Cada verano, desde hace décadas, la capa de hielo ha disminuido
René Anaya
Vender hielo o sistemas de refrigeración a los pobladores del Océano Artico parecía hasta hace pocos años una broma gastada o, en el mejor de los casos, una frase que se empleaba para demostrar las habilidades de persuasión de las personas: pero ahora representa una proposición muy seria para disminuir los efectos del calentamiento global en esa región.
Esa proposición no ha sido bien recibida por políticos y científicos; los primeros temen que la gente proteste porque se requerirían grandes inversiones, lo que podría enfriar los ánimos de sus electores; en tanto que los segundos consideran que todavía podría haber otras soluciones al calentamiento global, antes de decidirse por el enfriamiento artificial del Artico.
Los veranos peligrosos
Lo cierto es que en las últimas décadas ha habido una reducción significativa de la cubierta de hielo del Océano Artico en cada verano, porque las temperaturas del aire y del mar han aumentado. “En 2007 ─advirtió Peter Wadhams, experto en física oceánica, de la Universidad de Cambridge─ el agua [frente al norte de Siberia] se calentó aproximadamente cinco grados Celsius en el verano, esto abarca también el fondo del mar, lo que derrite el permafrost de altamar”.
Asimismo, los investigadores del cambio climático han señalado que si se toma como punto de referencia la cubierta media de hielo de los años de 1979 a 2000, se puede apreciar que de 2008 a 2011 se ha reducido en dos tercios la superficie helada, pero también el volumen de hielo.
Otro dato, aportado por Georg Heygster, del Instituto de Física del Medio Ambiente de la Universidad de Bremen, muestra que la superficie helada en verano ha disminuido desde 1972 en 50 por ciento, por lo que el verano pasado el hielo cubrió tan solo 4.24 millones de kilómetros cuadrados.
“Los organismos vivos que ocupan el ecosistema bajo la capa de hielo tienen cada vez menos espacio vital”, ha señalado Heygster. Lo grave es que esos organismos son el punto de partida de la larga cadena alimenticia que llega hasta el ser humano.
Otro efecto del calentamiento global es que el derretimiento de los hielos árticos podría hacer más navegable el océano. Normalmente, en el verano se abren dos grandes canales de navegación: el paso noroeste de Canadá y la ruta del Mar del Norte de Rusia, pero no pueden transitar por ellos grandes buques; sin embargo, el verano pasado sí lo pudieron hacer.
Esta situación preocupa a los científicos y entusiasma a los empresarios navieros, quienes ven la posibilidad de aprovechar esas nuevas rutas de navegación para explotar los recursos pesqueros y mineros de la región, lo que podría tener graves consecuencias para el ecosistema. De continuar esa tendencia, algunos modelos computarizados pronostican que en diez años el Océano Artico podría ser navegable en su totalidad en el verano. Por esa razón se ha propuesto una forma artificial de enfriar el Artico.
Una solución que calienta los ánimos
En marzo de este año, Stephen Salter, de la Universidad de Edimburgo, Escocia, pionero de la energía undimotriz (generada por el movimiento de las olas), propuso en una reunión del Parlamento británico un sistema para conseguir el enfriamiento de esa región.
Anteriormente, Salter había sugerido utilizar buques construidos especialmente para “blanquear las nubes”. Pero como considera que la situación es urgente, sugirió edificar torres en la Islas Feroe y en las islas del estrecho de Bering.
En esas torres, en el verano se bombearía el agua de mar hasta la parte superior, con algún tipo de energía renovable; el agua saldría en forma de gotas muy pequeñas, a través de unas boquillas especialmente realizadas por la Universidad de Edimburgo. Alrededor de esas pequeñas gotas se condensaría el vapor de agua, por lo que las gotas de las nubes serían más pequeñas y más blancas, de tal forma que permitirían devolver la energía solar al espacio y se enfriaría esa parte del planeta.
La solución es teóricamente factible, aunque algunos científicos han advertido que si se calcula mal el tamaño de las gotas podría haber un mayor calentamiento. Salter no ha descartado esa posibilidad, pero ha asegurado que con un buen trabajo de experimentación podría evitarse el problema.
Tal vez el principal obstáculo sea financiero, pues se estima que cada torre podría costar 300 mil dólares y como se requieren cien torres para contrarrestar el calentamiento del Océano Artico, se necesitaría una inversión de 30 millones de dólares, cantidad muy elevada si se considera que no reportará beneficios inmediatos a los inversionistas, pero muy pequeña si se toman en cuenta los beneficios que causaría volver a enfriar el Artico.
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