Tiempos difíciles para la estabilidad política


 

José Elías Romero Apis

Estamos viviendo tiempos de riesgo para la estabilidad política. No digo que nos encaminemos hacia una revolución ni que el gobierno mexicano vaya a caer. Tan sólo que ya estamos conviviendo con elementos peligrosos. Partamos de datos públicos, aportados por el propio gobierno.

Primero, se nos ha dicho que las organizaciones delincuenciales mexicanas tienen reclutados a cientos de miles de sicarios. Hay quienes afirman que llegan hasta a 400 mil individuos, lo que sería la más numerosa fuerza armada del país.

Segundo, nos dicen que esta multitud tiene muchas armas que provienen de la permisividad norteamericana para adquirirlas y para traerlas a nuestro país. Que son armas casi siempre superiores a las que utilizan las fuerzas policiales ordinarias. Que a cada sicario que se aprehende se le decomisan no una sino varias armas. En simple multiplicación proporcional esto significa que tienen millones de armas.

Tercero, dice nuestro gobierno que son muy crueles y están dispuestos a todo. Que los 50 o 60 mil muertos del sexenio, muchos de ellos decapitados o descuartizados, son una muestra de ello.

 Cuarto, nos dicen que, por si fuera poco, son multimillonarios. Que su incomparable riqueza hasta ha contaminado y desquiciado al sistema financiero nacional. Que, para contenerlos, hay que prohibir el efectivo. Un día querrán prohibir el dinero, luego prohibirán los bancos olvidándose que las mafias operan con la droga, que es una moneda internacional de curso corriente, aunque prohibida. Pero todas las prohibiciones les tienen sin cuidado.

Quinto, nos dicen que los malos tienen un insólito poder de penetración. Que han infiltrado a las instituciones básicas del Estado mexicano. La policía, el ejército, los tribunales, los bancos, las empresas y hasta las escuelas. Que hasta se han metido en los  procesos electorales. Esperemos que un día no quiera el gobierno también prohibir las elecciones.

Y es que existen, en el cuerpo del sistema político, algunas enfermedades que son muy sintomáticas. La pobreza, la injusticia, la inseguridad y la guerra son algunos ejemplos de ellas. Duelen, asustan y lastiman. Pero existen otras que, siendo igual de graves, son asintomáticas. La desesperanza, la conspiración o la inestabilidad no son tan notorias ni tan mensurables. No integran estadística alguna ni hay una sola fotografía de ellas en los medios de comunicación.

Por eso, los políticos medianos y hasta los mediocres pueden detectar muy fácilmente la miseria y la criminalidad. Basta con que se lo pregunten a sus estadígrafos de paga. Pero sólo el verdadero estadista de muy fino tacto puede pulsar la desesperación, la traición o el desequilibrio, aún antes de que estos se presenten. Para medir estos, aún  no se han inventado gráficas ni medidores.

Imaginemos, por un momento, que los carteles del crimen un día gritan “muera el mal gobierno y vivan los pobres”. Todos sabemos, desde luego, que ellos no son ideólogos revolucionarios sino sicarios delincuentes. Pero ese llamado sería un grave posicionamiento político que, recibido por 50 millones de pobres, es un combustible y que, denostando a un gobierno insensible, es un comburente. Cada acción del gobierno en contra de ellos tendría la sospecha de represión y eso es un carburante. Por si fuera poco, se dice que tienen los hombres, la organización, la penetración, las armas y el dinero que ya quisieran muchos grupos rebeldes que carecen de todo ello. Esto puede ser la chispa.

Ante un enemigo rebelde, numeroso, armado, impetuoso, adinerado y penetrante, en sus propias conclusiones el gobierno luce ingenuo, inerme, reducido, pobre, estático y débil. Por eso yo digo que es inestable por lo que él mismo repite todos los días.

A esto, habría que agregar la insensibilidad política que es una característica  propia de los gobiernos frágiles, hasta haber llegado, incluso, a la literatura y la cinematografía.

En una escena de la película El Padrino, el supuesto Fulgencio Batista le dice a Michael Corleone que los rebeldes cubanos son unos revoltosos sin importancia. El gangster advierte, en silencio, la ingenuidad del político. Por ello, no invierte en Cuba. La escena es ficticia y sólo la imaginaron Francis Coppola y Mario Puzo. Pero la historia es real. Batista celebraba la fiesta del año nuevo mientras los revolucionarios castristas estaban tomando La Habana. Por su ingenuidad y su insensibilidad su régimen cayó mientras festejaba y brindaba. Esa noche, a la misma hora, los del gobierno tomaban la champaña y los de la revolución tomaban el poder.