En los recuerdos de doña Piedad Vieyra
Humberto Guzmán
Hace trece años, llegó a uno de mis cursos-taller de escritura creativa que empezaba —los he impartido desde los años setenta—, Piedad Vieyra, una señora de cierta edad, con sentido del humor y llena de vitalidad. Con el desarrollo del curso, salieron a cuento algunas de sus muchas vivencias, las cuales le gustaban para darle forma textual. Escribe tu autobiografía, Piedad, le dije. Escríbela en forma de cuentos, relatos o aun novela. La biografía y la autobiografía también son géneros narrativos que un escritor puede llevar al ejercicio de la literatura. (Hay muchos que pagan a redactores profesionales para que se las escriban, como se da el caso entre los políticos y los artistas de la farándula, pero eso, claro está, no es literatura, muchas veces es tan sólo un medio de prolongar la publicidad y, tal vez, de venderla bien por el escándalo, etc. Las editoriales pelearían por publicar la autobiografía de determinados personajes públicos.)
Un ejemplo diferente de la autobiografía como literatura e historia es el caso de José Vasconcelos y sus cuatro libros del género que dan inicio con el famoso —no leído cabalmente— Ulises criollo. Otro, El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán.
Esto es a propósito de algunas páginas autobiográficas de Piedad Vieyra, que aparecen en una publicación anual de trescientos ejemplares, de circulación interna en los talleres libres que nos acogen, llamada Recaudador literario, presentada en diciembre de 2011. En el breve texto comenta, de manera sencilla, coloquial, que fue novia de un cubano “de lo más simpático”. Este “simpático” muchacho formaba parte de un grupo que, según cuenta, había participado en el asalto al Cuartel Moncada, que fue en 1953. Se reunían en su casa de entonces, en la colonia Santo Tomás, en Lauro Aguirre 157-3, y planeaban regresar a Cuba. En una de estas reuniones ella conoció al doctor Raúl Roa que antes y después de la revolución tuviera altos cargos.
Como tenía que ocurrir, Piedad dice que a veces acompañaba al “simpático” Raúl Rodríguez Santos para visitar a otro joven, que no le parecía tan simpático, porque hablaba hasta por los codos hasta imponerse, llamado Fidel Castro. Éste vivía en un modesto y pequeño cuarto que alquilaba cerca del Monumento a la Revolución, en la colonia Tabacalera, no muy lejos de la revista Siempre! del Jefe Pagés. En la calle Emparán, casi esquina con Juárez, si no me informaron mal. Sólo contaba con una cama, una mesa de madera y algunas sillas. Este joven que no paraba de hablar a Piedad le parecía, además, un “petulante soñador”. Le pregunté por los míticos Che Guevara y Camilo Cienfuegos, pero dijo que no los conoció en esos días de otros tiempos.
En cambio sí recuerda haber visto a Raúl Castro, “un jovencito”, hermano menor de Fidel. Ella, en ejercicio de su derecho a tener pasado y recuerdos, así como una opinión, dicha o escrita, de acuerdo con nuestra democracia —a pesar de quienes la quisieran ver derrumbada, unos, y otros la aprovechen para publicar asuntos con perfiles amarillistas—, escribió estas páginas con sinceridad, sin detenerse en autocensura alguna, que son una parte de su autobiografía que trata diferentes anécdotas vividas en México, Washington y Suramérica.
Porque en México no hay censura como tal —legalmente, desde la Carta Magna—, lo que existe es la autocensura, que es peor. Se da con mayor fuerza, como es natural, por la lucha de poderes —narcotráfico, económico, político, social…
Hilvanando los recuerdos, aumenta el interés cuando la autora cita a un personaje que yo había olvidado porque no se lo menciona (Enciclopedia Salvat y El pequeño Larousse ilustrado) en referencia a la Cuba del período castrista, que es el que recordamos todos, gracias a sus cincuenta y tres años en el poder. Me refiero al ex presidente de Cuba, Carlos Prío Socarrás, que sufrió un golpe de Estado a manos del militar Fulgencio Batista. Según la versión de la autora, el plan inicial de aquel grupo rebelde era volver a Cuba y recuperar el poder. Por eso Prío Socarrás, que radicaba en Miami, vino a México varias veces: solía hospedarse en el Hotel Hilton, recuerda fuera del texto, y se lo veía bien acompañado por la actriz mexicana Chula Prieto, que, por cierto, “murió muy joven”. Piedad supo de alguna manera que no había registro de sus ingresos al país. Entonces, Prío y Castro eran aliados.
Prío Socarrás nació en Bahía Honda, Cuba, en 1903 y fue presidente de su país desde 1948, impulsado por el Partido Revolucionario Cubano Auténtico. Batista le dio el golpe militar en 1952. Curiosamente, según me entero en un artículo de Wikipedia, participó en el derrocamiento de otro dictador, Gerardo Machado. También se señala que, cuando lo derrocaron a él, se fue con su familia “sin defender su gobierno ante el golpe militar”. Años después, se anota: “…regresó de nuevo a Cuba en 1959 para apoyar la lucha castrista contra el régimen dictatorial implantado en una Cuba destrozada económica y socialmente”. “El idilio entre ambos líderes carismáticos” (Prío y Castro), “duró apenas dos años”. En 1961, dice, Prío haría declaraciones en contra de Castro y de su sistema de gobierno; luego apoyaría algunos intentos para derrocarlo.
Pero antes del fin, Prío Socarrás creyó encontrar apoyó en Castro para llevar a buen éxito sus planes de recobrar la presidencia. Dice Piedad en su texto que estos planes avanzaban en México, en las reuniones que se hicieron en su domicilio de la colonia Santo Tomás. “Seguido se reunían en mi casa los jóvenes del Moncada con Raúl y los fines de semana visitábamos a Ninón Sevilla” (estrella cubana “exótica” —como se llamaba entonces a las rumberas— del cine mexicano), “la que cordialmente nos recibía. Había dado instrucciones en su casa de atendernos aunque no estuviera ella. Era muy amiga de Raúl por lo que tuve oportunidad de tratarla con aprecio.”
Piedad declara abiertamente: “Sin querer me involucré con los cubanos y su movimiento, al grado de guardarles en mi casa un baúl grande lleno de armas. Para recogerlas di indicaciones de que la persona que fuera por ellas llegara después de las once de la noche, llevara un clavel rojo en el ojal y preguntara por los juguetes. Pasado un tiempo, de esta manera hice la entrega.”
Este breve y sorprendente relato de Piedad Vieyra termina con dos revelaciones. Una: “Por otra parte el ex presidente de Cuba, Prío Socarrás, que radicaba en Miami, era la persona que financiaba lo que se estaba tramando con el fin de derrotar al presidente Batista, quien a su vez, tumbó a Prío Socarrás. Y de esta manera regresar a Cuba nuevamente como presidente.”
Y dos: “En una de las tantas reuniones en mi casa acordaron, según instrucciones recibidas, la fecha y forma de cómo y de qué lugar iban a salir a Cuba.” (No precisa la fecha.) “Unos iban a salir de Miami, otros de Veracruz y de Cancún, pero Prío Socarrás sufrió un ataque de apendicitis y lo tuvieron que operar.” (En Miami.)
Así que ni tardo ni perezoso: “Fidel Castro se aprovechó de la ocasión, se adelantó y fraguó su entrada victoriosa a Cuba.”
Después del triunfo de la revolución castrista, el simpático Raúl, el novio de Piedad, fue encarcelado, dijo. Desde su nueva morada le escribiría algunas cartas, éstas sí censuradas con seguridad. Luego, no volvió a saber de él. “Carlos Prío Socarrás se suicidó el 5 de abril de 1977”, se dice en “Wikipedia, la enciclopedia libre”.
