Toca el turno a Brasil

José Elías Romero Apis

Ahora que se fue Nicolás Sarkozy me vino a la memoria su infausta visita a México. Infausta para quienes saben de política pero aleccionadora para quienes entienden de lecciones.

Sarkozy es un magnífico orador pero, en México, se empeñó en decir muy malos discursos. Ese presidente francés es muy buen político pero, ante nuestro gobierno, se esforzó en hacer muy mala política. El esposo de Carla Bruni es un hombre muy  carismático pero, ante los mexicanos, se dedicó a ser repugnante.

La mínima inteligencia política nos dice que todo eso no fue la excreción involuntaria de una estupidez, que desde luego no la tiene, sino el refinado producto de una deliberación, la cual  le sobra. Por ello, nosotros y  nuestros gobernantes sólo podemos atenernos a tres posibilidades reales con Sarkozy. O no le gustábamos o no le interesábamos o las dos juntas.

Sólo así se entiende que un hombre bien dotado en lo político hubiera triunfado, en tan solo un par de días, en su propósito de hablar mal, de operar mal y de caer mal.

Ahora bien, cuando nos visitaron Chales De Gaulle, Valéry Giscard d’Estaing y Jacques Chirac se expresaron con lucidez, trabajaron con seriedad y nos cayeron de maravilla. ¿Sería que a ellos sí les gustábamos los mexicanos?  No lo sé ni es eso lo importante. Lo que importa es que a ellos sí les interesábamos. No por nuestro pasado, con el que tanto nos adulan. No por nuestro petróleo, con el que tanto presumimos. Por algo más objetivo y más importante para la política de los poderosos. Por nuestro liderazgo en Latinoamérica, antes vigente y hoy perdido.

Durante décadas, Estados Unidos y Europa sabían que todo lo que quisieran con la América Latina tenía que pasar por Tlatelolco. Si no pasaba por allí, no pasaría en ningún lugar. Lo que hicieran a nuestras espaldas nunca tendría nuestra venia. Pero también los gobiernos latinoamericanos pensaban lo mismo. Nos llamaban “el hermano mayor” y así nos consideraban. Que esto es bueno porque México lo dijo. Que esto es inaceptable porque México lo rechazó. México era el faro regional de lo inteligente, de lo valiente y de lo honorable.

Ahora el líder regional se llama Brasil. Su entonces presidente fue el primero de la región que se entrevistó con Barack Obama ya investido de mandato. Su presidente habló como vocero de toda la región. Su presidente hizo recomendaciones diplomáticas a los norteamericanos. Su presidente obtuvo las concesiones preeminentes que antes obtenía México. Y es que ahora todo pasa por Itamaraty y ya nada pasa por Tlatelolco.

Hace años, nos atendieron hasta en los caprichos porque les interesábamos. Miguel Alemán y Adolfo López Mateos forzaron a los gobiernos de Estados Unidos y de Francia, respectivamente, a devolver las banderas mexicanas que capturaron durante las intervenciones. También a retirar del Capitolio uno de sus cuadros principales que representaba la Batalla de Chapultepec.

Pero lo que hoy vivimos es un liderazgo perdido.

Recordemos dos momentos para aprender de lo vivido. En uno hicimos nuestra voluntad, contra la de todos. En el otro, todos siguieron nuestra voluntad.

En la ruptura cubano-norteamericana, Estados Unidos promovió que los países miembros de la Organización de los Estados Americanos excluyeran a Cuba de la organización panamericana.  Todos aceptaron u obedecieron la solicitud estadounidense. Todos, menos México.

Hoy, en la Embajada de México, en La Habana, hay una fotografía en tonos sepias, amplificada a dimensiones de mural, que refleja la Junta de Cancilleres de la OEA, en la histórica noche en que se resolvió la exclusión de Cuba.  Todos los cancilleres del continente aparecen con la diestra levantada, votando por la exclusión.  Todos, menos uno.  Sólo el canciller Manuel Tello permanecía con las manos abajo.  Sólo él y el embajador Vicente Sánchez Gavito estaban solos en medio de todos.  Sólo México estaba solo. Hasta que la vi, nunca había visto una fotografía de la dignidad.  No suponía, incluso, que la dignidad se podía retratar.

Aquí respondimos a nuestros principios de autodeterminación y no intervención.

Pero un par de años después, cuando la crisis de los misiles cubanos, la postura de México fue en el mismo sentido que la de Estados Unidos.  Para México y para los mexicanos no había la menor duda de que si hubiera estallado la guerra hubiéramos estado al lado de Estados Unidos y en contra de Cuba y de Rusia. Más aún, nuestro país impulsó la desnuclearización de la América Latina, hoy consagrada en el Tratado de Tlatelolco. Todos nos siguieron. Con ello convertimos esta región en la única del planeta que no produce ni compra ni la han querido convertir los demás en una bodega de armas nucleares. Por ello, Alfonso García Robles recibió el Premio Nobel de la Paz.

Aquí correspondimos a nuestros principios de solución pacífica de controversias y de proscripción del uso de la fuerza.

Estos episodios de liderazgo parecen lejanos pero sus efectos siguen vigentes a medio siglo. Otros más recientes fueron la gestión del Grupo de Contadora, la negociación de los Acuerdos de Chapultepec y la instalación de las Cumbres Iberoamericanas.

Pero, en fin, como diría Carlos Gardel, hoy sufrimos el dolor de ya no ser.