El Vaticano abre sus archivos secretos
Bernardo González Solano
Aunque muchos podrían pensar diferente, hoy por hoy, el cristianismo es, de lejos, la religión del mundo que cuenta con el mayor número de fieles. Reagrupa en sus tres grandes confesiones (católica, ortodoxa y protestante) 2 mil 184 millones de individuos, es decir más de una tercera parte de la humanidad, 31.7% precisamente. El Islam está en segunda posición, con mil 619 millones de creyentes, o sea un poco menos de un cuarto de la población mundial que, según las últimas estadísticas de 2011, es de siete mil millones de personas. Habrá quién se pregunte: ¿y? Como también alguien jurará, por la cruz de oro de la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, que el auge del cristianismo es vital para el futuro de los seres humanos. El hecho es que los defensores del laicismo tienen que convivir con quienes profesan cualquier religión.
Así, uno de los principales intereses del estudio publicado en la penúltima semana del año pasado por The Pew Forum on Religion & Public Life, un centro estadounidense de investigación, es el de demostrar que, en un siglo, la población cristiana se ha triplicado —al mismo ritmo de la población mundial—, pero, sobre todo, se ha deslizado, demográficamente, hacia el sur de todo el planeta. Actualmente hay 69% de cristianos en el norte (según el desglose de esta encuesta: América del Norte, Europa, Australia, Japón y Nueva Zelanda), hay 23.5% en el sur (el resto del mundo). Pero, en 1910 —hace poco más de una centuria— los cristianos no sumaban más que 9.2% en la parte sur del planeta y 86.7% en la zona norte. Dinámica que se confirmará en los próximos años si la noción de cristianismo, que incluye la ortodoxia rusa y los movimientos evangélicos igualmente en expansión, por lo menos en Europa, guardará sus fuertes cimientos en lo que este estudio llama “el Norte”.
Estadísticas aparte, centrados en el catolicismo, ahora que el “maligno” parece hacer de las suyas entre la curia vaticana, molesta por algunas decisiones del frágil y manipulable Benedicto XVI a favor de su secretario de Estado, Tarsicio Bertone —como lo publicamos hace pocas semanas—, en una movida estratégica, la Santa Sede decidió abrir una exposición de 100 documentos especiales de sus famosos Archivos Secretos del Vaticano, lo que ayuda a entender mejor la historia de la bimilenaria iglesia.
Propios y extraños saben que desde hace veinte siglos hasta la fecha, pragmáticamente no ha habido asunto terrenal o celestial en el que el sucesor de San Pedro, como romano pontífice en turno, no haya tenido algo que ver. En cuestiones tan importantes como las que decidieron la historia de la mayor parte de la humanidad, como la llamada “bula de partición” con la que el papa Alejandro VI concedió a los Reyes Católicos —“tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando”— en 1493 todas las tierras “descubiertas y por descubrir” al Oeste de una línea entre el Polo Norte y el Polo Sur (el resto para los portugueses). Eso se llama “poder”, no tonterías. Quinientos diecinueve años más tarde de esta “repartición” geográfica, el romano pontífice anda de gira “por los polvos de aquellos lodos”, en tiempos electorales de primera importancia. El antiguo virreinato de la Nueva España existió porque un antecesor de Benedicto XVI así lo dispuso. México moderno surgió de aquella extensión política. Nada más, nada menos.
Luz sobre el misterio
El próximo fin de semana, el papa alemán Benedicto XVI hará una visita pastoral (de Estado, pues se reunirá con el presidente Felipe Calderón, católico observante que incluso comulga en la Basílica de Guadalupe junto a otros miles de fieles, sin importarle ser el representante oficial de un gobierno laico) a México, en el estado de Guanajuato –“tierra cristera”— , “sin miedo a la delincuencia”, según dijo el nuncio apostólico (embajador) de la Santa Sede en México.
Lo particular de esta visita, la primera de Benedicto XVI a suelo mexicano (donde el catolicismo ha ido a la baja ante la avalancha de infinidad de sectas cristianas), es que tendrá lugar en tiempos muy especiales, un candente periodo preelectoral que será decisivo para el país; con la posibilidad de que asuma el poder otro partido diferente al que ahora lo tiene en sus manos.
Por otra parte, desde el miércoles 29 de febrero pasado hasta el 9 de septiembre próximo, 100 invaluables documentos del Archivo Secreto Vaticano dejarán de ser secretos para exhibirse en el Musei Capitolini (Museo Capitolino, via del Campidoglio) de Roma. Con el lema Lux in Arcana (luz sobre el misterio, simbólico juego de palabras, el museo más viejo del mundo —fundado en 1471 por el papa Sixto IV— se presenta este tesoro jamás abierto al público, una maravilla. Primera y posiblemente única vez en la historia. Difícil tarea seleccionar estos 100 documentos que hacen visible lo invisible.
Los archivos apenas constituyen una minúscula parte de los 85 kilómetros lineales de estanterías del archivo establecido hace apenas cuatro centurias por el papa Pablo V, Borghese. Los archivos guardan obras desde el siglo VII hasta el siglo XX. Por cierto, los archivos se encuentran en un bunker subterráneo que el papa Juan Pablo II reinauguró en 1982, bajo el patio del museo del Vaticano. Cinco mil metros cuadrados, en dos pisos, enterrados bajo el jardín, que recorren diariamente miles de turistas que visitan la Capilla Sixtina, sin sospechar el tesoro sosbre el que caminan. Atrás de una caja de hierro se encuentran los volúmenes prohibidos de consultar por Juan Pablo II, documentos que incluso los investigadores acreditados no tienen acceso.
Gracias a la exposición, pueden admirarse un pergamino de 60 metros, redactado entre el 17 y el 20 de agosto de 1308, con la confesión de los Caballeros Templarios ante los tres cardenales representantes del papa Clemente V en el histórico y trágico castillo de Chinon, que posteriormente haría famoso la heroína francesa Juana de Arco. También la carta que en 1530 escribieron 83 lores ingleses al séptimo de los pontífices llamados Clemente en la que le pedían anulase el matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. La bula de excomunión de Martín Lutero, el monje agustino, aprobada por el papa León X en 1520. El pontífice consideró herejías 41 de las 95 propuestas de Lutero, por lo cual fue excomulgado. La copia enviada al rebelde alemán fue quemada públicamente por este. Además, el dogma de la Inmaculada Concepción en la bula Ineffabilis Deus, del papa Pío IX en 1854.
Pergaminos, manuscritos, antiguos volúmenes encuadernados en cuero o madera, bulas papales, esta exposición que quiere ser “la luz sobre el misterio” revela los archivos secretos del Papa. Entendiendo por “secreto”, calificativo utilizado desde el siglo XVII, con la traducción de la palabra latina secretum, es decir “privado”.
En el Museo Capitolino, la escenografía, en la penumbra, sólo alumbra los documentos exhibidos bajo un cristal. El recorrido se hace a lo largo de siete secciones: “Tiaras y coronas”, “Diálogo de las religiones”, “Secreto de los cónclaves”, “Ciencias”, “Filósofos e inventores”; la más visitada es la dedicada a los herejes.
Documentos sobrecogedores
La pieza más espectacular, como ya se anotó líneas atrás, es el rollo de pergamino de 60 metros de largo que relata el proceso de los Templarios, con las 231 declaraciones recogidas por la Santa Inquisición, entre 1309 y 1311, para responder a la bula Faciens Misericordian, de Clemente V, un pergamino de 50 centímetros, con las hojas cosidas, llenas con una pequeña escritura regular de tinta negra.
Los Templarios fueron arrestados, en Francia, el 13 de octubre de 1307, por orden de Felipe el Hermoso. Acusados de herejía, sodomía, besos inmorales, idolatría, 54 de ellos fueron quemados vivos.
Otros documentos sobrecogedores, los de los procesos del dominico Giordano Bruno en 1593-1597, “el hereje impenitente, pernicioso y obstinado”, cuya lengua fue estirada con unas pinzas y la garganta apretada con un anillo metálico. Varias cartas testifican el avance de las ciencias y los deberes de los sabios para aceptar las nuevas teorías. La petición de Nicolás Copérnico, cuando contaba con 69 años de edad, a Pablo III, en 1542, para autorizar al joven Jan Loytz para que trabajara a su lado.
Galileo tuvo menos oportunidad: no escapó a la condena solo retractándose. El visitante se sobrecoge al ver la firma de Galileo Galilei (1564-1642) al final de un grueso volumen en el que se recoge el proceso seguido en su contra por la Congregación del Santo Oficio —vulgo, Inquisición— entre 1616 y 1633. Conclusión: una frase, de su puño y letra temblorosa, las palabras con las que reniega finalmente de que la Tierra gire alrededor del Sol: “Yo, Galileo Galilei he renegado…”.
También es posible ver algunos documentos relativos a la Segunda Guerra Mundial, aunque hasta ahora únicamente se pueden consultar los documentos del archivo comprendidos hasta la muerte, en 1939, de Pío XI. De Pío XII, el papa acusado de no actuar en defensa de los judíos perseguidos y asesinados por el régimen nazi y los gobiernos colaboracionistas, a Benedicto XVI, todos los archivos del Vaticano no están desclasificados, guardados bajo siete llaves.
La exposición presenta sellos majestuosos de cera roja o de oro, como el que acompaña la ratificación del concordato de Napoleón Bonaparte que autoriza la libertad de culto en Francia. Por cierto, fue el general corso el que ordenó, en 1810, el traslado del archivo vaticano a París y en el viaje se perdieron valiosísimos documentos. Fue la peor época del archivo. Desde su regreso a Roma, en 1815, la institución fue cuidada con esmero. También se encuentra el sello de oro de Clemente VII para la coronación de Carlos V, que acababa de ser elegido emperador del Sacro Imperio.
Mientras llega el momento de digitalizar todo el acervo de los Archivos Secretos del Vaticano, ésta es una ocasión única para admirar los invaluables tesoros que han hecho la historia mundial. Como la Iglesia católica tiene otro concepto del tiempo, es posible que otra exposición de este tipo tarde mucho tiempo en realizarse.
Ahora, todavía es posible leer una carta de la infortunada María Antonieta escrita en la cárcel. Dice: “Los sentimientos de quienes participan en mi dolor… “