En la cueva de Wonderwerk, en Sudáfrica, se hallaron restos de fogatas

René Anaya

Hace un millón de años, el hombre comenzó a pensar… si se confirma que en ese remoto tiempo uno de los antepasados de la humanidad fue el primero en comer alimentos cocinados, gracias a que controló y dominó el fuego, lo que fue determinante para que evolucionara su cerebro, como ha planteado el primatólogo británico Richard Wrangham.

En un trabajo publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, a principios de marzo, un grupo de investigadores refiere que ha encontrado evidencias de que el control y dominio del fuego se remonta 300 mil años más de lo que se suponía, ya que los primeros signos del uso del fuego se habían encontrado en Israel en restos de recipientes calcinados con una antigüedad entre 700 mil y 800 mil años.

 

Un hallazgo afortunado

El reciente descubrimiento permite situar en una época más temprana el control y dominio del fuego, “un punto clave en la historia de la humanidad [que] seguramente afectó todos los aspectos de la vida comunitaria. Socializar en torno a una fogata pudo haber sido un aspecto esencial de los comportamientos que nos distinguen como seres humanos”, ha afirmado el arqueólogo Michael Chazan, de la Universidad de Toronto, coautor de ese detallado estudio.

Por lo tanto, el descubrimiento de evidencias del control y dominio del fuego representa el hallazgo de los primeros vestigios de organización social, pues propició que se tuviera mayor facilidad para masticar y digerir los alimentos, lo que significó más reservas de energía, que permitió tanto fortalecer el sistema inmunitario y tener crías más robustas, como un crecimiento y desarrollo del cerebro. Asimismo, la cocción de los alimentos obligó a la planificación y a una mayor socialización.

Investigadores de los Estados Unidos, Alemania, Israel, Sudáfrica y Canadá, encabezados por el arqueólogo Francesco Berna, de la Universidad de Boston, encontraron en la cueva de Wonderwerk (milagro, en legua afrikáans), de las montañas de la provincia Septentrional del Cabo, Sudáfrica, “la prueba más temprana y segura de fuegos en un contexto arqueológico”.

La cueva, que consta de un corredor de 140 metros de longitud, alojaba “cenizas de material vegetal bien preservado y fragmentos de huesos quemados depositados in situ en superficies bien delimitadas y mezcladas con los sedimentos”, refiere el estudio. Allí se identificaron 675 restos de fauna, 80 piezas dentales o fragmentos y muchos huesos con la superficie oscurecida que presenta indicios de calcinación y la decoloración característica de la exposición al fuego.

Esos restos no fueron calentados por arriba de los 700 grados Celsius, por lo que se supone que el combustible utilizado fue hierbas, arbustos y hojas. Además, en el estudio se señala que las cenizas tenían muchos bordes angulares, que son característicos del material quemado en lugares cerrados, por lo tanto se corrobora que las diversas fogatas se realizaron dentro de la cueva.

 

El Prometeo erectus

Quienes habitaron ese sitio pudieron haber sido los verdaderos prometeos que robaron el preciado tesoro del fuego, lo dominaron y controlaron. Aunque los autores del estudio reconocen que no hay consenso acerca de cuándo los homínidos desarrollaron por primera vez esa actividad, las pruebas que han obtenido permiten plantear la hipótesis de que los habitantes de la cueva fueron de los primeros en hacerlo.

En lo que sí hay consenso es en aceptar que los homínidos prometeicos fueron de la especie Homo erectus, que vivió en la Tierra desde hace unos 1.8 millones de años hasta hace unos 143 mil años. Fueron los primeros homínidos en salir de Africa, en llevar a cabo la caza sistematizada, en fabricar herramientas, en tener una vida compleja y en prolongar el periodo de infancia. Asimismo, su cerebro se incrementó de 850 a 1 100 centímetros cúbicos (en el hombre actual el volumen promedio es de 1 400 centímetros cúbicos).

Estos datos llevan a suponer que la evolución cerebral y, por tanto, la transformación de su organización social fue posible gracias la cocción de los alimentos, que bien pudiera haber ocurrido en la cueva de Wonderwerk. Sin embargo, el arqueólogo Francesco Berna ha advertido que aunque la evidencia es compatible con las bajas temperaturas requeridas para la cocción, es prematuro asegurar que los homínidos de esa cueva hayan cocinado.

De lo que no hay duda es de que el control y dominio del fuego llevó al Homo erectus a un proceso de evolución: “el fuego cambió para siempre las sociedades humanas. Cambió la alimentación, cambió el modo de protegerse del frío, cambió el modo de comunicarse entre los miembros del grupo, cambió la demografía… Fue un progreso fundamental porque permitió otros progresos que a su vez abrieron la vía a otros progresos”, como lo ha señalado Eudald Carbonell, director del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social.

reneanayas@yahoo.com.mx