Visita de Charles de Gaulle al DF en 1964

Enrique Herrera

Quisiera compartir en estas páginas de Siempre! algunas vivencias personales que son de actualidad ante ciertos procesos que se han puesto de moda de desideologización y colonialismo promovidos por la reacción conservadora y por ciertos historiadores a quienes hemos calificado de legionarios de la democracia; una especie de Marciales Macieles demoelectorales.

El total fracaso de los festejos del Centenario y del Bicentenario nos obligan a retomar la voz y a defender los puntos culminantes de nuestro pasado.

Corría el año de 1964, cuando trabajando en la Secretaría de Gobernación fui comisionado para coordinar junto con Relaciones Exteriores y Presidencia de la República, la visita a México del presidente de Francia e icono de la Segunda Guerra Mundial, Charles de Gaulle; años después en 1967 nos tocaría ser parte de la Vocalía Ejecutiva de la Comisión Conmemorativa del Cincuentenario de la Constitución de 1917 y del Centenario del Triunfo de la República en 1867.

Fueron los días del 16 al 19 de marzo de 1964 cuando visitó nuestro país el presidente De Gaulle, viaje por demás histórico que había sido precedido por el protocolo de la devolución pública de las banderas mexicanas que el ejército francés había conservado después de su derrota en la batalla del 5 de mayo de 1862.

Años de Guerra Fría

Marcada la pauta con la presencia del presidente francés las figuras de Benito Juárez y del bien llamado “benemérito del Estado en grado supremo” Ignacio Zaragoza marcaron la agenda.

Era tan importante y estratégica la visita de De Gaulle, en plena Guerra Fría, a nuestro país que oficialmente el presidente Truman de Estados Unidos declaró desde Cayo Duck, Florida, que el “presidente De Gaulle con su visita a México trataba de socavar la posición de Estados Unidos en América Latina”, y agregó que “será mejor que mantenga la nariz fuera de los asuntos de Estados Unidos si no quiere que se la corten”. (Novedades, 18 de marzo de 1964).

Al paso de los años siempre repasamos con admiración y reconocimiento la figura de Juárez, quien cumple 206 años de haber nacido y a quien Amado Nervo evocaba como luz y bronce; Carlos Pellicer lo veía como presidente vitalicio de México y el juicio universal lo determina como “Benemérito de las Américas”. México nació con Hidalgo y se dio estatuto republicano con Morelos, pero su conciencia de patria la consolidó Juárez y su integridad soberana Ignacio Zaragoza.

De Gaulle, vigoroso estadista

El presidente en 1964 era Adolfo López Mateos, hombre culto, universitario de pura cepa, estadista de internacional mirada, orador de preciso concepto y voz representativa en ese momento de nuestra nación, y así recibió a De Gaulle:

“Valoramos su presencia como el momento más trascendental y satisfactorio en las relaciones francomexicanas y si es un alto honor para nosotros que por primera vez un jefe de Estado francés sea nuestro huésped, más lo estimamos por tratarse al mismo tiempo de uno de los más vigorosos estadistas contemporáneos”, y agregaba López Mateos: “Ello explica por qué en esta tierra lo recibimos no solamente con los brazos abiertos de un gobierno amigo, sino con los de todo un pueblo que admira en usted a uno de los más preclaros héroes de la Segunda Guerra Mundial”.

Simpatía especial

Y a este cordial recibimiento, De Gaulle contestaría:

“Francia tiene para México desde hace mucho tiempo, bien podríamos decir desde el nacimiento de su nación a la historia del mundo, una simpatía especial. Hay entre nosotros numerosas afinidades, todo en realidad nos hace estar unidos. Su grande, su noble, su glorioso pasado, su presente que es de trabajo y de esfuerzo humano y su futuro, que es sin duda magnífico. Las razones que tenemos nosotros los franceses, y creo poder decirlo que también ustedes los mexicanos tienen son evidentes”.

En este breve recuerdo juarista, que también lo es para Zaragoza por lo que en sus vidas representó de oprobio la invasión de Napoleón III, el contrapunto de la visita de De Gaulle nos da el gran perfil del México eterno, de ese México paradigma del asilo político y de la gran acción internacional.

Banderas de la batalla de Puebla

Las enseñas mexicanas retenidas durante la ominosa intervención 1862–1864 nos fueron devueltas y entregadas en importante ceremonia pública al presidente López Mateos.

El presidente de Francia y su parlamento ordenaron la devolución a nuestro país de tres banderas mexicanas que se conservaron durante un siglo en el Museo de los Inválidos en París;  el general Jacques Lefort las entregó con el reconocimiento y la disculpa al heroico pueblo mexicano. El 5 de mayo honra a Puebla, enorgullece y enaltece a todo México y a la América Latina.

En el Zócalo de la ciudad de México, desbordado, jubiloso, sonaron los himnos de México y Francia y desde el balcón central de Palacio Nacional habló López Mateos:

“Esta plaza es el corazón de México. En los días del antiguo esplendor azteca, aquí se asentaron los poderes civiles y religiosos. En torno de ellos, la multitud concurría al mercado y a consultar a los magistrados y a los jueces.

“Aquí terminó el imperio de Moctezuma II. Siguiéndolo con los pasos de la imaginación, por aquí podríamos ver ambular a Cuauhtémoc, el joven abuelo, camino a su destino ineluctable. Por aquí, también podríamos oír las voces de Cortés o de Pedro de Alvarado, camino a su noche triste, o el rodar de los carruajes del Virreinato; pero más que eso, podríamos revivir los episodios magníficos de nuestra vida independiente, de nuestro nacer revolucionario.

“Desde estos balcones, el presidente de México, cada año vitorea a la Independencia y a los héroes que nos dieron patria. Esta es la más alta tribuna de la patria, en la que el presidente habla directamente al pueblo de México, y no sin orgullo la ofrecemos en esta ocasión excepcional para que pueda hablar, de acuerdo con sus deseos, al señor presidente de Francia, al héroe de la libertad y de la grandeza del pueblo francés…”

Pasaron unos segundos y en idioma español, pausado, sonoro, ronco, De Gaulle dijo:

“Francia saluda a México con amistad. Mi país, ardiente, soberbio y libre se siente atraído por el vuestro, libre, soberbio y ardiente. No existe ninguna doctrina, ningún pleito, ningún interés, que nos opongan. Al contrario. Muchas razones nos convidan a acercarnos. Francia saluda a México con respeto. Sabemos que grandiosos orígenes americanos son los de vuestra nación. Sabemos con qué valor y esfuerzo habéis logrado la liberación del hombre y alcanzado el desarrollo moderno representado, conquistado mantenido vuestra independencia. Sabemos que es inmensa vuestra Revolución. Y vosotros, mexicanos, sabéis cuánto los franceses, durante su larga y dura vida de pueblo, han luchado por la libertad y la dignidad de los hombres. Sabéis cómo ahora ellos trabajan con sus manos, con su pensamiento y con su corazón para elevar su país y para poder ayudar a muchos otros.

“El mundo en que vivimos está en completa transformación. Pero también está amenazado de sufrir pruebas espantosas. Desde luego los problemas que se plantean a todos los Estados se llaman el progreso y la paz. Para resolverlos no hay nada más importante que la cooperación de dos países como los nuestros, que ayer escucharon el mismo ideal, que hoy siguen el mismo camino y que para mañana se sienten llamados a un mismo porvenir”.

Bien valen estos recuerdos; terminados los discursos alcancé a cinco metros de distancia, donde me encontraba en medio de la prensa de todo el mundo, a ver cómo aquel presidente galo sacaba su pañuelo y se limpiaba las lágrimas que corrían por su rostro…

Y ahí estaban como invitados de honor y testigos superiores de la historia Juárez y Zaragoza… En la atmósfera de la plaza flotaban las notas de la Marsellesa y del Himno Nacional Mexicano.