Adriana Cortés Koloffon
En La mirada exuberante: Barroco novomundista y literatura latinoamericana (Iberoamericana-Vervuert, Dirección de Literatura, unam, traducción de Aura Levy) la especialista en literatura comparada, Lois Parkinson Zamora, ofrece una mirada innovadora sobre distintas manifestaciones artísticas del Barroco en América latina.
De acuerdo con Parkinson, el Barroco novomundista representa “una ideología poscolonial con conciencia de su propia identidad cuyo propósito es trastocar las arraigadas estructuras del poder y categorías de la percepción”. A lo largo de cinco capítulos, la autora analiza tanto las estructuras visuales como las literarias y su interacción, desde el siglo xvi hasta el xx. “En América latina —explica— no se puede privilegiar la cultura impresa sobre la comprensión visual. Antes bien, son las relaciones entre estos distintos modos de imaginación las que intento reconstruir, al tiempo que los mecanismos culturales que las hacen accesibles (aun de modo irregular) entre sí y a sus usuarios”. La Coatlicue, Frida Kahlo, Alejo Carpentier, Elena Garro, Carlos Fuentes, Diego Rivera y Jorge Ibargüengoitia entablan un diálogo con las reflexiones de la investigadora acerca del Barroco. Las aportaciones de Alejo Carpentier (el Barroco es un espíritu y no un estilo histórico) Severo Sarduy (Ensayos generales sobre el Barroco), Gilles Deleuze (El pliegue) y Walter Benjamin (El origen del drama barroco alemán), sobre el tema, son cruciales para la autora, quien igual que ellos concibe al Barroco como una expresión artística que trastoca las estructuras de poder. Deleuze utiliza la metáfora del pliegue, explica Parkinson, “para señalar la interconexión de las estructuras barrocas, en las cuales ‘dentro’ y ‘fuera’ son continuos no opuestos, y la materia es porosa y permeable”: el pliegue hasta el infinito. ¿Qué rasgos adquiere el Barroco en el Nuevo Mundo? De acuerdo con Parkinson, éste deviene un bastión en contra de la conquista cultural europea. A este respecto, la autora explora las narrativas míticas que acompañan a dos figuras con una gran carga simbólica: Quetzalcóatl y Guadalupe, “imágenes fundacionales de la antigua Mesoamérica y del México moderno”. El libro de Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional en México sirve a la escritora como punto de partida para mostrar el vínculo entre ambas imágenes y la de Santo Tomás Quetzalcóatl, en el caso del primero, y la de Tonantzin, en la de la Virgen mestiza. Sincretismo cultural, entendido por Parkinson como “la manifestación simultánea de sistemas culturales diferentes en una misma forma de expresión” o, para decirlo de modo más general, “la conciliación de múltiples (y a menudo conflictivos) significados culturales en un contexto de expresión compartido”. Conciliación de significados culturales evidente asimismo en el muralismo mexicano que “empleó y transformó los lenguajes visuales de los códices”, de acuerdo con la autora, quien añade: “Los muralistas crearon iconos de conciencia nacional y su proyecto estaba específicamente dedicado al movimiento indigenista” que “realzaba el perfil público de las culturas indígenas durante las primeras décadas del siglo xx, valorando las tradiciones y prácticas indígenas y reconstruyendo el tema de la inclusión cultural”. Pliegue del indigenismo en la modernidad, proliferación de figuras en los murales de Diego Rivera, artista barroco, desde la perspectiva de Parkinson, quien enumera las características del Barroco novomundista: “estructuras de movimiento y mutabilidad; tenues fronteras entre imagen y objeto; paradojas y otros contrastes en equilibrio; historia y memoria representadas como un escenario espacial; arquetipo y alegoría diseñados para generalizar (y a veces para mitificar) posiciones poscoloniales; estructuras de exuberante inclusión como respuesta al horror vacui del abuso político y social”. Todas ellas perceptibles en la obra de los escritores y autores que analiza. ¿Y en los retratos de Frida Kahlo, donde es posible encontrar resonancias del Barroco novomundista? En la producción de series múltiples, la introducción de la escritura en sus cuadros, y, sobre todo, en “el empleo de la iconografía mariana”, como ejemplo: “Mi nana y yo”, alegoría “de la maternidad cósmica en un modelo mariano”, según Parkinson.
En cuanto al ámbito de la ficción, la investigadora explora los espacios arquitectónicos en El siglo de las luces de Carpentier, y asimismo hace referencia a distintos escritores, entre otros, José Lezama Lima y Severo Sarduy, quienes junto con el autor de Los pasos perdidos “sacaron al Barroco del Nuevo Mundo del nicho que ocupaba dentro de la historia del arte y lo transformaron en una ideología y en una estética de diferenciación cultural”.
A muchos lectores sorprenderá el capítulo titulado “Ilusionismo barroco de Borges”. Después de hacer un breve recuento del antibarroquismo del escritor argentino, Parkinson alude a su fascinación por la ilusión óptica en El Aleph, La biblioteca de Babel, La esfera de Pascal y El milagro secreto. Después de todo, ¡Borges sí es barroco!, quizás exclame el lector tras leer los argumentos de Lois Parkinson Zamora en La mirada exuberante, libro profusamente ilustrado que destaca por el cuidado de su edición. En su versión en inglés obtuvo el Premio Harry Levin Prize (2005-2006) al mejor libro de Literatura Comparada, entre otros reconocimientos.

