Peligro latente del populismo

Humberto Guzmán

El 25 de julio de 1917, a las cinco de la tarde, fue asesinado Emerenciano Guzmán Cerrato en Salvatierra, Guanajuato, a manos de un matón identificado con el grupo populista del Estado. Por medio de la microhistoria podemos llegar a la macrohistoria del país. Ambos personajes eran parte del Partido Liberal Revolucionario y del mismo Ayuntamiento, según el texto titulado “Fue matado un Munícipe en Salvatierra”, del periódico Actualidades, de León, del 1 de agosto de 1917, tomada del periódico El Vindicador Social, de Salvatierra, sin precisar la fecha. Allí se daba una lucha bárbara por el poder, como en el país entero.

El peligro (y la fuerza) del populismo radica en que provoca el fanatismo entre sus seguidores. Una vez logrado, aquellos están al servicio de su manejador. El María Moliner apunta sobre “populismo”: “Doctrina política que pretende defender los intereses de la gente corriente, a veces demagógicamente”. Y “populista” se aplica al político partidario de esa doctrina.

Así como en las telenovelas hay rasgos (superficialidad, cursilería…) que se han desarrollado a fuerza de satisfacer a un público masivo, en el discurso populista, demagógico per se, no debe descuidarse el tono melodramático de “ustedes los ricos y nosotros los pobres” (que a Pedro Infante le quedaba tan bien) y todo lo que pueda tocar las cuerdas más elementales en los mass media.

En el periódico de Salvatierra La Reforma, del 20 de mayo de 1917, se publicó en su primera página un texto sin firma. Entresaco algunas líneas: “…el pueblo humilde vuelve a ser la víctima expiatoria de los expoliadores perpetuos que sueñan con enriquecerse a costa de las lágrimas del que gime”. “En los campos la turba de desheredados, eternos manumitidos del capataz inicuo, casi siempre gachupín, levanta su doliente vista al horizonte….”.

Ahora casi es el mismo estilo, pero lo que no cambia son los conceptos: “el pueblo humilde”, “el partido es el pueblo”, “los gachupines”, el “nacionalismo” y el “patriotismo” de oropel. Las palabras no son inocentes ni culpables; los responsables son los que las usan. Concedo, los políticos hablan con palabras parecidas: la corrupción, el hambre del pueblo, el empleo, etc., lo que buscan en primera instancia es el voto: “el poder de la gente”. Pero unos más que otros levantan el estandarte no de la “justicia” y la “honradez” sino del discurso populista.

Después del gobierno del candidato de La Reforma, siguió habiendo “un pueblo humilde”, “víctima expiatoria de los expoliadores”, “a costa de las lágrimas del que gime”.

En diciembre de 2005, empecé a armar (y a investigar) una novela a partir del asesinato de mi abuelo Emerenciano Guzmán. En 1983 había terminado otra con este mismo asunto, pero decidí guardarla. Aquél, conocido militante carrancista en la Salvatierra de 1917, fue acribillado a mansalva por J. Jesús Ruiz (dicho por mi padre y confirmado por los periódicos Actualidades y El Vindicador Social), que en la portada de La Reforma aparece como “responsable” de la edición. Me informaron que en la Salvatierra de 1917 se reconocían dos bandos, “los rojos” y “los verdes”.

Deduje que los compinches de Jesús Ruiz eran los primeros, en tanto que Emerenciano Guzmán se identificaba con “los verdes”: carrancistas, constitucionalistas y tal vez menos rabiosas sus acciones por conseguir el poder.

El populismo, visto así, cae en el fanatismo y genera la violencia. Tanto en un extremo como en su opuesto. Al populista le conviene la división de los otros, el enfrentamiento, para lograr sus fines: el poder. Se da el culto (hasta el ridículo) a la personalidad del líder.

He concluido que a Emerenciano Guzmán Cerrato lo mató el populismo en una lucha feroz por el poder. Eres tú o soy yo. Los “honrados” (nosotros) versus los “corruptos” (los otros). El matarife (probablemente) fue dirigido por la cabeza del grupo, cuyo dicho e interés eran “sagrados”.

En estas condiciones, ¿hasta dónde llegará la muchedumbre manipulada? La bandera de “la gente”, “los pobres”, asegura la popularidad del político que la enarbola. Véase cualquier populismo hispanoamericano actual. No creo que sea necesario caer en esta aberración para buscar “los cambios”. Existen la democracia, el derecho. Por razones como ésta dudo mucho de los que se reconocen como “la voz” de “la gente”, idea que asocio con lo sobrenatural: el Divino que resolverá todos los males: milagrosamente.

Mi novela La congregación de los muertos, escrita a partir del asesinato de Emerenciano Guzmán, la concluí en diciembre de 2008, pero no he corrido con suerte para publicarla. Creo que no me ha censurado el gobierno como tal, sino los individuos. La otra cara del populismo, infiltrado acá y acullá.