Carmen Galindo
(Segunda y última parte)
En Paseo de la Reforma, Poniatowska reinventa su infancia y la atribuye a un personaje masculino: Ashby Egbert. Sin embargo, y a pesar de que esta vez la escritora se pone en los zapatos de un hombre, el personaje que atrae es una compleja, contradictoria Amaya Chacel, en la que algunos críticos han creído ver a Elena Garro, mientras se supone, hasta donde cabe, que Ashby Egbert está inspirado en Archibaldo Burns. En mi opinión, Amaya es uno de los personajes menos asibles de la narrativa de Poniatowska. Siento que, más que explicarla y explicárnosla, se deja atrapar por la fascinación que ejerce Amaya a su alrededor. Como que deja en suspenso su juicio sobre ella y apenas hay un atisbo que otro sobre el lado oscuro, maligno del personaje. “Una noche, ya pasadas las doce, Amaya Chacel hizo su entrada…No era bonita como Nora, esta mujer era otra cosa. Algo en ella encandilaba. Cuando oía en silencio mirando al interlocutor con ojos penetrantes, todos la veían a ella, a la expectativa. ¿Qué iba a decir Amaya? Escuchaba, inmóvil, prodigiosamente atenta. Tenía mucho de gato en su concentración callada antes de dar el zarpazo, toda ella al acecho, toda ella crueldad”. [i]
En Tinísima, Poniatowska sigue fiel a sus principios. Elige contar la vida de la fotógrafa Tina Modotti. Amante y modelo de Edward Weston, compañera sucesiva de los comunistas Julio Antonio Mella y Vittorio Vidali, la legendaria vida de Tina, como su belleza sensual, rozan lo real-maravilloso, lo que, sacándole la vuelta a Aristóteles, es real e inverosímil al mismo tiempo. A esa verdad histórica y legendaria, Elena Poniatowska le añade, bajo el agua, la posibilidad, imaginaria, de que, Tina, convertida en María, sea la enfermera de Por quién doblan las campanas, el personaje de Ernest Hemingway que en el cine interpretó la otra sueca célebre, Ingrid Bergman. De nueva cuenta, la escritora se reserva el derecho de inventar. La novela, por su extensión, a algunos les resultó fatigosa. Creo que Poniatowska, fiel a sí misma, cedió aquí, como otras veces, a investigar como quien cumple una manda, a que por su sacrificio no quede. El retrato de Tina es apasionante, la vemos cómo va madurando, la observamos ir por los más variados escenarios, de Italia a San Francisco, de ahí a México, luego a Moscú y más tarde a España para regresar finalmente a México. Este cambio vertiginoso es un desafío para la autora, se recorren los más diversos ambientes y en momentos claves: la construcción del comunismo en la URSS, la guerra civil española, el ambiente intelectual de San Francisco.
Las primeras páginas, con el asesinato de Mella, son, para decirlo brevemente, memorables. Tinísima es, junto con las obras de José Revueltas, la única que en la literatura mexicana se adentra en el mundo de los comunistas. Toda clase de personajes reales en su doble vertiente de comunistas y artistas aparecen en sus páginas. Xavier Guerrero, Juan de la Cabada, Diego Rivera. Una sorprendente galería de mujeres precursoras son destacadas en primera fila: Aurora Reyes, Concha Michel, Adelina Zendejas, Esther Chapa, Benita Galeana. Aparecen todos los comunistas, Miguel Angel Velasco, Rafael Carrillo Azpeitia, Rosendo Gómez Lorenzo, Alberto Lumbreras, Enrique Ramírez y Ramírez, Efraín Huerta. Entre los no comunistas puedo mencionar, entre muchos otros, a Miguel Covarrubias, Lupe Marín, Antonieta Rivas Mercado y, sobre todo, Manuel Álvarez Bravo. Recupera e inventa el mundo intelectual de varias décadas.
La figura de Tina permite a la novela reflexionar en la causa comunista, con su crítica al estalinismo, en particular al pacto germano-soviético, y de alguna manera se siente que la autora reprocha el tono espartano y misionero de Tina que acabará por apagarla como mujer. Junto con su amplia meditación sobre el tema del comunismo y en especial sobre el del compromiso político y la obediencia a las directrices de un partido, el otro gran tema de la novela es presentar el lento descubrimiento -puesto que se trata de una extranjera y artista- de México, país que se equipara con un volcán o con un incendio, del que llama la atención más que el colorido folklórico, las partes oscuras, vale decir las llagas y el hambre. Hay un rechazo del nacionalismo superficial para colocar en su lugar algo más entrañable y cercano: la pasión por México. Y a lo largo de sus páginas se va filtrando en la Modotti y en el lector la admiración subterránea que cabe en la frase de Tina: “Qué país, Dios mío, qué país”. En Tinísima, hay un ritornello que es habitual en las obras de Poniatowska, un afán por las cosas reales, que se pueden tocar con las manos. Más que comités y subcomités del Partido Comunista, que siente como promesas de políticos, Tina (como Elena, añadiría yo), exige cosas concretas: agua potable, letrinas, curar la tifoidea, lavaderos.
La novela tiene otra vertiente más. Tina, como artista y conviviendo con otros artistas, reflexiona sobre el arte y éste se identifica, en primer lugar, con una larga disciplina. También se piensa cómo el arte se aleja de la realidad y cómo la reinventa. Las fotos de Tina, como las novelas de Elenísima, no son ni descriptivas ni anecdóticas, sino esenciales. Fiel a la historia, la novela no se queda aprisionada en ella, la imaginación vuela y nos entrega a una mujer valiente, pionera, convencida de la causa comunista, y con un corazón en que caben varios hombres sin estorbarse. Salvo Jesusa Palancares, que está curtida por la adversidad, y Tinísima que es, primero, una mujer libre, y después, una mujer entregada a una causa, las mujeres en la narrativa de Poniatowska son casi todas como perritas sin dueño. La otra excepción, ahora se me viene a la cabeza, sería Fausta, la que sorpresivamente para el lector, rechaza el tardío amor del astrónomo de La piel del cielo.
Si Tinísima es una obra magna, Querido Diego te abraza Quiela es, al contrario, una miniatura. Se inspira en la relación de Diego Rivera y la rusa Angelina Beloff. Esta vez, Elena forma la breve novela con cartas, ya olvidé si algunas son auténticas, pero todas, es obvio, son creación de la propia Elena. Angelina es distinta de Tina, pero ambas comparten el ser artistas y un deseo obsesivo por ser amadas. Sin embargo, la dolida Quiela contrasta mucho con Tina que, para no entrar en detalles, es simplemente de otra pasta. A Angelina la queremos todos los lectores, su destino trágico es que le es indiferente al único que quisiera que la amara, Diego Rivera.
Las mujeres en Poniatowska, y éste es un aspecto invariable a todo lo ancho y largo de su obra, están más cerca de la vida y no me refiero a que pueden dar a luz, sino a que tienen un sentido práctico, que, antípoda en ella de los políticos, no se pierden en las grandes palabras, que visualizan y quieren las pequeñas, concretas y tangibles cosas que les permitan vivir aquí y ahora.
No quisiera terminar estas líneas sin referirme a dos obras más. La piel del cielo y Tlapalería. En este segundo libro destacan dos relatos, el dedicado a las alcachofas que actúan de distintivo de una familia (otra vez muy parecida a la familia real -en los dos sentidos- de la autora) y que retrata los personajes por su forma de comerlas. El otro relato, “Las pachecas”, recupera y reinventa el habla de dos muchachas drogadictas. Ningún cuento en este volumen tiene pierde, la imagen de la abuela tras un perro es igualmente estampa inolvidable.
Inspirada, se entiende que no calcada, en la vida de su marido, Guillermo Haro, La piel del cielo tiene un mérito que trataré de explicar. Creo que muchos escritores han intentado recuperar, revivir con palabras, los días de su juventud. La dificultad estriba, tal vez, en que cuando el escritor domina su oficio, es muy difícil evocar esos años felices. En La piel del cielo, Elena Poniatowska logra hacer sentir, poner de cuerpo presente, como pocos escritores lo han logrado, cómo eran esos días de la juventud. El lector vuelve a vivir esa sensación de poderío cuando todo está por hacer, todo parece al alcance de la mano y en que, sobre todo, todas las posibilidades parecen o están abiertas. Convoca, como en otras de sus obras, a pesonajes reales: a Luis Enri
que Erro, a la Dra. Paris Pishmish, a Félix Recillas, a Graef Fernández. Lorenzo, el protagonista, vive encarcelado, un poco baldado para la vida. Sólo piensa y respira por y para la ciencia. Fausta, en cambio, tiene, como las mujeres en la narrativa de Poniatowska, la facultad de vivir.
[i]Paseo de la Reforma. Barcelona, Plaza y Janés, 1996. Pág. 53-54. (Col. Ave Fénix: Serie Mayor).

