El pasado 24 de febrero se reunieron en Túnez, cuna de la primavera árabe, representantes de más de 60 países para debatir la crisis en Siria. Rusia y China declinaron la invitación, por lo que no hubo manera de negociar con los principales apoyos del régimen de Bashar el Assad. Lo malo es que tampoco estuvo toda la oposición siria, sólo el Consejo Nacional Sirio (CNS) que es el principal pero no el único grupo de la resistencia.

Las posiciones se dividieron: por un lado quienes apoyan la idea de que la comunidad internacional intervenga directamente en Siria como se hizo en Libia; otros más, sostuvieron la idea de brindar apoyo a los rebeldes dotándolos de armas, pertrechos y asesoría militar y, finalmente, los que consideran que sólo debe brindarse ayuda humanitaria y persistir en las sanciones y embargos como manera de presionar al régimen. Pese a que entre los que defienden la primera postura se encuentran países árabes muy influyentes como Arabia Saudita, y que en la segunda parecía contarse Estados Unidos, la posición que resultó al final fue la tercera más por compromiso que por convencimiento de la mayoría. Sin embargo, la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton, dio a entender que si la situación no cambiaba pronto, la opción de armar a la oposición podría llevarse a cabo.

Y es que el ejército sirio lleva a cabo terribles asedios contra ciudades rebeldes como Homs, Homa, Idlib y Daraa, a las que somete a bombardeos de artillería e incursiones armadas, además de cortarles los suministros esenciales como agua y electricidad, e impide la evacuación de civiles, ni siquiera de los heridos, y el envío de ayuda humanitaria. Para algunos los embargos indiscriminados de armamento sólo benefician al régimen que, por un lado, ya tenía un muy buen arsenal antes de que estallara la rebelión, y que por otro sigue (aparentemente) recibiendo pertrechos por parte de, al menos, Rusia; mientras dejan a los rebeldes y a los civiles prácticamente inermes frente a la brutalidad del gobierno. Argumentan también que el régimen no tendrá necesidad de negociar con la oposición mientras tenga la ventaja en el terreno militar.

Pero ni la intervención directa ni el apoyo indirecto a la rebelión son cosas fáciles mientras Rusia y China sigan oponiéndose: se corre el riesgo de una escalada a nivel regional, o bien de una guerra civil en forma dentro de Siria pero no sólo entre los sectores que apoyan al gobierno y quienes se le oponen, sino entre los diferentes grupos étnicos y religiosos, considerando la desunión de los opositores.

Pocos días después, el 26 de febrero, el gobierno realizó el referéndum de reformas a la constitución que había prometido en enero pasado en el contexto de las negociaciones con la Liga Árabe. El proceso fue impugnado por la oposición que llamó a boicotearlo, al considerar que las reformas constitucionales planteadas por Assad eran muy pocas y completamente insuficientes, además de que permitían la continuación del régimen (Assad podría permanecer en el poder por otros dos periodos constitucionales, es decir, 16 años más). Que se trata sólo, de todas formas, de mera cosmética política, lo demuestra el hecho de que no sólo no se instalaron casillas en las ciudades rebeldes bajo sitio, sino que ni siquiera se declaró una simple tregua para dar la apariencia de buena voluntad.