El debate se convirtió, de pronto, en lugar sagrado de quienes hoy se encuentran en la parte baja de las encuestas. Josefina Vázquez Mota —pero sobre todo Andrés Manuel López Obrador— hizo de la transmisión en cadena nacional un asunto de vida o muerte como si en ello le fuera el triunfo o la derrota.
¿Cuántos mexicanos modificarán su voto después del domingo 6 de mayo?
En Francia, Nicolás Sarkozy, quien fue derrotado en la primera vuelta y siempre estuvo abajo en las encuestas, es quien —al igual que Andrés Manuel y Josefina— más insistió en debatir con su principal rival, el socialista François Hollande. Los analistas predijeron, sin embargo, que con debate o sin él, los resultados no se modificarían.
¿Por qué? Porque la crisis económica, el desempleo, el descenso del poder adquisitivo, la disminución de la calidad educativa y el autoritarismo del presidente francés hicieron que el electorado se decidiera por un cambio de gobierno, independientemente del resultado de los debates.
López Obrador, sin embargo, cree que con aparecer en las pantallas en cadena nacional puede cambiar la percepción del electorado. Al cierre de esta edición no sabemos cuántos ataques y de qué tipo pudo haber lanzado a sus oponentes. No sabemos si sustituyó el golpe por la propuesta amorosa. Sin embargo, la ciudadanía percibe que el candidato de las izquierdas sólo puede ofrecer violencia política.
Así está posicionado en la conciencia del electorado que se niega a votar por él.
Josefina Vázquez Mota se encuentra en una situación similar a la de Sarkozy. Ella no es una candidata que busque la reelección, pero como panista “carga” con la herencia política de un gobierno que paralizó el crecimiento económico, incrementó la pobreza y dejó a millones de mexicanos sin empleo.
Por más que en la propaganda se defina como una candidata “diferente”, la sociedad la percibe como una continuación de los gobiernos fracasados del PAN. Eso es, además de sus debilidades políticas personales, lo que le impide e impedirá crecer en las encuestas.
Salvo que se presente un evento excepcional, la incidencia de los debates en los resultados electorales ha sido, cuando menos en México, de poca importancia. Pesa más en el ánimo y la decisión del votante su realidad cotidiana, su situación personal y nacional, que un efímero espectáculo político por televisión.
La historia hemerográfica da cuenta de que el debate inaugural del 12 de mayo de 1994, el primero dentro de un proceso democrático mexicano, fue el que, por novedad, captó más audiencia, sin embargo, los demás han obtenido ratings muy bajos.
También ha quedado demostrado que las tendencias no sufren grandes modificaciones. Por ejemplo, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador llegaron en empate técnico al debate del martes 6 de junio de 2006 y estuvieron en condiciones iguales o similares el día de la elección. Así lo demuestra el 0.58% que dio a Calderón el triunfo.
En esta ocasión, le resultará verdaderamente difícil a Andrés Manuel argumentar que el robaron la elección. Con debate o sin debate, en opinión del electorado, él ya está fuera de la jugada. Lo que hoy busca es hacer de dinamitero para mantenerse en el negocio.