Marco Antonio Aguilar Cortés

Morelia.- Entre más leyes, menos justicia; esto es tan cierto en la materia electoral, como en cualquier otra área del derecho.

Lo anterior no significa, desde luego, que para que exista lo justo debemos de suprimir totalmente lo legal, sino únicamente que todas las normas jurídicas deben ser claras, breves, precisas, y corresponder a la realidad concreta que pretenden regular preceptivamente.

Y nuestra legislación electoral federal es oscura, prolija hasta la confusión, imprecisa y manoseadora de una realidad para estar al servicio del poderoso en turno.

Con esa base legal se ha iniciado la contienda por la Presidencia de los Estados Unidos Mexicanos; por lo que no se nos augura nada bueno.

Para mal, todo se ha partidizado. Felipe Calderón Hinojosa ha convertido a la Presidencia de México en un instrumento al servicio del PAN y, además, con ganada fama de ineficaz.

Pero al igual que el titular del Poder Ejecutivo federal se encuentran los integrantes del Congreso de la Unión, lo mismo diputados que senadores; los primeros violan la Carta Magna al negarse a ser nuestros representantes populares, reclamando con absurdo orgullo ser diputados del PRI, del PAN, del PRD o de cualquier otro partido político de menor monto; los segundos atropellan nuestra norma jurídica fundamental al no entender que son representantes de cada uno de las entidades federativas de la república, y no simples mozos de estribo de su respectivo partido político.

Empero, la partidización también ha afectado a un poder tan respetable como al Judicial federal; y da grima observar que haya ministros, magistrados o jueces que piensan y actúan más como miembros de partidos políticos que como dignos integrantes de organismos jurisdiccionales que deben aplicar con imparcialidad, honradez, exhaustividad y prontitud el derecho vigente al caso concreto con interés controvertido que se les plantea.

Y la administración electoral, con el IFE, padece el mismo cáncer, ya que los mejores cargos públicos forman un peleado botín frente a los bucaneros y piratas de cada partido.

Siendo hoy por hoy los panistas los corsarios y filibusteros dominantes del enorme presupuesto federal y, por tanto, los dueños de las urnas y de los votos en blanco que esperan a los ciudadanos el día primero de julio próximo.

Hace aproximadamente una semana que los cuatro candidatos a la Presidencia de la República iniciaron su propia campaña. Muchos medios masivos de comunicación dieron a conocer destacadamente este principio de búsqueda de votos como: “Arranca la «guerra» por la Presidencia”.

Esa invocación a la “guerra” es peligrosa, y su arriesgado uso la emparienta con la aberrante guerra que al decir de León Panetta, secretario de la Defensa de los Estados Unidos, “ha dejado en México 150 mil muertos, según cifras proporcionadas por funcionarios de México”.

Se observa que el únicao que proseguiría esa guerra, tal cual la viene disponiendo el presidente Calderón, es la candidata Josefina Vázquez Mota del PAN, con su modosita forma de hablar, su apego al calderonismo y su artificial aspiración a ser la madre de todos los mexicanos.

Andrés Manuel López Obrador no logra convencer sobre la autenticidad de su cambio. “Al diablo las instituciones” no se borra, y “la república amorosa” se registra como algo más bien ocurrente y chistoso.

Nadie sabe quién es Gabriel Quadri ni cómo llegó, ni a dónde va. Ni siquiera se tiene la certeza de que él vote por sí mismo.

Enrique Peña Nieto prosigue en su posición de puntero, a pesar de que el presidente Calderón ha intentado bajarlo. Es quien tiene la más eficaz estructura de partido, y quien insiste en presentarse como parte de una nueva generación que desea el cambio, haciéndole falta el decirnos con franqueza, precisión y de manera concreta, el cambio para qué, en qué, qué tan profundo, en qué dirección, con quién, para quién y otras cosillas de esta misma importancia.

Urge que lo haga, de manera sincera, responsable e inteligente, evitando todo lo que pudre.