El veto que revivió la Guerra Fría
Bernardo González Solano
Como un ritornelo que aburre, una vez más, unos pocos (poquísimos) ponen en peligro a muchos. La historia se repite en el seno de la ONU, en el Consejo de Seguridad. Situación denunciada en infinidad de ocasiones tanto en este último como en la Asamblea General del organismo mundial, en teoría garante de la paz de la Tierra, pero que en los hechos no cumple cabalmente con el utópico deseo pacifista.
A veces la tarea de la ONU se reduce al título del libro del inolvidable periodista asturiano-mexicano —otro exiliado de la Guerra Civil española— Ovidio Gondi: Las batallas de papel en la casa de cristal. Lo que sucedió el pasado sábado 4 de febrero parece un episodio de la Guerra Fría que se creía terminada hace dos décadas.
El veto de la Federación de Rusia y de la República Popular de China en el Consejo de Seguridad para impedir una resolución de condena contra la sanguinaria represión del régimen de Bachar al Assad al pueblo sirio, originó una seria crisis diplomática entre Washington y Moscú, por ende con Pekín, amén de otras capitales del mundo árabe y de la Unión Europea.
Ahora impusieron su veto —herencia de la Segunda Guerra Mundial, que muchos consideran obsoleta— los rusos y los chinos; en otras ocasiones lo han hecho los estadounidenses, los franceses y los ingleses; todo depende del momento y de los intereses; ninguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad ha dejado de utilizar su derecho de veto. Ya es hora de cambiar muchas reglas de la ONU, pues con frecuencia no opera en circunstancias críticas, lo que no es novedad. A tiro por viaje.
Ni para cuándo acabar
El problema es que la matanza en Siria no tiene para cuándo acabar. Decir que todavía no hay una “guerra civil” es un eufemismo. Varias fuentes aseguran que ya suman más de seis mil víctimas; no sólo adultos, también niños, incluso decapitados. Excepcionalmente, varios países árabes encabezan los esfuerzos para detener la masacre ordenada por Bachar al Assad.
Después de varias semanas de un enfrentamiento diplomático que sin duda dejará huellas en el futuro de las relaciones internacionales, el veto ruso y chino da al régimen sirio manos libres para continuar con la represión que ya casi cumple un año el próximo mes de marzo.
Esta ha sido una de las raras veces en la historia de la ONU en la que los propios árabes —Marruecos presentó la resolución a nombre de la Liga Arabe— solicitaron el respaldo de la organización mundial para facilitar la caída de un mandatario árabe. Más de un diplomático manifestó que el veto de ambas potencias no era contra la ONU, sino contra Occidente. Por lo menos así lo expresó Ahmet Davutoglu, ministro de Asuntos Exteriores de Turquía.
Opina Rusia
Por su parte, Serguéi Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, comentó el domingo 5 de febrero, en Munich, Alemania, durante la Conferencia de Seguridad, que la oposición de su gobierno a la resolución de la Liga Arabe se debió a que el documento suponía “tomar partido en una guerra civil” y “predeterminar los resultados de la transición política… al plantear requerimientos sólo hacia el gobierno y no hacia los grupos armados que aprovechan la protesta para atacar instituciones e intimidar al pueblo sirio”.
Agregó: “Assad no es ni amigo ni aliado de Rusia”, afirmación que provocó muchas sonrisas entre los diplomáticos extranjeros que le rodeaban. Resulta que Moscú cuenta en Siria —en Tartus— con su única base naval militar en el Mediterráneo, amén que el régimen sirio compra abundante armamento de fabricación rusa. Más risas.
Habla China
China, por su parte, suele seguir algunas decisiones rusas cuando se trata de interferencias en las soberanías nacionales. En la misma Conferencia de Seguridad de Munich, el viceministro de Exteriores chino, Zhang Zhijun, respondió vivamente a las críticas del senador estadounidense John McCain a su gobierno, precisando que para Pekín el principio de no injerencia en los asuntos domésticos es sagrado, y que desde luego no tolerará ninguno en los suyos. De otra forma, ¿cómo justificaría el régimen chino la brutal represión en Tibet?
Hillary Clinton
Así las cosas, la secretaria de Estado Hillary Clinton convocó la semana pasada a los países que siguen siendo “amigos de una Siria democrática” a continuar trabajando fuera de la ONU para derrocar a Bachar al Assad.
En términos inusualmente duros, la esposa de Bill Clinton calificó la actitud de Rusia y de China el sábado como una “mascarada”, lo que demuestra el grado de irritación que el proceder de ambos países originó en la Casa Blanca. Sobre todo de Rusia. En pocas palabras, la crisis siria provocó el más fuerte choque entre Washington y Moscú, desde que el presidente Barack Obama llegó al poder.
Sin cuidar las formas diplomáticas, la secretaria de Estado llamó a actuar sin Rusia en Siria, incluso, en contra de Rusia. Hillary dijo en Sofía: “Enfrentados a la realidad de un Consejo de Seguridad castrado, tenemos que redoblar nuestros esfuerzos fuera de Naciones Unidas con aquellos aliados y socios que creen en el derecho del pueblo sirio a un mejor futuro”.
Agregó: “Trabajaremos para dejar en evidencia a quienes todavía financian el régimen y le envían armas que son utilizadas contra sirios indefensos, incluidos mujeres y niños”.
Las palabras de la señora Clinton enfrentan claramente a Estados Unidos y Rusia en bandos opuestos en esta crisis, lo que puede desembocar en consecuencias que superan los límites del conflicto en Siria.
Son múltiples los escenarios —Oriente Medio, Asia, Europa oriental— donde la tensión internacional podría alcanzar efectos negativos. Hasta el probable regreso de Vladimir Putin al Kremlin, sobre todo si lo logra en un ambiente de descontento popular, puede alentar en territorio ruso el resurgimiento de un nacionalismo antiestadounidense, que no sería extraño en la tierra de los zares.
Es el momento en que el presidente Obama tratará de preservar el prestigio de Estados Unidos a todo precio. Es claro que el “último imperio” da prioridad a su papel en la “primavera árabe” aun a riesgo de un desacuerdo con Rusia. El mandatario mulato demostró que puede hacerse a un lado para permitir que un “viejo” aliado, como Hosni Mubarack, caiga en aras de no perder el afecto de la población egipcia. En Libia dejó que la voz cantante la llevara Francia y otros países europeos.
Como sea, hoy por hoy, Rusia y Estados Unidos son rivales, como en la Guerra Fría.
¿Cuestión de tiempo?
Por otra parte, la caída del régimen del presidente Assad —en el poder desde hace casi 12 años— “sólo es cuestión de tiempo”, declaró a fines de enero el director nacional de Inteligencia, James Clapper. “No veo cómo pueda mantener su gobierno en el país”, aclaró el responsable de las principales agencias de inteligencia estadounidenses, incluyendo la CIA, después de una presentación en el Senado, y agregó que este proceso podría tomar “mucho tiempo” debido a la “fragmentación” de la oposición siria.
El director de la CIA, el ex general David Petraeus, dijo compartir la posición de Clapper. Afirmó: “La oposición ha mostrado una capacidad de resistencia considerable”.
Asimismo, si mañana cayera el régimen de Bachar al Assad no cabe la menor duda que serían los islamistas los que tomarían el poder. La venganza contra los alauitas, los cristianos y los drusos sería terrible. La libertad religiosa sería barrida en Siria. No se olvide, la democracia siempre es hija de la reforma, de la evolución lenta, nunca de la revolución violenta.
Sin embargo, la caída del régimen no se dará en un día. El ejército —cuyos oficiales alauitas saben que luchan con la espalda a la pared— no está en caída. Damasco y Alepo, las dos ciudades más grandes del país, no se han levantado en armas, aunque ya ha habido combates. Por miedo al caos, la burguesía empresarial sunita permnece leal a Bachar. En el extranjero, el régimen continúa con el apoyo de Rusia e Irán, como se ha visto. Y los vecinos jordano e iraquí mantienen una cómoda neutralidad.
En tales circunstancias, el presidente Bachar al Assad muy pronto aprendió a utilizar la televisión oficial y la prensa para mostrar en el extranjero y en su propio país una cara “amable”, “religiosa”. El domingo 5 de febrero, la televisión estatal mostró varias imágenes del mandatario represor, en cuclillas, rezando con clérigos musulmanes, incluyendo el mufti sirio —que recuerda al mufti de Jerusalén de la época de la Segunda Guerra Mundial, amigo de los alemanes nazis— y escuchando versos del Corán en una mezquita de Damasco con motivo del cumpleaños del profeta Mahoma. En la guerra y el amor todo se vale.
Imágenes religiosas aparte, el hecho es que el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, el mismo domingo 5, en un comunicado informó que 56 personas habían muerto ese día en actos violentos. La mitad civiles, entre los que figuraban cinco niños. Ya suman seis mil las víctimas en menos de un año.
Rusia y China vetaron la resolución del Consejo de Seguridad. Por eso, los soldados rebeldes aseguran que la única vía para derrocar a Bachar al Assad es por medio de la fuerza. ¿Cuánto durará esta agonía?


