Juan Barrera Barrera
A los años ochenta en América Latina y el Caribe se les conoce como la década pérdida o la década de la crisis de deuda, ocasionada cuando los países desarrollados aumentaron sus tasas de interés, en especial Estados Unidos, que a través de la Reserva Federal (FED) decidió aplicar una severa política monetaria restrictiva para bajar el índice inflacionario.
Con esta medida la FED provocó una crisis de duda que contaminó a México, su vecino inmediato, y luego se extendió a toda la región latinoamericana. El riesgo de no poder cumplir con el pago de la deuda sacudió a la comunidad financiera internacional ante la amenaza de que otros países pudieran seguir el mismo ejemplo, sobre todo aquellos con problemas de desarrollo.
Intereses asfixiantes
El pago de la deuda externa se ha convertido en el instrumento de las potencias desarrolladas para concretar el despojo de la riqueza de las naciones endeudadas. Entre 1982 y 1996, por concepto de pago del servicio, la región pagó 706 mil millones de dólares, cuando en 1990 la deuda ascendía a 443 mil millones de dólares, provocando un gran retroceso económico y social.
¿Europa, en la misma ruta? Los países desarrollados de la Unión Europea seguramente han recordado en estos tiempos las vicisitudes latinoamericanas de los años ochenta que ellos y Washington desencadenaron con sus políticas financieras devastadoras, reduciendo los índices de bienestar de los ciudadanos.
Crisis de deuda europea
Al igual que los países latinoamericanos en la década de los ochenta, la Unión Europea del siglo 21(en conjunto creció 0.3 por ciento en 2011y este año se espera sea del 0.4 por ciento) sufre las consecuencias de la crisis de deuda: altas tasas de endeudamiento fiscal, extremas políticas de austeridad social que generan alto índice de desempleo, caída del consumo interno, incremento de la pobreza, estancamiento de la inversión extranjera y riesgo social.
Si la mayoría de los países de la Unión Europea no llegan a un acuerdo en marzo (aceptar la unidad fiscal en sus legislaciones que prevé sancionar a los Estados que incumplan en materia de déficit), se pronostica una catástrofe financiera mundial de largo plazo, lo que significaría la década pérdida para Europa.
La crisis de deuda estadounidense (su década pérdida se registró durante las administraciones de George W. Bush) y ahora la de europea confirman que el corazón del sistema de acumulación capitalista, en donde se diseñan los “modelos de desarrollo” para las naciones emergentes, no resisten sus propias recetas y medicinas.
Los países centrales son ahora presas dóciles de las infames calificadoras de riesgo que mantienen a los países de la zona euro con el temor de que los declare insolventes por el posible impago de algunos de los miembros en crisis como Grecia, Irlanda y Portugal. Esto ha ocasionado que se incrementen las tasas de interés en el mercado de bonos, encareciendo los préstamos a los gobiernos.
Latinoamérica, arrastrada por Europa
El Fondo Monetario Internacional ha reconocido que si la crisis en Europa se agrava, el impacto sobre la estabilidad financiera de los bancos filiales de la eurozona en América Latina podría ser mucho mayor. Las filiales mantienen una cuarta parte de los activos de los países latinoamericanos y muchos de esos bancos están adoptando políticas de crédito más conservadoras para reforzar sus balances. La banca española, que sufre crecientes problemas de financiamiento en los mercados, posee 25 por ciento del mercado en México, Chile y Perú.
Aparte de la crisis bancaria en ciernes, la zona latinoamericana podría enfrentar un colapso en su comercio internacional, ya que el 13.1 por ciento de las exportaciones de la región van hacia los 27 países de la Unión Europea y, ante la posible insolvencia, el comercio con el viejo mundo se reduciría sustantivamente.
Los procesos de crisis por fortuna han madurado las posiciones de las naciones periféricas latinoamericanas, que les ha permitido replantear las viejas relaciones con los centros de poder financiero mundial. Se han creado instrumentos de integración y de distanciamiento de la dependencia económica (Consenso de Washington basado en la liberación, privatización y desregularización) mediante organismos multilaterales y regionales como la UNASUR y la recién formada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). La crisis europea sin duda será una dura prueba para la fortaleza latinoamericana, pero sobre todo para la propia Europa que ve desvanecerse lentamente su ideal histórico: la unidad.