El papa Benedicto XVI llegó a México cuando la Iglesia católica y el Vaticano mismo atraviesan por una de las peores crisis de su historia; y coincidentemente cuando el caso de la francesa Florence Cassez ha puesto al desnudo, con toda crudeza, la corrupción e impunidad del aparato policiaco que dirige Genaro García Luna.
Dos instituciones —la Iglesia vaticana y la justicia mexicana— coincidieron en el escenario nacional tratando de ocultar sus miserias. En esas condiciones, vale hacer la pregunta: ¿quién le puede servir a quién?
Los defensores de Joseph Ratzinger consideran que el Papa es víctima de una campaña internacional en contra de la Iglesia católica y específicamente en contra de él. “Haga lo que haga o diga lo que diga se le malinterpreta y desacredita.”
Paolo Rodari y Andrea Tornielli, autores del libro En defensa del Papa consideran que varios factores se han confabulado para disminuir la autoridad moral de la Iglesia y “anestesiar” el mensaje de Ratzinger en contra de la pobreza y los riesgos de la globalización.
Tratan de explicar el origen de la crisis de su pontificado desde tres vertientes: en primer lugar, se trata de un Papa solitario, abandonado y cuestionado en sus decisiones por el mismo aparato del Vaticano, sin una estrategia de comunicación eficaz como la que tuvo Juan Pablo II.
Señalan también la existencia del odio que ha crecido dentro y fuera de la Iglesia como consecuencia de la impunidad otorgada a cientos de sacerdotes pederastas y por haber levantado la excomunión a cuatro obispos lefèvrianos que negaron el Holocausto.
Ratzinger llegó a México en el peor momento de su vida pastoral, cuando la Iglesia católica se está cayendo a pedazos y cuando la corrupción y la disputa por el poder ha convertido el Vaticano en un Saturno devorador de sus propios hijos.
Todo este cúmulo de adversidades estuvieron presentes durante su visita a Guanajuato. La falta de entusiasmo, de emoción por su visita no sólo fue resultado de su dura y anticarismática personalidad, de ser una antítesis de Juan Pablo II, sino de representar un pontificado en transición que trata de brincar una de las etapas más degradantes de la institución que encabeza.
El Papa, consciente de esta devastadora crisis utiliza la libertad religiosa —como Estados Unidos la democracia— para presionar a gobiernos como el de México, en un intento por recuperar los espacios de poder perdido.
La reforma que hizo la Cámara de Diputados al artículo 24 de la Constitución es consecuencia de la desesperación de Ratzinger. Aunque el proyecto original fue modificado para que no se hablara de libertad religiosa —lo que permitiría la participación de la Iglesia en todos los ámbitos de la vida pública— sino sólo de libertad de religión, la reforma se hizo, y pretendía ser un “regalo” a un Papa en declive.
Benedicto XVI llegó tarde a México. Despreció, en un principio, venir al país y hoy recurre a un pueblo fervoroso y a una clase política acomodaticia para tratar de resanar las grietas y apuntalar los restos de su Iglesia.