Carlos Guevara Meza

La cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Chicago, realizada en medio de grandes manifestaciones de protesta que devinieron en enfrentamientos y disturbios, tuvo entre sus temas principales el problema de la guerra en Afganistán, que lleva más de 10 años sin que los objetivos que en su momento planteó George W. Bush se hayan cumplido ni tengan para cuándo.

Convertir el Estado de los talibanes en uno democrático y moderno a la occidental, sin influencias del islamismo fundamentalista, y que fuera un aliado confiable en contra del terrorismo de ese signo ideológico, según planteó el entonces presidente Bush al anunciar el inicio de las hostilidades, son cosas a los que la Alianza Atlántica encabezada por Estados Unidos han renunciado por lo visto.

El anuncio de François Hollande, en su estreno como presidente de Francia, de que retiraría este mismo año a los 3 mil 200 soldados franceses que participan en la operación, parte de sus promesas de campaña, sin duda resultó un balde de agua fría sobre los políticos y militares que se hacen cargo de la guerra, aunque los planes de retirada estaban establecidos ya.

Pero los analistas internacionales eran de la opinión de que el anuncio francés pudo haber sido el inicio de una desbandada que hubiera convertido el fracaso en una verdadera derrota. Con buena parte de los miembros de la Alianza en medio de una terrible crisis económica, y el descontento por una guerra que los pueblos de esas naciones siempre vieron con malos ojos, disgusto que la crisis no hace sino agrandar, no sería raro que el anuncio del nuevo presidente francés sonara a “tonto el último”.

La situación militar de la OTAN en Afganistán sigue detenida, con la resistencia a la ocupación en pie desde el primer día de la guerra hasta ahora, y con los talibanes manteniendo la posesión de buena parte del sur del país (donde incluso establecieron sus propias autoridades y tribunales).

Por otro lado, las principales líneas de abastecimiento de la OTAN, a través de Pakistán llevan meses cerradas en protesta por la muerte de civiles pakistaníes a manos de fuerzas occidentales; líneas, por otro lado, que ni la OTAN ni Pakistán lograron proteger del todo mientras funcionaban, pues eran objeto de continuos ataques talibanes. En más de una ocasión, los transportistas (civiles pakistaníes) se negaron a realizar los servicios por la falta de seguridad. Y las negociaciones entre Estados Unidos y Pakistán para reabrirlas sólo han arrojado hasta el momento declaraciones de buena voluntad.

Así las cosas, el anuncio de que la OTAN se retirará a fines de 2013 o principios de 2014, que continuarán combatiendo durante todo el próximo año, pero dejarán la iniciativa y progresivamente también el mando de las operaciones al ejército afgano, no sorprende salvo por el hecho de que no se haya adelantado el cronograma que ya se había pactado.

Por su parte, el gobierno afgano logró arrancar un compromiso, firmado por Washington pero que involucra a toda la Alianza, de que la ayuda económica, tanto militar como civil, continuará durante toda una década después de la retirada. Aunque por el momento nadie sabe de dónde saldrá el dinero como están las cosas con la recesión mundial (Estados Unidos se apuntó con la mitad de los recursos, pero Europa y Japón tendrán que poner el resto, igual que para la financiación de las tropas mientras se mantengan allá).