Dos campañas electorales en distintos países han coincidido, desafortunadamente, y han impuesto su lógica en la toma de decisiones que podrían llevar a una región del mundo (una de las más conflictivas, además) a una escalada militar de consecuencias imprevisibles. Por un lado, está en curso la campaña presidencial en Estados Unidos con un presidente Obama debilitado por la crisis económica, acusado por sus hasta ahora múltiples contrincantes republicanos de “cobarde” en la defensa de los intereses norteamericanos y de sus aliados.

En esa lógica electoral, se obliga a Obama a tomar posiciones cada vez más radicales en el plano internacional, a sabiendas de que, al hacerlo, se juega el apoyo de sus bases propias, además de que se vería en la necesidad de utilizar recursos que debe usar para mejorar la situación económica del país. Por el otro, se realizaron elecciones legislativas en Irán, preludio de las presidenciales del año próximo, casi sin participación de la oposición al régimen. Elecciones que muestran que el país se debate entre los conservadores y los ultraconservadores, lo que no es bueno en un régimen fundamentalista.

El presidente Ahmadineyad (el conservador) ha sido claramente derrotado por los integristas aliados con el Ayatollah Alí Jamenei (los ultras), lo que dificulta mucho la continuación de su postura (el presidente ya no puede reelegirse en lo personal), y debilita mucho su posición como jefe de gobierno para el resto de su periodo. En este caso, tanto Ahmadineyad como Jamenei (uno por necesidad y otro por convicción) seguramente radicalizarán tanto sus discursos como sus decisiones en torno al desarrollo del programa nuclear iraní.

Por lo pronto, Obama ya se vio obligado a declarar ante el Comité Americano Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC, por sus siglas en inglés), el principal grupo de presión pro-israelí en Estados Unidos, que está dispuesto a llegar a sus últimas consecuencias para impedir que Irán tenga armamento nuclear (comprando el discurso del premier Benjamín Netanyahu que también se presentará en el mismo foro y tendrá una reunión privada con Obama), aunque dijo que seguiría intentando la opción diplomática y las presiones internacionales. El discurso no fue tan belicista como el AIPAC hubiese deseado, pero citó una frase de Teddy Roosevelt que a todos debería preocuparnos: “Hablemos suavemente pero llevemos un gran garrote”.

El jefe del Pentágono, León Panetta; el director de la CIA, el experimentado general David Petreaeus; y el director nacional de Inteligencia, James Clapper, han declarado cada uno por su cuenta, tanto ante la prensa como ante el Congreso, que no consideran que Irán tenga ya o vaya a tener pronto la capacidad de hacerse de un arsenal nuclear.

Expertos militares consultados por The New York Times, dudan por su parte de la capacidad israelí de lanzar un ataque contra Irán sin el apoyo de Estados Unidos, lo que no quiere decir que no lo intenten si Obama cede por un momento a la presión israelí externa e interna, lo que obligaría a Estados Unidos a intervenir en apoyo de Israel.

Es posible que el ataque ni siquiera sea efectivo para destruir las capacidades nucleares iraníes y es muy posible que motive una radicalización aún mayor del régimen iraní, antes que servir de disuasión. Además, la israelí no es la única presión que debe resistir Obama si no quiere embarcarse en otra guerra: muchos países árabes sunitas (algunos fundamentalistas también, como Arabia Saudita) no están en desacuerdo con un ataque a Irán.