Felipe Calderón se encargó de que los tres aspirantes del PAN a la presidencia de la república fueran derrotados a destiempo.

Las reglas de la democracia electoral dicen que una contienda interna debe servir para elegir al mejor y para que el electorado conozca las cualidades y potencialidades de los competidores.

El proceso del PAN resultó ser, sin embargo, un contrasentido. La guerra intestina, cruel y despiadada entre Ernesto Cordero, Santiago Creel y Josefina Vázquez Mota, sólo pudo darse o permitirse por órdenes presidenciales. Era evidente que desde Los Pinos se instigaba a unos y a otros para que la disputa fuera a muerte.

Las declaraciones, los debates, las entrevistas —vinieran de Cordero, de Creel o Vázquez Mota— dejaron ver el rostro del verdadero PAN. No hubo piedad entre ellos. Calderón los llevó, más que a una contienda democrática, a un circo romano. Si esos hubieran sido los tiempos, habría sacado a los leones para que, de una buena vez, se los comieran.

Recurrieron a todo para destruirse, lo mismo al espionaje telefónico que al insulto, a la exhibición de debilidades o a la difamación. Es decir, todo un ejercicio entre demócratas. Porque eso dicen ser y así se venden, como dueños e inventores del humanismo y la honradez.

Pero lo más relevante de la contienda panista es la extraña actitud del presidente Calderón. Aunque fue notoria su intromisión a favor de Cordero —Creel y Vázquez Mota lo denunciaron siempre—, el saldo final resultó ser negativo para todo el partido. En muchos  momentos vino a la memoria la “sana distancia” de Ernesto Zedillo: hacer todo lo necesario —o no hacer nada— para que el PRI perdiera en el 2000 los comicios presidenciales.

Al cierre de esta edición —jueves 2— es difícil saber cuál de los tres o de los dos —Ernesto o Josefina — resultó electo. Lo único cierto, con resultados o sin ellos, es que el más claro perdedor fue el PAN.

Los debates corroboraron la pequeñez e incapacidad de los panistas para gobernar. Las pantallas de televisión mostraron a integrantes de una elite ajena a la realidad social que no pudieron entender el país y su geografía humana, a pesar de haber ocupado altos cargos públicos durante varios años.

Por ello, Vázquez Mota se dedicó a recitar el guión que a todas luces había memorizado; por eso no puede debatir. Por eso también Cordero no crece ni penetra. ¿Cuántos de los 56 millones de mexicanos que viven en la pobreza pueden identificarse con un “joven Starbucks”?

Una de las más grandes frustraciones de Calderón es que no pudo formar cuadros. Conforme se acerca la hora de traspasar los poderes, aumenta la zozobra en un hombre que lleva la desconfianza en los genes. Sabe, además, que el PAN no tiene con quién ganar el 2012 y necesita construir desde hoy un salvoconducto para legitimar la guerra contra el narcotráfico. Ha habido demasiados muertos en las calles y  desaparecidos inexplicables.

Tal vez eso explique, en parte, la inutilidad de la contienda y la “sana distancia” de un presidente que dejó de creer, desde hace tiempo, en su partido.