El fraude electoral no se comete solamente el día de la elección. Se prepara y se aplica a lo largo de todo el proceso electoral. El operativo para retener la Presidencia de la República ya se puso en marcha y el presidente de la república es el jefe del operativo.

El candidato del PRD, PT y Movimiento Ciudadano, Andrés Manuel López Obrador, se equivoca al considerar que su principal adversario a vencer es Enrique Peña Nieto. No, su competidor más poderoso se encuentra en Los Pinos, dispuesto a recurrir a las prácticas más deleznables de la antidemocracia mexicana para impedir que la ciudadanía expulse a su partido del poder.

Casualmente, López Obrador ha comenzado a recibir el mismo trato que hace seis años recibió el entonces candidato del PRI, Roberto Madrazo.

Hace unos días, el dirigente “azul” Gustavo Madero inició la implementación de una fórmula que en 2006 contribuyó a regalar el triunfo a Calderón Hinojosa. Se trata de comenzar reducir la contienda de tres a dos competidores para facilitar la manipulación de los resultados el día de la elección.

Recordamos, como si fuera hoy, cómo se hizo desaparecer al candidato del PRI de la competencia, incluso de la guerra sucia entre el PAN y el PRD, de las pantallas y las planas de los diarios con el argumento de que no era competitivo. Lo eliminaron varias semanas antes de los comicios para bajarlo en las encuestas y restarle cualquier tipo de autoridad ante los tribunales.

¿A qué ley puede recurrirse para reclamar que un candidato fue ignorado?

Con López Obrador sucede hoy algo parecido. A pregunta directa de varios reporteros sobre el avance de Josefina Vázquez Mota en las encuestas, Madero aseguró que la contienda iba a ser de dos, entre ella y Peña Nieto.

“¿Por qué excluye a López Obrador?”, le preguntaron. “Yo no lo excluyo -contestó el dirigente de Acción Nacional-, lo excluyen las encuestas.”

Hay que agregar a ello, la reciente filtración de un audio que ha sido reproducido en varios medios donde se escucha a López Obrador decir a varios empresarios que hoy tiene “menos vigor” que antes, lo que rápidamente ha comenzado a ser editorializado como síntoma de su cansancio, confirmación de la supuesta diabetes que padece y razón de que ya no sube ni subirá en popularidad.

Si esto es cierto, López Obrador tendría que reflexionar y en su momento decidir qué hacer con el capital político que tiene.

¿Qué debe pesar más en López Obrador, la pasión o la genética? Es decir, ¿qué podría determinar su futura conducta política: su pasional rechazo al PRI o combatir ¾por razones éticas e ideológicas¾ una derecha que sólo ha sabido producir y reproducir pobreza?

El futuro del candidato de las izquierdas no es menor. Su renuncia, muerte, sustitución o simple rezago en las mediciones alteraría de manera importante el escenario electoral.

La destitución de José Luis Vargas, titular de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales por no acatar las órdenes presidenciales contra sus enemigos políticos, evidencia, una vez más, que el proceso de 2012 se realizará en las condiciones más arbitrarias de todos los tiempos.

“Bajar del caballo” a López Obrador tiene sentido. Sería el único que se atrevería a denunciar y movilizar a la sociedad en contra de un fraude. La pregunta es qué papel van a jugar los consejeros del IFE, y si su actual presidente, Leonardo Valdés Zurita, tendrá un comportamiento similar al del tristemente célebre Luis Carlos Ugalde.