No actúan con realismo ni son humildes

Raúl Jiménez Vázquez

Se atribuye al político inglés decimonónico John Emerich Dalber Acton, mejor conocido como Lord Acton, aquella famosa frase que reza: “el poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. Empero, las limitaciones propias de su tiempo le impidieron profundizar en tan aguda reflexión; pues de haberlo hecho tal vez habría concluido que el poder es también una fuente de enfermedad.

Muy escasa ha sido la atención dedicada a este tema de la ciencia política y la teoría general del Estado, sólo unos cuantos teóricos han abordado dicha cuestión. Vivian Green, por ejemplo, en su libro más significativo, La locura en el poder, tras revisar la vida de personajes como Calígula, Iván el Terrible, Jorge III de Inglaterra, Stalin, Hitler, Mussolini y otros tiranos, dedujo que todos ellos fueron presa de enfermedades neurológicas o mentales que indiscutiblemente repercutieron en sus determinaciones y políticas gubernamentales.

Green afirma que el trastorno bipolar o maniaco depresivo, la paranoia, la neurosis y los estados esquizoides con frecuencia envuelven la conducta de los poderosos. Sostiene asimismo que en algunos casos el poder se transforma en una obsesión que está por encima de todo lo demás y ofrece la oportunidad de dar rienda suelta a las carencias emocionales, satisfacer ambiciones personales, calmar la sed de venganza y liberar impulsos inconscientes. De este modo, las patologías privadas se convierten en asuntos públicos y los resentimientos personales se tornan en una ideología pensada para perseguir el bienestar del pueblo.

Bárbara Tuchman, autora de la obra La marcha de la locura, se abocó al análisis de la guerra de Troya, el movimiento de la reforma protestante, la revolución de independencia de las trece colonias del Atlántico y la guerra de Vietnam. Como resultado de su investigación advirtió que la ceguera y la rigidez mental suelen estar presentes en la conducta de los gobernantes, quienes mantienen inmutables las ideas con las que llegaron al poder y se niegan a aprender de la experiencia, lo que da pauta a una espiral pletórica de estupidez humana y vacía de sentido común, cuya desembocadura son los estados catastróficos que dejan una honda huella en la historia de las sociedades.

En el recientemente publicado libro En el poder y en la enfermedad, de David Owen, se examinan las enfermedades de diversos jefes de Estado a lo largo de los últimos cien años. Hybris, término extraído del Fedón, uno de los más célebres Diálogos de Platón, es una de ellas y consiste esencialmente en la introyección de un sentimiento de grandilocuencia política y una pérdida de la capacidad de hacer contacto con la realidad.

Sus síntomas conductuales más frecuentes son: I) la inclinación narcisista a ver el mundo como un escenario propicio para el goce del poder, en vez de un lugar con problemas que requieren planteamientos pragmáticos y no una visión autorreferencial, II) una manera mesiánica de hablar respecto de lo que se está haciendo y una tendencia a la exaltación, III) la fusión de la persona con el Estado al punto de considerar idénticos los intereses y perspectivas de ambos, IV) una excesiva confianza en el propio juicio y desprecio por el consejo y la crítica ajenos, V) un sentimiento de omnipotencia y una idea exagerada  de que todo puede obtenerse personalmente, VI) una creencia de no ser responsable  ante un tribunal terrenal, sino ante una instancia más elevada, sea ésta Dios o la historia, VII)  irreflexión o impulsividad, VIII) tendencia a permitir que las convicciones acerca de la rectitud moral de una cierta línea de actuación hagan innecesario considerar su viabilidad, costos, alternativas, etc., IX) una obstinada negativa a cambiar de rumbo a pesar de la aparición de señales en contrario.

Los problemas que aquejan a la sociedad mexicana son en extremo complejos y la mayoría de los ciudadanos tiene la íntima percepción de que el Estado no está en posibilidad de resolverlos, hecho que incontrastablemente se deduce de la encuesta 2011 difundida por el indicador internacional Latinobarómetro.

A fin de hacer frente a un escenario de esa magnitud, entre otras muchas cosas, quienes aspiran a la Presidencia de la República deben hacer de lado todo aquello que eventualmente podría facilitar el surgimiento de Hybris o de cualquier otra patología asociada al poder, a saber: los sueños de opio, el pensamiento mágico, la desconfianza sistemática, el narcisismo, la soberbia, los sentimientos de omnipotencia, la convicción de ser poseedor de una superioridad intrínseca, la creencia de que existe una única verdad que debe ser impuesta a los demás, la inclinación a fugarse de la realidad cuando ésta no se ajusta a las expectativas propias, los soliloquios y los autismos, el autoengaño, la retroalimentación de los incondicionales, la sed de reconocimiento, la adicción al aplauso y al elogio enervante, la proclividad a utilizar el poder para dar salida a los traumas, los resentimientos y los conflictos existenciales.

En breves palabras, es su deber actuar con profundo realismo y total humildad, genuinidad y congruencia, sin poses, sin máscaras, sin recovecos mentales o existenciales; asumiéndose como falibles, como  humanos a los que nada de lo humano les es ajeno; conscientes de sus limitaciones y del destino ineluctable condensado en la sentencia apodíctica que un esclavo ad hoc depositaba en el oído de los césares de la roma imperial: “recuerda que eres mortal”.

¿Es esto una utopía, un sueño, una quimera? Tal vez, pero yo, modesto aprendiz del arduo y fascinante oficio de la vida, opto por ser realista y por ello apelo a lo imposible.