Nueva oportunidad de hacer política
Julio A. Millán B.
No podemos soslayar que los medios de comunicación están jugando un papel significativo en el actual periodo electoral, no sólo a través de los anuncios, también en mesas de análisis, entrevistas y por supuesto los debates. Es de resaltar la ecuación candidato-televisión-prensa, ya que representa una forma más o menos democrática de campaña, con cierto sex appeal visual. Primero la televisión difunde con rapidez las posiciones, y posteriormente la prensa realiza los análisis correspondientes.
Los debates bien encaminados y conducidos tienen el poder de influir en las decisiones de por quién votar, sobre todo en la población que aún no ha tomado una decisión, más cuando hay más dudas que certezas. En este sentido un debate presidencial toma una relevancia destacable. El primer debate de esta contienda electoral, por ejemplo, tuvo una audiencia promedio en televisión abierta de 10.4 puntos de rating, equivalentes a 3 millones de televidentes, pero si se consideran estaciones repetidoras a los canales de televisión de paga, la audiencia promedio nacional fue de 23.5 puntos equivalentes a 8 millones 900 mil personas. No obstante, esta audiencia representa el 10.6% del padrón electoral. Si consideramos que según las múltiples encuestas aplicadas el porcentaje de indecisos fluctúa alrededor del 25%, es decir, 21 millones de votantes a ser influidos, debatir ideas y confrontar propuestas permite, sin duda, expandir nuestros horizontes sobre cuál es la mejor opción para gobernar el país.
Lamentablemente, al parecer en México los candidatos y sus partidos no han entendido la utilidad y la oportunidad que representan los debates, y los utilizan como meros escaparates de críticas insulsas, ataques trillados y propagandas huecas. Un debate entre candidatos a presidente de la república debiera permitirnos conocer en unas cuantas frases, porque los tiempos no permiten más, las propuestas, programas y acciones concretas que pretende cada personaje llevar a cabo en caso de ser favorecido por los electores. Así mismo, el debate debe mostrar la calidad de liderazgo de cada candidato para asumir un cargo de tanta relevancia nacional.
En este sentido, analizando brevemente el primer debate presidencial ocurrido el pasado 6 de mayo, tenemos que se debatieron dos temas generales: economía y empleo y seguridad y justicia. Entre acusaciones y dichos, es posible rescatar algunos contenidos valiosos de lo planteado casi entre líneas: planteamientos como concretar las reformas, transformar la banca de desarrollo, desaparecer monopolios, mayor apoyo al campo; y promesas como generar cientos de miles de empleos o crecer a tasas que no se han logrado en años.
La mayor crítica que se puede hacer a los planteamientos de un candidato es que, como si fuera una suerte de receta, sólo se concretan a decir el qué pero nunca o al menos no con suficiente amplitud, el cómo. Prometer no empobrece, dice el popular refrán.
Ahora bien, el segundo debate presidencial programado para el próximo 10 de junio, se presenta como una segunda oportunidad para que los cuatro candidatos realmente debatan en torno a temas importantes para el país y la sociedad mexicana. Temas tan sensibles y tan añejos como la pobreza y la desigualdad; el empleo informal y el desempleo; la inseguridad en personas y bienes. Pero también asuntos de relevancia nacional como la política exterior, la competitividad del país, los sectores productivos como el turismo, las fuentes alternativas de energía y la tan necesaria política industrial, amén de la política de ciencia y tecnología.
Se pueden presentar las propuestas a lo largo de las campañas y en toda suerte de foros y documentos, sin embargo, la trascendencia de hacerlo a través de los medios masivos de comunicación permite crear un impacto más directo en un electorado más acostumbrado a alimentarse informativamente a través de los medios visuales que escritos.
La celebración de los debates supone un momento crucial en la campaña electoral por el impacto mediático que los mismos tienen, dadas audiencias que acumulan, el interés que generan entre los círculos críticos y los especialistas y el exhaustivo seguimiento que despiertan entre el público politizado, entre los analistas políticos y especialmente entre los propios medios de comunicación. Es pues un momento oportuno e irrepetible, valdría la pena aprovecharlo cabalmente.
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