Cartas de despedida

Guadalupe Loaeza

 

Para Silvia, con todo mi cariño

“La pérdida de la infancia es uno de los acontecimientos del que es imposible salir ileso. El arribo a la adolescencia y la implícita belleza de la juventud no son, muchas veces, consuelo suficiente”.

Mientras la escritora Mónica Nepote hablaba de esta manera, el público que se encontraba en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica escuchaba en silencio, un silencio muy conmovedor, pues ese día, 6 de agosto, nos convocaba la presentación del libro póstumo La palabra sobrevive (FCE, 1999), que reúne la poesía de Carlos Fuentes Lemus (1973-1999). En la mesa estaban, además, los escritores Jorge Volpi, Alvaro Enrigue y Joaquín Diez-Canedo.

Delante de mí, podía ver la espalda de sus padres, Carlos Fuentes y Silvia Lemus, muy derechitos, escuchando las palabras pronunciadas con tanto afecto. El pasado 5 de mayo se cumplieron 10 años de la muerte de su hijo. Mientras avanzaba la presentación, me imaginé que muchos de los poemas de este joven talentosísimo eran verdaderas cartas de despedida a sus padres, a su novia y a la vida, tal vez concebidas para ser leídas cuando él ya no estuviera. También pensaba que esos poemas eran al mismo tiempo una celebración por estar vivo, pues, en las condiciones que fuera, Carlos pudo disfrutar la vida y la belleza.

Recordé el amoroso capítulo del libro En esto creo (Seix Barral, 2002) que Fuentes dedica a sus tres hijos, Cecilia, Natasha y Carlos; en él hace un relato de los principales hechos de la vida de su hijo. Cuenta que, en una ocasión, mientras viajaban por Andalucía, Carlitos pedía que el coche se detuviera para tomar fotos. De pronto, vio unos girasoles y los recogió para llevarlos a su casa en la Universidad de Cambridge. Carlos y Silvia pensaban que no florecerían en el frío de Inglaterra. Pero los girasoles comenzaron a florecer en la primavera, tan bellos como si los hubiera pintado Van Gogh. También pensaba en el título tan acertado de esta recopilación, La palabra sobrevive. A pesar de que hace 10 años su autor murió, sus palabras sobreviven, y él también sobrevive gracias a ellas.

Por los presentadores del libro nos fuimos compenetrando con la vida y los poemas de un escritor muerto a los 25 años. “¿Sabes?”, dijo un día a su padre, “los artistas que murieron jóvenes no tuvieron tiempo para otra cosa sino para ser ellos mismos”. Desde que Carlitos comenzó a caminar, sus padres se percataron de que sus articulaciones se hinchaban y de que se llenaba de moretones sin causa aparente. Los médicos diagnosticaron la causa: tenía hemofilia, por lo que su sangre no podía coagular.

En la página 97 de su libro, Carlos Fuentes Lemus escribe unas palabras que hablan de su frustración: “Cuando veinte horas pasan como veinte días y veinte noches / lo que yo pueda hacerme a mí mismo no puede ser peor / que lo que el Universo me ha hecho a mí”. Sí, este joven tenía claro que no tendría todo el tiempo que quisiera por delante.

Mientras tanto, Nepote continuaba comentando los poemas de La palabra sobrevive: “A veces parece que la compensación particular a esta nueva edad, la experiencia amorosa, es apenas un pequeño tributo a la aún punzante herida provocada por la expulsión del paraíso de la infancia”. Puede decirse que Carlos Fuentes Lemus nunca abandonó la infancia, siempre guardó su niñez como un jardín en su mente. En el poema “Jardines tan grandes como el mío”, escribió: “Pero un día ya no estaremos aquí, / mis padres ya no estarán aquí, / el mundo se volverá verde oscuro. / Y yo lloraré”.

Llama la atención que los poemas de Carlos sean tan visuales. No cabe duda de que tenía sensibilidad de pintor. Desde que era muy niño sus profesores se dieron cuenta de su talento y, en secreto, mandaron sus dibujos al Premio Shankar de Nueva Delhi. Carlos tenía 5 años cuando ganó ese concurso y se mantuvo fiel a esa afición. Lo más terrible para él fue que en 1994, a los 21 años, una meningitis lo dejó sin la vista y el oído. Por suerte, el doctor Juan Sierra logró ayudarlo para que pudiera seguir creando.

Tomás Eloy Martínez, el novelista argentino, se asombró con sus cualidades artísticas: “Lo conocí en Washington, en 1983, cuando fui a cenar a la casa de sus padres. Era un niño serio y retraído. Al final de la comida, tomó unas fotografías sin que nos diéramos cuenta y me mostró un álbum de dibujos espléndidos”.

Carlos recibió toda su educación en inglés y en este idioma escribió prácticamente toda su obra. Y Carlos Fuentes, como explicó Volpi, se dedicó a traducir su obra: “No existía nadie más adecuado que su padre para traducir sus poemas, ahí está la gran muestra de su cariño”.

Pero los poemas de Carlos Fuentes Lemus no sólo reflejan tristeza, también hablan de la alegría de vivir y de enamorarse. En sus poemas hay luz y movimiento, colores y formas, y sobre todo recuerdos bellísimos. Dice su padre que un día antes de morir, Carlos estaba feliz, y que habló a sus amigos. Al día siguiente, murió de manera inesperada, de un infarto pulmonar. Por suerte, Carlos estuvo siempre acompañado.

La agente literaria Carmen Balcells escribió unas palabras muy conmovedoras acerca de Silvia Lemus cuando se ocupaba de la salud de su hijo: “Me impresionó su fragilidad y el desvelo de Silvia, que, más que una mamá, parecía una novia o una amiga entrañable ofreciendo su inquebrantable apoyo a un muchacho lleno de inquietudes y de deseos juveniles de entrar en una normalidad que nunca le fue posible”.

Cuando salíamos de la presentación, me pregunté si todavía florecerán los girasoles que él plantó en Cambridge.