La táctica desestabilizadora que ha venido construyendo Andrés Manuel López Obrador para invalidar los resultados electorales coloca en el centro del escenario nacional al presidente de la república, Felipe Calderón, y al jefe de Gobierno del Distrito Federal, dos piezas políticas que estarían obligadas a desactivar el intento de romper el orden constitucional.

Calderón, por ley y razones de Estado, está obligado a dar el primer paso, que a estas horas ya debió dar: reconocer, de acuerdo con los resultados emitidos por el Instituto Federal Electoral, al ganador. Después, hacer un llamado a las distintas fuerzas políticas, económicas y sociales del país para que se erijan en un valladar contra la cadena de actos de sabotaje político que pretende desplegar la red lopezobradorista del 1 de julio al 1 de diciembre.

La buena lectura es que el presidente colocará por encima de sus fobias políticas el interés de la nación; la mala y por demás peligrosa es que intentará utilizar la crisis para “cobrar cara” la tranquilidad de su expresidencia.

Dentro de este incierto y conflictivo escenario poselectoral cabe preguntar: ¿Qué papel va a jugar Marcelo Ebrard? Aunque la misma pregunta también debería hacerse a su sucesor en el gobierno capitalino, Miguel Angel Mancera. Ambos, posibles candidatos a la Presidencia de la República en 2018.

Dos personajes, sobre todo el primero, que tendrán que elegir entre seguir colocando su destino político en manos de un dinamitero como López Obrador, o construir desde hoy la imagen de un estadista.

El éxito del operativo irruptor de las izquierdas dependerá, en buena medida, de la decisión que tome Ebrard. La pregunta que muchos mexicanos se hacen es si el jefe de Gobierno seguirá permitiendo que el “presidente legítimo” siga asaltando las arcas capitalinas, o si tendrá el valor de cerrar la llave de los recursos a una izquierda que se ha convertido en una expresión pedestre de la política.

La coyuntura electoral ha puesto al “regente” como uno de los goznes más importantes de la estabilidad. ¿Reconocerá los resultados de la elección presidencial o encabezará, junto con Andrés Manuel, el resquebrajamiento de la nación?

 Cada vez que el Peje toma el Zócalo o avenida Reforma, está presente —sin estarlo— Marcelo Ebrard. Todos saben que las plazas y las calles sólo pueden ser invadidas con su autorización.

Seguramente, hasta hoy ha tenido que acatar los caprichos del líder moral de las izquierdas para evitar que lo derroque. La duda es si esa complicidad sigue beneficiando a ambos, o si el titular del gobierno de la ciudad de México ya está cansado de cargar con tanta tribu y decidido a construir otro tipo de izquierda, de cara, naturalmente, a su futuro político.

¿Y Miguel Angel Mancera? ¿Estará dispuesto a secundar un movimiento que tiene como objetivo convertir la capital del país en zona de guerra? Quienes votaron por él esperan que Mancera utilice su habilidad como exprocurador del Distrito Federal para liberar la ciudad de México de sus rehenes.

La paz de México es frágil. Todos y cada uno de los actores, empezando por el presidente de la república, tienen la obligación de redactar el mejor epílogo sexenal. Del “día después” depende todo; para empezar, el futuro.