que fuera interesante lo que dijera cada quien. Pero allí comienza el filtro de la elección. En la posibilidad de cada ciudadano elector escuchara las sabidurías o las sandeces de los candidatos y, de esa manera, correr sus propios riesgos de acertar o de errar en su decisión electoral.

Sea culpa de una ley dictada por los legisladores, sea consecuencia de una mala interpretación vaciada por los consejeros electorales o sea lo que fuere, lo cierto es que se trata de una degeneración de la vida electoral. Es imprecisa y, además, incomprensible. Por si fuera poco, tiene atemorizados a los candidatos. Es decir, al próximo presidente de México, el cual hoy no quiere ir ni a las taquerías para no hacer enojar a los consejeros electorales, virtuales dueños del futuro electoral mexicano. Aunque algunos dicen que ni tan dueños. Los maledicentes aseguran que no mandan sino, tan solo, obedecen.

Existe la duda persistente, en muchos mexicanos, sobre si la democracia que estamos viviendo es real o meramente virtual.  A diario nos preguntamos, como si se tratara de jugo de fruta, si es natural o es de lata.  Si es un reflejo de la voluntad libre y espontánea de los ciudadanos a quienes, en su conjunto, los republicanos concebimos y referimos como soberanía nacional, o si se trata de un producto de color grato y de sabor agradable pero hecho de compuestos artificiales, combinado con ingredientes adulterados y engalanado con etiquetas simuladas.

Desde luego no soy de los que piensa que la mayor virtud de un sistema político sea su pureza. También, como en los jugos, estoy cierto de que un edulcolorante congelado de alto rendimiento llega a ser más aceptable que un extracto natural recién arrancado a naranjas amargadas o descompuestas.

Pero lo que sí es peligroso es que podemos estar ilusionados o ensoñados con una vivencia artificial que, en el vaso de la confusión, lleva a despertares llenos de decepción y de amargura, tan sólo por no tener en claro el tipo de vida política que estamos viviendo. Si no es para la pureza de un sistema democrático, lo que me parece ineludible de valoración en su esencia, su presencia y su eficiencia.

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