Por la matanza de 850 manifestantes egipcios

Bernardo González Solano

La historia se remonta al 15 de octubre de 1970 cuando a la muerte del segundo presidente de Egipto, el aclamado Gamal Abdel Nasser, a cuyos funerales asistieron más de cinco millones de dolientes egipcios, lo sucedió en el poder el político y militar del grupo de los “oficiales libres”, Anuar el Sadat.

Al romper Sadat con la hostilidad sistemática del mundo árabe en contra de Eretz Israel, se presentó en Jerusalén en 1977, lo que dio pie para firmar los Acuerdos de Campo David, en Estados Unidos, lo que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1978.

Internamente, Sadat recibió el visto bueno de la mayoría de sus gobernados, con el referéndum de abril de 1979 y el plebiscito de septiembre de 1981, pero las capitales árabes le retiraron la confianza y rompieron relaciones diplomáticas con El Cairo. El 6 de octubre de este último año, Sadat fue asesinado durante una ceremonia pública por un comando militar de radicales islámicos. Entonces se iniciarían tres décadas para los habitantes de la República Arabe de Egipto bajo el mando de otro político-militar, que a la sazón ocupaba la vicepresidencia del país.

Para sustituir al rais (presidente) asesinado, Muhammad Hosni El Sayed Mubarak (Kafr-al-Musilha, 4-V-1928), se sometió a un plebiscito que lo ratificó en el cargo. El faraón del siglo XX mantuvo el poder hasta el 11 de febrero de 2011. Ese día renunció. No podía hacer diferente.

El pueblo lo juzgó

Ahora, el sábado 2 de junio, Hosni Mubarak fue declarado culpable de complicidad en la represión de los manifestantes muertos (850) durante las revueltas de enero y febrero del año pasado, y sentenciado a cadena perpetua en un fallo histórico para Egipto y el mundo árabe.

El sucesor de Sadat es el único jefe de Estado depuesto merced a la “primavera árabe” juzgado por un tribunal judicial normal dirigido por jueces egipcios, es decir por el propio pueblo. Asimismo, su ex ministro del Interior, Habib el Adly (1-III-1938) durante la rebelión, fue condenado también a cadena de por vida.

Con tales antecedentes históricos, podría esperarse de Mubarak un comportamiento a la altura de las circunstancias, pero, como muchos autócratas que pierden el poder por la presión popular, en el momento preciso muestran el cobre.

Antes de ser sentenciado, Mubarak se encontraba recluido en un hospital militar, debido a problemas de salud. Al terminar el juicio, fue trasladado inmediatamente al ala médica de la prisión de Tora, en las goteras de El Cairo, para cumplir su pena. Lo decepcionante fue que el sentenciado ex rais se negó, llorando como un niño asustado, a salir del helicóptero que lo había trasladado. Un guardia tuvo que  “convencerlo”. El otrora todopoderoso rais, asustado y temeroso. Al parecer había sufrido una crisis cardiaca.

Diez meses

El proceso duró 10 meses. Se inició el 3 de agosto de 2011, después del arresto de Mubarak y sus dos hijos, Alaa y Gaamal, que fueron absueltos acusados de corrupción, al considerar que los hechos habían prescrito, aunque no saldrán en libertad porque aún están acusados por un caso de corrupción bursátil.

La fiscalía había pedido la pena capital para Hosni Mubarak porque, supuestamente, éste había ordenado al ministro del Interior, Habib el-Adli, disparar con balas efectivas, no de fogueo. La demanda del fiscal fue desechada porque no se presentaron evidencias contundentes de que el presidente Mubarak hubiera ordenado personalmente la muerte de los 850 manifestantes que perdieron la vida.

Asimismo, en la misma sesión del tribunal, seis de los hombres de confianza de Hosni Mubarak, todos ellos antiguos altos cargos policiacos, fueron absueltos de haber ordenado el disparo de armas de fuego contra los manifestantes durante los 18 días de la “revolución de la primavera árabe”, en la que perdieron la existencia alrededor de 850 personas. Ya que de acuerdo con la legislación de Egipto, la pena máxima de cárcel es de 25 años, muchos egipcios suponen que los abogados apelarán de la sentencia, lo que podría abrir la posibilidad de que tanto Mubarak como Habib el-Adly, pudieran quedar en libertad.

Y ahí fue la de Dios es Cristo. Tras la sentencia estallaron algunos enfrentamientos en la propia sala del tribunal en El Cairo. Unos abogados, muy disgustados, gritaron: “El pueblo quiere que se limpie la justicia”. El juez Rifaat, por su parte, declaró que tomó su decisión con “la conciencia tranquila”. Calificó con dureza los 30 años que Mubarak gobernó en Egipto. Y al referirse a los manifestantes sublevados contra el régimen, muertos durante sus actos, les rindió homenaje: “Se dirigían hacia la plaza Tahrir pacíficos, sólo pedían justicia, libertad, democracia”.

Disgustos con el fallo

El disgusto por los fallos fue evidente. Miles de personas salieron a las calles para denunciar a los soldados en el poder. Los Hermanos Musulmanes, ahora la primera fuerza política en Egipto, hicieron llamamientos para que en forma masiva se manifestaran en protesta contra las seis absoluciones. Además, Ahmad Shafiq, el ex primer ministro de Mubarak y candidato a la presidencia que logró el segundo lugar en la primera vuelta de los comicios, por su parte afirmó que las decisiones judiciales “deben ser aceptadas”, lo que a muchos no les causó la mayor alegría.

Así las cosas, por la noche del sábado 2 de junio, poco más de 20 mil personas estaban reunidas en la famosa plaza Tahrir de la capital egipcia.

Los manifestantes en la plaza Tahrir levantaron el domingo 3 de junio, un pequeño monumento funerario que reproducía un cementerio en miniatura con tumbas de piedra y arena en honor de los “mártires” (846 exactamente) caídos durante los días de la revolución del año pasado. Entre los veinte mil manifestantes, estaba Mustafá Abdel Fatah, vecino del popular barrio cairota de Imbaba. Dijo: “La sangre de los mártires no puede correr impunemente. Es impensable que la justicia declare que los jefes de la policía son inocentes. ¿Quién mató a los manifestantes entonces?”. Como él, muchos otros egipcios están escandalizados por la “suavidad” de los veredictos.

El juez Ahmed Refaat, como se dijo antes, adujo la “falta de pruebas”. Karim Ennarah, de la iniciativa egipcia para los derechos de las personas, una organización de defensa de los derechos del hombre, aclara: “Hay un conflicto de intereses durante la investigación criminal, el ministerio del Interior investiga su propia policía”. Otro motivo de enojo para los partidarios de la revolución fue la absolución de los hijos de Mubarak y del empresario Hussein Salem, que fue juzgado en rebeldía porque está huido. Aunque sea verdad que la ley disponga la prescripción de sus delitos. Y, por si faltara algo, para coronar el asunto, uno de los abogados defensores de Mubarak afirmó que su cliente apelaría la condena y que había muchas oportunidades de conseguirla.

Explotar las tensiones

Aparte de los Jóvenes del Movimiento 6 de Abril y los Hermanos Musulmanes, Hamdine Sabahi, el candidato nasserista que logró el tercer lugar en la primera vuelta de los comicios presidenciales, fue recibido como un héroe por la multitud reunida en la plaza Tahrir. Los corresponsales de prensa extranjeros entrevistaron a varias personas, como Ahmed, un joven ingeniero que piensa que es posible que haya otro levantamiento popular en Egipto.

Declaró: “Se siente que la revolución no está muerta viendo a todas estas personas reunidas nuevamente en la plaza”.

Por el contrario, Bola, activista originario del sur egipcio, deploró: “Vienen aquí como a una fiesta, para pasear, pero la revolución ya murió”.

Los Hermanos Musulmanes, por su parte, tratan en todo caso, de explotar las tensiones provocadas por el veredicto. Así, Mohammed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes —tan perseguida en tiempos de Mubarak y ahora convertida en la principal fuerza política del país, según afirman sus militantes— para la segunda vuelta de la elección presidencial, prevista para el sábado 16 y el domingo 17 de junio, prometió: “Si soy elegido mandatario, tendrá lugar otro proceso contra el ex presidente”. Pero son muchos los jóvenes revolucionarios y los liberales que se burlan del repentino regreso de los Hermanos Musulmanes a las calles ya que los islamistas muy raramente se manifestaron en la vía pública durante el año que siguió a la caída de Mubarak.

Por su parte, Ahmed Chafiq, el último primer ministro del ahora juzgado rais. que se enfrentará con Morsi, se distanció de los Hermanos Musulmanes en una conferencia de prensa que dio el domingo 3: “Ellos son los aliados del  antiguo régimen, varias ocasiones llegaron a acuerdos con el régimen derrocado”, afirmó, parece que olvida que él mismo es considerado como el candidato del ejército. Chafiq aseguró en dicha conferencia que los inversionistas extranjeros regresarán  al país después de su elección, jugando nuevamente con el deseo de los egipcios por la estabilidad. “Si no hubiera enfrentamientos al margen de las manifestaciones en Tahrir, sería Chafiq el que lo aprovecharía”, estima Abdel Rahman Ayyash, joven investigador en ciencias políticas.

Es difícil decir en estos momentos cuál de los dos finalistas sacará provecho del veredicto en contra de Mubarak. El proceso en contra del derrotado y enfermo rais todavía reserva sorpresas: el procurador general el domingo 3 apeló de las decisiones de la corte criminal de El Cairo, reclamando que el juicio sea revisado.