Carmen Galindo

 A mi entender, tres son las tendencias de la novela actual; una es la narrativa escrita por mujeres, otra es la que le abre espacio al tema de las minorías sexuales y una más, para completar la tercia, sería la novela histórica. Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, es, sin duda, una obra maestra del género. El Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución trajeron consigo un aluvión de esas últimas, basten como ejemplo, La Insurgenta, de Carlos Pascual; Pobre patria mía, de Pedro Ángel Palou o Acatita de Baján, de Jean Meyer.

            Hay, creo, dos formas de abordar este tipo de novelas, la propiamente histórica que intenta reconstruir, en lo posible, la forma de hablar, de vestir, de transportarse y, en general, los usos y costumbres de una época. Piense usted en La corte de los ilusos, de Rosa Beltrán, que trata de revivir, con detalles precisos, aunque no falte la imaginación, el imperio de Agustín de Iturbide. No es éste el procedimiento, por ejemplo, de Rebeca Orozco en Tres golpes de tacón, donde emprende el camino, seguido por otros novelistas históricos, de imaginar que los sentimientos, en este caso los de la Corregidora, no pueden ser demasiado distintos de los actuales y deja un poco de lado el que podría llamarse el color histórico para centrarse en la intimidad, real o supuesta, de la protagonista.

            Península, Península, de Hernán Lara Zavala, se suma, pero se distancia, de estas novelas históricas. Es distinta, en primer lugar, porque no se refiere a la historia nacional y porque encaja, perfectamente, en la trayectoria de Hernán Lara Zavala como novelista al situar, de nueva cuenta, su relato en Yucatán, la tierra de su familia. Si en Charras (1995) había abordado el crimen político, en esta ocasión se arriesga con el tema central de la historia yucateca, la guerra de castas (1847-1901). Lo primero que sorprende (y agrada) de esta novela es que el autor mueve a sus personajes sin consultar el mapa, sin el temor de cometer errores, quiero decir con absoluta seguridad y si eso ocurre en el aspecto geográfico, igual sucede con los hechos históricos que parecen al narrador, sin duda por astucia del autor, completamente familiares. Nos contagia la impresión de que las costumbres no han cambiado mucho en Yucatán, que se trata de una sociedad un tanto tradicionalista, es decir, que lo que se bebía o comía, así como los utensilios que se empleaban en la época de la guerra de castas, son los mismos que utiliza el yucateco actual.

Se trata, como dije, de una novela histórica, pero quisiera proponer que, a semejanza de Charras, se podría clasificar, con todo derecho, como una novela política, pues del conjunto de la historia, Lara Zavala se interesa principalmente en la parte política, en la lucha personificada en Santiago Méndez y Miguel Barbachano, finalmente, en los conflictos de intereses entre Mérida y Campeche. Como es sabido, la guerra de castas es un enfrentamiento étnico entre los indígenas y los ladinos o mestizos, pero, además del componente étnico, se entrevera, claro, la lucha de clases.

            Península, península, que valió al autor el Premio Justo Sierra Méndez, no es una novela simple. Inspirado evidentemente en El Quijote, tiene dos narradores, José Turrisa, que es un personaje y por lo tanto está inserto en la novela, y otro narrador, seguramente el autor, que desde Cambridge reconstruye la historia. Si considero evidente la influencia del Quijote y sus múltiples narradores es que Lara Zavala tiene un libro sobre Las novelas del Quijote en que se observa su pasión por Cervantes, el más grande autor de la lengua española. Lara Zavala, al contrario de otros eruditos que se pierden en el juego de espejos de la novela cervantina, considera que, en la diversidad, una mano, la del autor, lleva, a pesar de los múltiples narradores, la rienda, y lo mismo se advierte en Península, península, donde, si ciertamente se cede la batuta a José Turrisa, la novela comporta la visión del autor, Hernán Lara Zavala.

             En la novela histórica, se narra la vida particular de Genaro Montore, un comerciante, y de Lorenza Cervera de Montore, la hija de un hacendado, y de cómo la historia intervino en sus vidas y en la de su familia. El reencuentro final de los personajes es muy convincente literariamente hablando, como si viniera de fuentes antiguas, por más que, vaya usted a saber el porqué, me recuerda El retorno de Martin Guerre. (En ambos se trata de una larga separación y la sorpresa de no reconocerse por el maltrato que ha dado la guerra (y la vida) a los personajes, lo distinto es que en Martín Guerre se trata, en efecto, de un impostor). En el relato de Lara Zavala se advierte, igualmente, en el trasfondo, la lectura de Borges.

            Sin embargo, y sobre esto quiero llamar la atención, esta novela histórica es, por supuesto, una novela de imaginación y dos figuras extranjeras quedan en la memoria del lector. Miss Bell se enamora y se une a la justa causa indígena, su mirada extranjera, con mayor distancia, permite que ella vea el bosque, donde otros personajes miran los árboles. El otro extranjero es el Dr. Fitzpatrick. Una persona de confianza de Hernán me asegura que este personaje, obviamente ficticio dentro de la guerra de castas, está inspirado en Colin White, el más admirado maestro de la carrera de Letras Inglesas en la UNAM, carrera que, por cierto, es la del autor. De ser así, este personaje, no histórico ciertamente, está inspirado, sin embargo, como suele suceder, en una persona real cercana al escritor, lo que prueba que (sin excepción creo yo) toda novela tiene un fondo autobiográfico. Ahora, si es cierto, como parece, que el personaje está delineado según la personalidad de Colin White, lo que le sucede en la obra es invención del novelista. Al Dr. Kirkpatrick, lastimado por la vida antes de aparecer en la novela, lo vemos hacer el bien curando a las personas sin afán de lucro, pero guardando sus sentimientos a salvo con una fría distancia de sus semejantes. Siempre lo acompaña un perro llamado Pompeyo. Al final de la novela vamos a ver, emocionados, que cuando su perro está en peligro, este imperturbable personaje no lo era tanto. Se nos revela, por si no lo habíamos advertido en sus compasivas acciones de doctor, que el reservado inglés ha tratado de mantenerse al margen para evitar el sufrimiento, que su glacial actitud, es un movimiento de defensa. Por comentarios con otros lectores, he podido constatar que este personaje y su historia son, como comenta la contraportada del libro, memorables.

Además de la medalla de oro Justo Sierra Méndez, Maestro de América, que otorga el gobierno de Campeche, Península, península ha sido distinguida con el Premio Real Academia Española, la Medalla Yucatán y el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska.