Carlos Guevara Meza

Islamistas y jóvenes revolucionarios laicos han encontrado un nuevo punto de confluencia en el proceso de la transición en Egipto, que cada vez se complica más. La emblemática plaza Tahir volvió a llenarse con una manifestación convocada por la Hermandad Musulmana, a la que asistieron también los sectores laicos de la revolución, ante el peligro de que el proceso de cambio se desbarranque.

La alianza se había roto ante la decisión de los grupos islamistas de hacerse de una mayoría en la Asamblea Constituyente. El órgano debía constituirse por 100 personas nombradas por el nuevo parlamento (en el que los islamistas alcanzaron mayoría absoluta), lo que fue interpretado por los diputados con la regla de que se integraría con 50 parlamentarios y 50 representantes de la sociedad civil.

Los partidos islamistas se asignaron a sí mismos 36 puestos de los primeros y nombraron un buen grupo de “civiles” dentro de los segundos, lo que llevó a los partidos laicos y a algunos de los representantes no partidarios a renunciar al nombramiento en protesta por una composición que aseguraba mayoría absoluta a los islamistas moderados y radicales.

Los laicos incluso fueron más lejos al recurrir a los tribunales para cuestionar la composición de la Asamblea. Y en efecto, un tribunal administrativo ordenó el 10 de abril la anulación del órgano, lo que obligó al grupo mayoritario a ampararse ante el Tribunal Constitucional por un lado, y por el otro a negociar de todas formas una nueva composición (que no ha sido aceptada aún).

Poco después, la Junta Electoral descalificó a 10 de los 23 aspirantes a la presidencia, entre ellos 3 de los más conocidos y con posibilidades de ganar: el candidato de la Hermandad Musulmana, el de los salafistas y el del ex número 2 del régimen de Hosni Mubarak, Omar Suleimán, lo que representa un duro golpe a los islamistas (se considera que la salida de Suleimán es la moneda de cambio), pues sus hombres de repuesto son mucho menos conocidos y tienen pocas posibilidades. La decisión beneficia a Amr Musa, ex líder de la Liga Árabe, que ha mantenido su liderazgo en las encuestas.

La decisión de la Junta fue ratificada poco después y no puede recurrirse en tribunales. La Hermandad Musulmana cuestiona la decisión pues la eliminación de su mejor candidato, Jairat al Shater, se basa en la inhabilitación por haber estado preso, pero lo fue por motivos políticos y fue indultado al triunfo de la revolución, por lo que, argumentan, la inhabilitación no es válida.

El previsible retraso en la redacción de la nueva Constitución (que debía estar lista antes de la realización de los comicios presidenciales), ha llevado a voceros de la Junta Militar que gobierna el país a sugerir que las elecciones podrían posponerse, lo que de inmediato generó protestas en todos los sectores de la revolución egipcia, razón de la respuesta masiva a la convocatoria de la plaza Tahir (que de paso muestra la gigantesca capacidad organizativa de los Hermanos Musulmanes).

La protesta estuvo dirigida a descalificar a los integrantes de la Junta Electoral, todos ellos antiguos miembros del caído régimen y más de uno con experiencia en el “arreglo” de elecciones para beneficiar a los personeros de Mubarak. La multitud demandó que la transición no se prolongue más allá del 30 de junio. Un plazo muy corto.