Carmen Galindo

En ese entonces, en 1967, cuando concede a Rosa Castro su primera entrevista desde la aparición de Cien años de soledad, García Márquez tiene una idea bolivariana de la novela, supone que:

El asunto es que todo el grupo está escribiendo una sola gran novela. Estamos escribiendo la primera gran novela de América Latina. Fuentes está dando un nuevo aspecto sobre la nueva burguesía mexicana; Vargas Llosa aspectos sociales del Perú; Cortázar otro tanto, y así. Lo que me parece interesante es que estamos escribiendo varios tomos, porque lo que va a quedar, empero, es una visión total de lo que es la América Latina. Estoy tan convencido de la unidad de ese mundo registrado por la novela latinoamericana, que en Cien años de soledad hay un personaje que es de Carlos Fuentes, hay otro que vive en París en el mismo cuarto donde va a morir un personaje de Cortázar, y otro más ve pasar un personaje de Carpentier. Es la primera tentativa que se hace para ir integrando ese mundo.[ii]

No resisto la tentación de precisar que en el cuarto de Cortázar muere Rocamadour, el hijo de la Maga; que el personaje de Carpentier al que se refiere es el Víctor Hugues de El siglo de las luces y sobre Lorenzo Gavilán, hay que decir que García Márquez le hace a Carlos Fuentes el favor de matarlo durante la represión de la bananera en Cien años de soledad, porque al novelista mexicano, por un descuido de la memoria, se le olvidó quitarle la vida en La muerte de Artemio Cruz. Esta intertextualidad tiene en García Márquez tal sentido lúdico que acaba por hacer florecer la sonrisa del feliz lector.

Todo en torno de Cien años de soledad pertenece ya a la leyenda. Se sabe a ciencia cierta que muchos años antes el colombiano le daba vueltas en la cabeza a la zaga de los Buendía. Sin embargo, un hecho histórico, el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliecer Gaytán, lo lleva a pensar que era el momento de escribir una novela política, comprometida; no creyó entonces, como lo hará más tarde, que se podían hermanar la imaginación y la protesta social. En ese estallido de la ira popular que sigue al asesinato del líder, García Márquez se visualiza arrojando su máquina de escribir desde la ventana de un piso alto, escena que es contemplada, se dice, por Fidel Castro, quien en ese momento está en Bogotá como representante a un congreso estudiantil y también se cuenta en hechos que pertenecen a otra leyenda, que ahí Fidel prueba, junto al pueblo colombiano, sus primeras armas.

  Legendario igualmente el viaje a Acapulco interrumpido porque el autor, ya avecindado en México, imagina completa, perfecta añado yo, esta obra a la que le guarda un poco de rencor porque cambió su vida de cuando era feliz e indocumentado. Pertenece ya también a la leyenda que la primera imagen del autor de la obra que habría de asombrar al mundo es la de aquella tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Esta imagen que fascina al lector es el punto de arranque de una zaga que permite, mediante el punto de vista del niño que observa el hielo, una visión adánica y edénica, como si el mundo se hubiera estrenado por esos días. Otras escenas se suman a la leyenda. Se supone que Mercedes Barcha, la esposa del escritor, ya está endeudada hasta con el carnicero porque la novela, que se escribe realmente de un tirón (en apenas los meses que corren de julio de 1965 a junio, julio o quizás agosto, de 1966), con jornadas diarias de nueve de la mañana a tres de la tarde, se demora más tiempo de lo que había calculado la pareja. Se cuenta, también, que el escritor, al pesar el paquete en el correo, no tiene el dinero para enviar las cuartillas completas a la editorial y como es domingo su mujer sugiere mandar una parte que, según relata García Márquez es, por un error suyo, la segunda. A pesar de darle, como en sus novelas, la inteligencia a las mujeres y los errores a los hombres, el libro es aceptado por la editorial Sudamericana. También legendario que la novela, en fin, tan encerrada y solitaria como el incesto, se llamó, al principio, “La casa”. La primera edición se agota casi en Argentina y a México llegan apenas 200 ejemplares y la recepción, por lo que hoy sabemos, es entusiasta[iii]. En lo personal, tengo uno de esos ejemplares y mi nota, en la página de sociales del diario Novedades, equipara a García Márquez con Homero, el argumento es que la novela reúne el mito (como la Odisea) y la historia (como en la Ilíada). La llamo, además, recurriendo esta vez a Horacio, la dulce y útil literatura, reconociendo, creo, que recupera el gusto de contar, en esa época bastante perdido, y lo que cuenta es la historia de una familia de locos, además de lo que le ha ocurrido, no sólo a Colombia, sino a la América Latina toda.

Leemos Cien años de soledad con fervor, porque reconocemos en la zaga de los Buendía los nombres en espejo y la forma aún tribal de nuestras familias. Existe un proceso de identificación, en que el lector latinoamericano se vislumbra, en la familia del escritor, a sí mismo; a pesar de que en este proceso la mayoría de los lectores omite freudianamente que la novela está construida alrededor del tabú y la tentación del incesto. García Márquez mezcla el mito y la historia, porque la pareja fundadora tiene mucho de Adán y Eva, y Macondo, en su origen, es a la par la tierra prometida y el paraíso. Con la aparición del galeón español varado en la maleza, García Márquez sigue al pie de la letra la historia de Colombia, en la que los latinoamericanos creemos reconocer las de nuestros países. Los cadáveres puestos en un vagón de tren en las páginas del libro y en la historia de Colombia, son iguales a los hacinados en otro vagón en la represión que sigue a la huelga de Río Blanco, igual la ruidosa llegada de la modernidad, idéntica la depredación del imperialismo que García Márquez encarna en la huelga bananera contra la United Fruit de 1929, a cuyos trabajadores defendió como abogado Jorge Eliecer Gaytán.

Pero sin duda lo que lo ha convertido en un clásico es que echa al desván de la historia la verosimilitud. Un personaje levita, Úrsula posee el don de la telekinesis, Remedios la bella se eleva por los aires. Pero el Padre Nicanor Reyna que levita lo hace mediante la magia cotidiana del chocolate; Úrsula emplea su mágica fuerza para arreglar los utensilios en la cocina; Remedios desaparece, entre el revuelo de unas sábanas que está tendiendo y recargada en la ascensión, claro, de la Virgen, a pesar de no serlo. Se mueve el autor entre las supersticiones que todos compartimos: plantas peligrosas por ser veneno, mal de ojo, augurios de las barajas, leche que cortan las manos de virgen o los muertos que no se van porque algo les deben los vivos. Como Fernanda del Carpio, (que está valiéndose de la historia del nacimiento de Moisés), García Márquez podría decir: “Si se lo creyeron a las sagradas escrituras … no veo por qué no han de creérmelo a mí”[iv]. Bíblicos son los números alrevesados, el contar por generaciones y muchos episodios. Sobra decir que a su humor nunca regañón, a su darle el tiro de gracia a la verosimilitud aristotélica, a su abrir las puertas libres a la imaginación, García Márquez suma la virtud de que nos hace que queramos a su personajes como si fueran de la familia. Ese modo acumulativo, -tan acumulativo como su humor- sólo es equiparable con el de Cervantes que nos hace querer igualmente a sus personajes y que su humor no está escondido en una frase, como en Wilde, sino en que página tras página el lector se va haciendo cómplice del novelista. Y por último, el colombiano nunca cedió a la vanidad trivial de apantallar a sus colegas escritores, sino prefirió ejercer dichoso y para fascinar a los lectores, la “bendita manía de contar”. Y su forma de hacerlo, y ésa es la magia principal del libro, es hacernos creer que es fácil, como si respirara, el milagro de su literatura. Un mundo en el que cabe, a sus anchas, la inverosímil realidad y una prosa en que también está, a gusto, holgadamente, la poesía.



[i] Esta nota fue publicada originalmente en Nuestra América en marcha: Boletín de la Asociación por la Unidad de Nuestra América, con motivo de los 40 años de Cien años de soledad.

[ii] Rosa Castro. “La primera entrevista”. 40 aniversario: Cien años de soledad. Gabriel García Márquez. Proceso. Edición especial núm. 21. [junio de 2007] s n

[iii] Ver Rafael Vargas. “La recepción”. Proceso. Ed. cit.

[iv] Gabriel García Márquez. Cien años de soledad. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1967. Pág. 254. (Col. Grandes novelas)