Gobernar, navaja de dos filos
José Elías Romero Apis
Son éstos los difíciles y complicados tiempos de los debates electorales. Algunos participantes nos entusiasman y otros nos inquietan. No todos los gobernantes tienen una idea muy clara y muy precisa de lo que son. Pero cuando los privilegiados se les dan a sus naciones, éstas encuentran su propio destino. Para ilustrar lo que pretendo explicar, recurriré a una anécdota del pasado.
Se cuenta que, en cierta ocasión, el ilustre presidente mexicano Adolfo López Mateos se encontraba conversando con algunos de sus más allegados colaboradores, invitándolos a ser francos y firmes ante él, para bien de México.
Les decía que los presidentes que quieren mucho a su pueblo tienen proclividad para hacerle el bien. Pero que, por amarlo tanto, también tienen facilidad para hacerle el mal. En eso, los gobernantes se parecen a los padres. Su excesivo amor es navaja de dos filos y corta por los dos lados. Pueden ennoblecer y engrandecer a sus pueblos o a sus hijos, así como pueden inutilizarlos o esterilizarlos. Por eso, padres y gobernantes requieren que sus más cercanos los equilibren ante sentimientos encontrados y confusos.
Porque esos gobernantes tan amorosos, decía, algunos días son dominados por el coraje ante tanta injusticia. Otros días, son doblegados por el dolor ante tanta miseria. Y otros más son sometidos por la angustia ante tanta desesperanza. Por eso hay momentos en que quieren matar a quien no deben, desean gastar lo que no tienen o apetecen prometer lo que no pueden.
Pero, asimismo, hay días luminosos en los que conquistan tantos logros para su pueblo que anhelarían, también, hacer el trabajo de los otros poderes o servir más tiempo que el que les ordena y les permite la Constitución.
Por eso les dijo, “ustedes, mis más sabios y leales, nunca me presten las llaves del armero ni las del tesoro ni las del promisorio ni las de las urnas ni las del parlamento ni las del tribunal”. Se refería, claramente, a que no le permitieran matar opositores ni dilapidar recursos ni engañar en falso ni trampear elecciones ni decretar leyes ni dictar sentencias. Que tan sólo lo ayudaran a cumplir con lo suyo y nada más, pero nada menos.
Para terminar, remató advirtiéndoles, “pero, por lo mismo, jamás permitan que nadie me quite ni que yo vaya a extraviar las llaves de la Presidencia”.
Lo que he narrado lo he recordado muchas veces en el camino de la vida, cuando me he aplicado al ejercicio de ser padre y cuando he observado la aplicación del ejercicio de los gobernantes. Pero no sólo lo he recordado sino que he hecho muchas anotaciones y me he sumergido en muchas reflexiones. Por eso, también, muchas veces me ha invadido la incertidumbre. La política mexicana ¿ha mejorado o ha empeorado? En algunos momentos he sentido flaquear mi habitual optimismo.
En los tiempos reciente he escuchado mucho y he hablado poco. Me interesa, aunque me inquieta, lo que estoy oyendo, casi siempre sobre engaños, sobre trampas, sobre represiones, sobre abusos y sobre vulneraciones constitucionales. No me asusto de nada pero sí me preocupo por lo necesario. Estoy acostumbrado a no tener miedo pero estoy acondicionado a vigilar todo. En la política y en la cama duermo bien pero ligero.
Me preocupa pensar que, en la política de hoy, tan llena de jóvenes idealistas, inteligentes, valientes, aplicados y patriotas, puedan colarse e infiltrarse otros con similar apariencia pero, en el fondo, devotos practicantes de la política de la intolerancia, de la fullería, de la inconstitucionalidad, de la violencia y hasta del homicidio.
Pienso que los gobernantes y los políticos deben tener cuidado de no usar las llaves prohibidas ni permitir que se las presten. Pero, asimismo, no deben perder las que les han encomendado ni permitir que se las arrebaten. Esa debiera ser su consigna y su tema.
Muchas veces, sobre todo en los tiempos difíciles, he presentido que nos puede acompañar Adolfo López Mateos. Eso me ayuda a pensar en mis hijos y en todos los jóvenes. A pensar en las llaves y a pensar en México.
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